Capítulo 43
Los dedos del hombre eran largos, de nudillos marcados y piel clara. Su mano, fría como el jade, se posó sobre la de Catalina con una sensación extraña y sutil. El roce de sus yemas, cubiertas por una fina capa de callos, generaba una mezcla peculiar de firmeza y delicadeza.
Catalina arrugó los labios e, instintivamente, intentó retirar su mano.
Pero Alejandro apretó los dedos, sujetándola con fuerza.
Catalina, por supuesto, no podía forcejear frente a Pedro ni hacer nada que comprometiera su imagen. Solo le quedó endurecer el rostro y aguantarse en silencio.
—El señor Pedro tiene razón. —La voz de Alejandro era clara como el agua, y su rostro no mostraba el menor atisbo de enojo. —Fue una negligencia mía. Lo reconozco.
Alejandro no intentó justificarse ni buscar excusas. Admitió su error con total serenidad, lo que, paradójicamente, dejó a Pedro sin palabras.
No fue sino hasta que comenzaron a servir los platillos que la tensa y extraña atmósfera finalmente empezó a disiparse un poco.

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