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Capítulo 2

Ella publicó el precio de venta de la casa de campo por varios miles de dólares menos que el valor de mercado y, muy pronto, atrajo a muchas personas interesadas en comprarla. Cuando terminó de responder a esos mensajes, ya era de madrugada. Sin el menor rastro de sueño, Josefina abrió una aplicación que acababa de volverse popular entre las mujeres. Apenas ingresó, una publicación destacada captó su atención. [A mi novio le quedan solo dos meses para casarse con otra y hoy hice el amor con él usando el vestido de novia de su prometida. ¡Fue una sensación maravillosa y emocionante!] Los comentarios estaban llenos de insultos hacia la autora de la publicación y algunas personas rogaban que los algoritmos de las redes hicieran llegar la publicación a la prometida. La mano de Josefina tembló mientras abría el perfil de la autora. Rápidamente se desplazó hacia abajo hasta encontrar la primera publicación de esa cuenta. No había ningún texto, solo una foto. En la imagen, dos manos entrelazadas. Con un solo vistazo, reconoció el pequeño lunar en el dedo índice del hombre, así como el anillo en su dedo anular. La fecha de publicación era de hace seis meses, apenas una semana después del día en que Federico le propuso matrimonio. Josefina, atónita, miró el anillo en su dedo. Una oleada de repulsión le invadió el pecho. Un segundo después, se quitó el anillo y lo tiró por el inodoro. Sentía que algo sucio no merecía conservarse. La autora de la publicación pronto actualizó su perfil con una nueva entrada. Esta vez, el tono ya no era tan triunfalista como antes. Se notaba una súplica desesperada. [Ustedes, por favor, dejen de insultarme. Ya quedamos en que dentro de un mes se lo devolveré a su prometida]. Adjuntó una imagen de un hombre acostado de espaldas en la cama. Esa silueta le resultaba tan familiar a Josefina que sintió un escalofrío. "¿Devolverlo a mí?" "¡Hum...!" En ese instante, entendió por qué la gente, ante la impotencia, se reía. Federico no volvió en toda la noche. Por la mañana, la llamó sin dar ninguna explicación y le indicó que se encontraran en la tienda de vestidos de novia. En la tienda. Ella llegó unos minutos antes que él. Su vestido de novia colgaba en el salón VIP del tercer piso. Se veía puro, como si nada pudiera mancillarlo. —Señorita, el señor Federico ya viene en camino. ¿Qué le parece si, mientras tanto, la ayudamos a probarse el vestido? Así, cuando el señor Federico llegue, la verá con el vestido puesto, perfecta y radiante. La actitud del personal era respetuosa y cortés, aunque en sus ojos se notaba un leve matiz de compasión. Ella, con expresión fría y distante, respondió: —No hace falta. Le daba asco. Apenas terminó de hablar, una mano grande se posó en su cintura por detrás, atrayéndola hacia un pecho. Un aroma a gel de baño, entremezclado con su esencia habitual, invadió su nariz. —¿Por qué no?, ¿sabes cuánto tiempo he esperado este día? ¿Te la puedes poner para que te vea? Ella giró la cabeza y observó al hombre a su lado. Estaba arreglado, sin mostrar ni una pizca del cansancio de quien ha trabajado toda la noche. En su interior, se burló con frialdad. No había venido solo. A pocos pasos detrás de él, lo seguía una joven. Llevaba unos jeans azul claro y una camisa blanca sencilla. Su cara tenía una sonrisa dulce, inocente y encantadora. Josefina miró por encima del hombro de Federico, posando sus ojos en la muchacha. "¿Era esto otro componente de su juego retorcido para excitarse?" Federico notó su mirada y la mano en su cintura la apretó un poco más, aunque su expresión permanecía relajada. —Es una chica del equipo del socio comercial. Su carácter me recuerda un poco al tuyo cuando eras joven. Pensé que te agradaría conocerla. Le hizo una seña con la mano y la joven corrió hacia ellos con entusiasmo, extendiendo la mano hacia Josefina. —Hola, soy Andrea Morales, mucho gusto en conocerte. Josefina no le estrechó la mano. Apartó la mirada, negándose a mirarla de nuevo. Su voz sonó distante. —Andrea, es un nombre bonito. Supongo que no hay muchos hombres que puedan resistirse a los breves encuentros, ¿cierto? Al captar el tono irónico, la expresión de la joven se tornó dolida. —¿Está insinuando que soy buena con los hombres? La mano en su cintura la apretó bruscamente. Ella lo miró de reojo con desagrado. Entonces él redujo un poco la fuerza y se inclinó a su oído, susurrando: —Si estás enojada, cuando volvamos puedes gritarme o golpearme como quieras. Pero la chica es sensible. No la pongas en una situación incómoda. —Probémonos el vestido de novia ahora, ¿sí? El personal, al fin saliendo del asombro, se apresuró a tomar el vestido y le pidió a Josefina que se lo probara. Ella dirigió la mirada hacia Andrea y vio cómo sus ojos brillaban al ver el vestido. Una frialdad cruzó su mirada y habló: —¿Te gusta? Andrea no dudó ni un segundo. Respondió con firmeza: —Sí, me encanta. Tras