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Capítulo 8 La cita con el doctor Adolfo no es algo que se consiga de inmediato

—No tengo tiempo. Si tu madre necesita consulta, tú y Diego pueden acompañarla —respondió Julia con frialdad. Dicho esto, sin esperar la respuesta de Nora, colgó la llamada y bloqueó el número. Durante los tres años de matrimonio, siempre había sido ella quien acompañaba a Cecilia al hospital cada vez que enfermaba: hacía las citas, recogía los medicamentos, buscaba a los médicos... Sin embargo, todo ese esfuerzo la familia Guzmán lo había dado por sentado, sin mostrar jamás gratitud. Ese día, en realidad, era la fecha programada para la revisión de los ojos de Cecilia. —¿Quién era? —preguntó Sara. —La hermana de Diego. No hace falta prestarle atención —contestó Julia. Pero media hora después, fue Diego quien llamó: —Julia, será mejor que vengas ya mismo al hospital. ¡Si le pasa algo a mi madre, nunca te lo perdonaré! Julia arrugó la frente, pero finalmente decidió ir. Al fin y al cabo, aún no estaba divorciada de Diego y no quería causar más problemas. En cuanto llegó al hospital, Nora corrió hacia ella furiosa. —¡Julia, me bloqueaste! ¡No podía comunicarme contigo! —Sí, te bloqueé —admitió Julia sin rodeos. —¡Cómo te atreves! —Nora estaba indignada. Poco antes había llevado a su madre al consultorio, pero al no tener cita, el personal las había echado fuera. Bajo las miradas de todos, había llamado más de diez veces a Julia sin obtener respuesta. Aquella humillación le resultó insoportable. —¿Y por qué no habría de atreverme? ¿Eres acaso una figura nacional de suma importancia para que esté obligada a contestar tus llamadas? —replicó Julia. Nora se quedó sin palabras. Diego intervino: —Nuestros problemas son entre tú y yo. No deberías usar la enfermedad de mi madre para vengarte. —¿Vengarme de qué? —Julia soltó una risa incrédula. —Antes siempre la acompañabas tú. Ahora, de repente, te niegas a hacerlo. ¿No es eso poner obstáculos? —dijo Diego con disgusto. —Tú mismo lo has dicho: siempre fui yo quien la acompañó. Pero tu madre te crió a ti y a Nora, no a mí. Los que deben estar con ella son ustedes dos. Que yo lo hiciera era un gesto de consideración, no una obligación —contestó Julia con voz helada. —Bien, pero si no quieres acompañarla, ¿cómo es que ahora no consigue cita? ¿Acaso no estás manipulando todo para dificultarlo? —dijo Diego con rabia. —El doctor Adolfo es un antiguo médico militar. Ya está mayor y solo atiende a muy pocos pacientes por semana. Para verlo, hay que pedir cita con semanas o incluso meses de anticipación. No es cuestión de pedir y tener turno al instante —explicó Julia. —Entonces, ¿cómo es que tú sí podías conseguirlo? —preguntó Diego. —¿Tú qué crees? —replicó Julia con otra pregunta. Diego no respondió. Julia sabía que él había malinterpretado, creyendo que ella había reservado las citas con antelación. En realidad, era el propio doctor Adolfo quien le guardaba un turno especial, y cada vez Julia lo confirmaba con él. Pero no tenía intención de aclararlo. —De todas formas, tu madre ya fue operada de cataratas. Aunque no logren cita con el doctor Adolfo, en el departamento hay otros médicos que pueden atenderla —dijo Julia. Al oírlo, Cecilia avanzó furiosa y la señaló con el dedo. —¡Tú me quieres mandar con un médico cualquiera solo para matarme y dejarme ciega! Dicho esto, levantó la mano para abofetearla, pero Julia arrugó la frente y esquivó. Cecilia, sin embargo, insistió en perseguirla. El alboroto frente al consultorio hizo que el doctor Adolfo saliera. —¿Qué sucede aquí...? ¿Eh, Juli? —Se sorprendió al verla. —Doctor Adolfo... —Empezó a hablar Julia, pero Cecilia la interrumpió de inmediato. —Doctor Adolfo, ¡esta Julia es perversa! Quiere mandarme con un médico cualquiera. Yo solo confío en usted. Menos mal que pronto mi hijo se divorciará de ella y se casará con alguien realmente digna de él. —Mamá, ya te dije que