Capítulo 26

El traje de novia de Amelia no tenía encajes elaborados; era sencillo, una túnica de satén que, bajo la luz de la luna, resplandecía con un brillo nacarado. Juan vestía una camisa blanca, las mangas remangadas hasta los codos y la corbata ya aflojada. Él le tomaba la mano, y en el observatorio situado en la cima del Macizo de las Sombras, intercambiaron los anillos. Debajo, solo una docena de buenos amigos; el tintinear de las copas de champán se mezclaba con el viento de la montaña, tan claro y nítido como si fueran estrellas deshaciéndose en el aire. —Pensé que querías una boda más grandiosa.—Murmuró Juan, inclinándose para tratar de besarle la punta de los dedos. Amelia miró hacia la Vía Láctea y le respondió: —Solo quien ha estado bajo todos los focos sabe cuánto vale el silencio. Un camarero trajo una montaña de regalos, entre los cuales destacaba especialmente una caja de ébano. En el instante en que Amelia levantó la tapa, Juan notó con claridad el temblor de sus dedos. El rosa