decirlo, miró a Federico con cautela. Al notar una sombra de frialdad en su expresión, agregó, con un poco de envidia. —Aunque me guste, no todas las mujeres tienen la suerte de Josefina, de poder usar el vestido que aman y casarse con la persona que aman. Mientras hablaba, mantenía la mirada baja y en su cara se podía ver la tristeza y la desilusión. Josefina echó una mirada al hombre a su lado, cuya expresión era difícil de descifrar y le dijo, con tono apacible, al personal: —Hoy no me siento muy bien, no tengo ganas de moverme. Hace un momento noté que su figura es parecida a la mía. Que se la pruebe ella por mí. Un vestido de novia que ellos ya habían profanado... Solo con tocarlo, temía contagiarse de algo. El personal no se atrevía a actuar por su cuenta, así que miraron con cautela a Federico. Él bajó la mirada hacia Josefina con el rostro tenso. Andrea, en cambio, no se contuvo. Dio un paso al frente, con una sonrisa tan dulce como antes. —Claro, será un honor para mí probarme el vestido por ti. Mientras lo decía, extendió la mano para tomar el vestido. El personal se quedó sin palabras. No sabían cómo proceder y solo pudieron lanzar una mirada de auxilio a Federico. En los profundos ojos de él brilló un destello gélido. Su expresión era sombría y en el fondo de su mirada se ocultaba una advertencia. Andrea se mordió el labio, desorientada. Josefina apartó la mano que aún la rodeaba por la cintura, se dirigió al sofá cercano y se dejó caer. Luego dijo: —Vamos, entra de una vez. Andrea recuperó entonces la sonrisa, tomó el vestido de las manos del personal y entró al probador. Federico, arrugando la cara, se sentó junto a Josefina, con la intención de expresar su descontento, pero ella levantó la mirada y, con una sonrisa, preguntó: —¿No vas a entrar a ayudarla? Sus palabras congelaron las expresiones de todos los presentes. Las empleadas que el día anterior habían atendido a Federico y Andrea no podían evitar las ganas de gritar por dentro. Por suerte, ninguna había pedido el día libre o se habrían perdido ese espectáculo. Federico arrugó más la frente. Sus labios se apretaron en una línea recta. Su expresión era de cautela. —¿Qué estás diciendo? —No es nada, pensé que estarías dispuesto a ayudar. —Josefina sonrió y enseguida se volvió hacia el dependiente para pedir un café. Las grandes cortinas del probador se abrieron, y Andrea, vestida con el traje de novia, se quedó de pie en el centro, con una expresión tímida y recatada. Su sonrisa era encantadora. Ese vestido, diseñado para Josefina, parecía hecho a medida para Andrea. Ella giró la cabeza y observó la expresión de Federico. En el fondo de sus ojos había una sonrisa carente de calidez y le preguntó: —¿Te gusta cómo se ve? Él se mantenía sombrío, evitando mirar hacia donde estaba ella. Su voz, aunque baja, sonó fría y altiva. —Josefina, ¿qué clase de espectáculo estás dando? Ella no respondió. Tomó su café y comenzó a caminar hacia Andrea. Al verla acercarse, levantó las manos para cubrirse la cara, pensando que le arrojaría el café. Pero el ardor que había anticipado no llegó a su rostro. En cambio, lo primero que se oyó alrededor fue un grito ahogado de asombro. Andrea bajó lentamente las manos, miró hacia abajo y vio que el carísimo vestido de novia que llevaba puesto ya estaba manchado con una fea salpicadura marrón. El personal de la tienda se apresuró a sacar servilletas para limpiarlo, pero la mancha no salía por más que lo intentaban. Josefina la observaba con una expresión imperturbable. En su rostro apareció una mueca helada. —Una prenda que ya está manchada sin remedio... ¿Cómo se supone que me la devuelvan completa? Andrea se quedó pálida, paralizada, sin saber qué hacer. Federico arrugó la cara. Con el rostro tenso, dio unos pasos apresurados, tomó a Josefina por la muñeca y trató de llevársela del lugar. Josefina se dejó llevar por el impulso y levantó la mano, descargando una cachetada sobre el rostro de Federico. Se escuchó el sonido de una cachetada. El aire se volvió silencioso. Había puesto casi toda su fuerza en ese golpe, su mano quedó tan adormecida que le hormigueaba la palma. Federico la miró con el rostro sombrío, y en sus ojos se reflejaba una frialdad indescriptible. El personal de la tienda no se atrevía ni a mirarlo. Incluso, Andrea contenía la respiración, sin atreverse a emitir ruido. Desde que la Compañía Viento del Este había asegurado su posición en Costadorada, Federico jamás había sido humillado en público. Mucho menos había recibido una cachetada de una mujer. Josefina observó la mirada fría y feroz del hombre. Su corazón latía con fuerza. La diferencia física entre hombres y mujeres era demasiado grande, si él decidía devolver el golpe, ella no tendría oportunidad de resistirse. Él bajó la mirada, notando el leve temblor de sus pestañas. Exhaló suavemente y, con un gesto tranquilo, la abrazó por la cintura. —¿Ya te desahogaste?

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