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Capítulo 15 Estás un poco bonita

—¡Dolores! —Fabián arrugó la frente. —Ella te trata de esa manera y aun así quieres invitarla a cenar, ¿para qué? —Pero, Fabián, quizá Susana en toda su vida no haya tenido la oportunidad de venir a un restaurante como este —respondió Dolores, volviendo la mirada con los ojos llenos de aparente compasión. ¡Dolores era demasiado bondadosa! Fabián suspiró en silencio, le revolvió el cabello con ternura y luego miró a Susana con un desprecio absoluto. —Ya que Dolores lo pide, te daré esta oportunidad. Solo inclínate y discúlpate con ella, y entonces te llevaremos a cenar. Susana estaba incrédula. —¿Ustedes están actuando en una obra? ¿En qué momento dije que quería cenar con ustedes? Los ojos de Dolores brillaron con burla, aunque su voz sonó suave. —Susana, sé que te da pena, pero este lugar requiere reservación anticipada. A menos que pagues el triple, no podrías entrar. Y aun si lo hicieras, el consumo promedio es de más de quinientos dólares por persona. ¿Segura que no quieres unirte a nosotros? Estaba convencida de que Susana no dejaría pasar una oportunidad gratuita. Pero Susana se mostró aún más serena. —¿El triple del precio? ¿Ustedes están en mesas comunes? —¡Y ni siquiera esas podrías alcanzar! —Se irritó Fabián, enfurecido porque ella, encima, los menospreciaba. Dolores también se quedó sin palabras. ¿Cómo podía Susana, una muchacha salida del campo, mostrarse tan hipócrita? ¡Quinientos dólares eran lo que en el campo alcanzaba para la comida de todo un año! Cuando Dolores estaba a punto de insistir, el gerente apareció apresurado. Ellos, que querían cenar allí, sabían que debían ganarse su favor. Dolores lo reconoció enseguida y se sorprendió. —Fabián, ¿por qué vendrá el gerente hacia aquí? Fabián reflexionó un instante. —Seguro viene a buscarme. Quizá se enteró de que mi empresa tecnológica acaba de salir a bolsa... Efectivamente, el gerente se dirigía hacia ellos. Fabián alzó la comisura de los labios y lanzó a Susana una mirada altiva. Esa Susana vulgar jamás podría disfrutar de lo que ellos vivían. —Señorita, su invitado ya la espera. Permítame acompañarla a su salón privado —dijo el gerente con suma deferencia. Pero el destinatario de sus palabras fue Susana. Ella asintió y se marchó con él, sin dedicarle ni una sola mirada a Dolores ni a Fabián. Ambos se quedaron atónitos. ¿Susana en un salón privado? Aunque la familia Valdez era acomodada, nunca habían llegado a tanto. Los salones privados exigían un consumo mínimo de diez mil dólares. Una sola cena podía costar decenas de miles. Ni siquiera la familia Valdez era tan derrochadora. Al recordar lo que habían dicho antes, sintieron como si los hubieran abofeteado varias veces. La humillación les ardía en la cara. —¿Cómo puede ser...? —Dolores apretó los puños, el semblante lleno de contradicciones. —¡Ja! Seguro está siendo mantenida. —Escupió Fabián con frialdad e ira. —Quiero ver quién es el que la sostiene. En el salón privado. Julián ya había llegado. Tomaba café, vestido con un traje de alta costura hecho a la medida que resaltaba sus anchos hombros y su estrecha cintura. Su porte distinguido irradiaba una elegancia y autoridad casi irreal en aquel entorno. Por alguna razón, Susana recordó las palabras de su amiga. Conquistar a Julián no sería una pérdida. Era verdad: su apariencia y su físico eran impecables. —¿Ya terminaste de mirarme? —La voz profunda y magnética del hombre la sacó de su ensimismamiento. Sobresaltada, Susana tomó asiento. —Mira lo que quieras pedir. —Ya ordené. Ahora te toca a ti —dijo Julián, entregándole el menú con sus dedos largos y bien definidos. Al recibirlo, Susana rozó sin querer su mano fría. Sus dedos temblaron apenas antes de apartarse. Lo observó con atención: él mantenía la mirada baja en su celular. Ese gesto tan sencillo, en él, se volvía lleno de un aire desenfadado y aristocrático, imposible de ignorar. Susana bebió un sorbo de agua. Ambos permanecieron en silencio. Tal vez, pensó, después de esa cena Julián no volvería a buscarla. La diferencia entre ellos era demasiado grande. La comida llegó pronto, y Susana la disfrutó. Mientras saboreaba los platillos, Julián le acercó el último. Ella lo miró, sorprendida. —¿No te gusta? —No me gusta arrebatar lo que otro valora —respondió él, con voz grave y magnética, sus ojos negros fijos en los de ella. Susana se desconcertó. —¿Tengo algo en la cara? —Sí. Ella, instintivamente, llevó la mano a su mejilla. —Estás un poco bonita —dijo Julián.

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