Andrea y yo solo somos amigos —dijo Diego con incomodidad, sujetando a Cecilia. —¿Amigos? Tú siempre has amado a Andrea. Ahora que volvió, por supuesto debes estar con ella. ¿Y esta Julia? ¡Una huérfana! ¿Qué tiene ella para compararse con la primera mujer capitana de AeroEstrella? —Cecilia hablaba con desprecio cada vez mayor hacia Julia. La cara del doctor Adolfo se endureció. —En ese caso, será mejor que busque a otro médico. Yo la atendía por consideración a los padres de Julia. Pero si tanto la menosprecia, entonces no venga más conmigo. —¿Qué? —La familia Guzmán quedó atónita. —¡Pero si sus padres ya murieron! ¿Qué consideración puede haber? —Soltó Cecilia sin filtros. El doctor Adolfo se oscureció. —¡Cállese! ¿Quién se cree para hablar así de sus padres? Ellos habían sido mártires, héroes que entregaron su vida por la patria. Cecilia se quedó callada, temblando, aunque en el fondo su odio hacia Julia creció aún más. Diego dio un paso al frente. —Doctor Adolfo, mi madre realmente desea que usted continúe atendiéndola. —Diego tiene mucho dinero. Diga cuánto quiere y listo —añadió Nora con arrogancia. La cara del doctor se llenó de repulsión. Pero como médico, no podía rechazar a un paciente. —Muy bien, hagan la cita como corresponde. Cuando les toque el turno, yo la atenderé. Luego ordenó al personal del hospital que apartara a la familia Guzmán y llevó a Julia sola al consultorio. —¿Qué pasa, te vas a divorciar? —preguntó con preocupación. —Sí. —Asintió Julia. El doctor Adolfo no preguntó más. —Mejor así. Esa familia no está a tu altura. Tú mereces un hombre mucho mejor. Estoy seguro de que tus padres tampoco querrían verte despreciada de esa manera. Ellos estarían orgullosos de ti. Al escuchar que Adolfo mencionaba a sus padres, los ojos de Julia se humedecieron. —Supe que ya trajiste las cenizas de tus padres. ¿Las enterraste? —preguntó Adolfo. Julia negó con la cabeza. —Planeo llevarlas dentro de un tiempo a mi pueblo natal para sepultarlas. —Avísame el día que salgas. Quiero acompañarlos en su despedida. —dijo Adolfo. —Está bien —respondió Julia, con la nariz ardiéndole de emoción. Solo esperaba a que finalizaran los trámites, y entonces llevaría las cenizas de sus padres de regreso a casa. ... Al regresar esa noche a la mansión, Julia descubrió que Diego también había vuelto. Desde que Andrea había regresado a Ríoalegre, en realidad, él casi no había pasado las noches en la mansión. —Mi madre sigue esperando que, en adelante, sea el doctor Adolfo quien la atienda. Habla con él para que continúe tratándola —dijo Diego. Julia soltó una risa fría. Él realmente creía que un médico de la talla del doctor Adolfo, referente en el ámbito médico con talento y ética intachables, estaba disponible para cualquiera que lo pidiera. Había incontables enfermedades graves y casos de emergencia que requerían al doctor Adolfo. Por lo general, sus pacientes eran figuras importantes del Estado. Fue únicamente porque la madre de Julia había sido médico militar y tenía una relación cercana con él que Julia pudo convencerlo de atender a Cecilia. —Entonces puedes pedir la cita tú mismo. Adolfo es médico y no rechazará tratar a un paciente. Si logras conseguir turno, naturalmente atenderá a tu madre —respondió Julia. Diego arrugó la frente. —Además, ¿no tienes mucho dinero? Pues contrata a alguien que te consiga la cita —añadió ella. Diego abrió la boca para replicar, pero en ese instante sonó su celular. Tras escuchar unos segundos, su cara se tornó sombría. Cuando terminó la llamada, le dijo directamente a Julia: —Lo que pasó aquel día en el restaurante lo difundieron en las noticias de espectáculos. En la nota señalan que yo soy un hombre casado y, por lo tanto, cuestionan a Andrea como la tercera en discordia que arruinó un matrimonio. ¡Ahora mismo tienes que salir conmigo a aclarar que entre Andrea y yo no hay nada, que todo fue un malentendido!

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