Capítulo 3
Ángela entró cargando una caja de regalo y habló con una voz tan dulce que resultaba empalagosa: —Ángela, papá y mamá escucharon que estabas embarazada, me pidieron venir a verte.
La expresión de Ángela se volvió fría. —No quiero verte. ¡Lárgate de inmediato con todas esas cosas!
Susana asintió con una docilidad inusual y dijo con voz lastimera: —Perdóname, Ángela. No te enojes, me voy ahora mismo.
Un segundo después, Rubén entró en la habitación a paso firme.
—Susana, no tengas miedo, estoy aquí.
Luego dirigió una mirada fría a Ángela, frunciendo el ceño. —Susana vino con buena intención a visitarte, ¿por qué le gritas así?
Ángela se sintió terriblemente mal; le costaba hasta respirar. —Muy bien. ¡Entonces me voy yo!
Rubén frunció aún más el entrecejo; era la primera vez que Ángela se le oponía.
Mientras más lo pensaba, más incómodo se sentía, y terminó por decir con frialdad: —¿Qué te pasa? ¿Por qué te comportas como una loca?
Justo cuando Ángela estaba a punto de confesar la verdad, Susana intervino con tono insinuante. —Rubén, las embarazadas suelen tener mal genio. Tenle paciencia. Al fin y al cabo, Ángela lleva en su vientre a tu hijo.
Ángela se enfureció. Así que Susana también sabía que el niño era de José.
¡Los dos se habían aliado para tomarla por idiota!
De pronto, Ángela cambió de idea.
Si mostraba su enojo, Rubén seguramente voltearía la situación para culparla a ella.
Al ver que Ángela no decía nada, Rubén suavizó un poco su tono. —Sé que el embarazo te resulta difícil, pero eso no te da derecho a hacer lo que quieras. Susana es tu hermana; compórtate mejor con ella.
Dicho esto, Rubén tomó la mano de Susana y ambos salieron de la habitación.
Justo antes de que se cerrara la puerta, Susana le lanzó a Ángela una sonrisa cargada de desafío.
Ángela soltó una risa amarga, llena de rabia. Se preguntaba si Rubén seguiría tratando a Susana con tanta ternura cuando supiera que la había confundido a su verdadera salvadora.
Cuando logró calmarse, imprimió los papeles del divorcio.
Ella y Rubén no compartían bienes, pero había sido engañada durante cinco años y, además, manipulada para quedar embarazada del hijo de José.
Por esas dos razones, decidió que exigiría la mitad del patrimonio de Rubén.
Poco después, una empleada subió a avisarle que la cena estaba lista.
Al bajar, Ángela vio la mesa llena de platos que Susana adoraba. Dio media vuelta con intención de irse.
—Ángela. —Susana la detuvo—. Rubén mandó preparar todas estas delicias especialmente para ti. Aunque no tengas hambre, come un poco; no desprecies su buena intención.
Ángela apartó bruscamente la mano de Susana y esbozó una sonrisa helada. —Lo único que quieres es presumir que esta mesa está llena de tus platos favoritos.
Un destello de orgullo cruzó por los ojos de Susana, aunque fingió humildad al responder: —Ángela, no era mi intención...
Ángela soltó una risa sarcástica. —Ah, ¿no? Entonces, ¿cuál era tu intención?
—¡Basta ya! —Interrumpió Rubén, con evidente impaciencia—. Susana casi nunca viene de visita, y tú, en lugar de tratarla bien, te pones agresiva.
Aquellas palabras se clavaron directamente en el corazón de Ángela. Respiró hondo y estaba a punto de responder, pero Susana la empujó suavemente hacia la silla.
—No peleen más, comamos tranquilos.
Susana habló con un tono conciliador. Acto seguido, le sirvió sopa a Ángela con gesto solícito, como si fuera la dueña de la casa.
Ángela detestaba esa hipocresía; se levantó de inmediato, pero el plato de sopa se derramó justo sobre su brazo.
El ardor abrasador le recorrió todo el cuerpo y soltó un gemido de dolor.
—¡Ay! —exclamó Susana, fingiendo también haberse quemado.
Un instante después, Rubén corrió hacia ellas y empujó a Ángela a un lado. —¡Susana! ¿Dónde te quemaste?
Ángela perdió el equilibrio y golpeó la mesa, sintiendo un dolor punzante en la parte baja de la espalda.
Pero Rubén ni siquiera la miró; toda su atención estaba en Susana.
El amor y la indiferencia quedaron más que evidentes.
Susana negó con la cabeza. —Rubén, estoy bien... Pero me temo que, sin querer, quemé a Ángela.