Capítulo 4
Amelia estaba sentada en la zona VIP del auditorio, rodeada por el suave murmullo de los instrumentos y la sonrisa afectuosa de Xavier frente a ella.
Él se inclinó para ajustarle el chal con delicadeza y le preguntó en voz baja: —¿Tienes frío?
Ella lo negó, aunque, por instinto hizo mala cara.
Xavier lo notó de inmediato: —¿Te ha bajado la regla?
Ella sintió el flujo cálido y reconfortante bajo su cuerpo y respondió al instante.
La mano tibia de Xavier se posó sobre su vientre y comenzó a masajearlo con suavidad con una voz llena de culpa: —¿Te duele mucho? ¿Quieres que volvamos a casa?
Amelia lo negó de nuevo.
Al ver que no podía convencerla, Xavier no tuvo más remedio que llamar a su asistente para que trajera productos de higiene femenina y algunas compresas térmicas.
Durante todo ese tiempo, su atención estuvo centrada en ella: de vez en cuando le masajeaba el vientre, le preguntaba en voz baja si quería agua caliente, una manta en fin... La cuidaba con tanta dedicación como si siguiera siendo su mayor tesoro.
Media hora después, alguien se acercó algo apresurado y le susurró al oído: —Jefe Xavier, ya han traído las cosas.
Amelia y Xavier miraron hacia atrás al mismo tiempo...
Era Natalia.
Llevaba una bolsa de papel en la mano, el cabello un poco húmedo y el rostro aún pálido.
El rostro de Xavier cambió al instante: —Tu herida acaba de sanar, ¿quién te permitió venir? ¿No le pedí a Jaime que se encargara?
Natalia mordió nerviosa su labio y respondió con voz suave: —El asistente Jaime está negociando un proyecto. Me daba miedo que la señorita Amelia sufriera, y también tenía miedo que usted se impacientara, así que vine yo misma...
Mientras hablaba, le entregó la bolsa con sumo cuidado y añadió: —Está lloviendo fuerte afuera. Olvidé traer paraguas... pero no se preocupe, las compresas térmicas y los productos de higiene los protegí bien; no se mojaron ni un poco.
Xavier mostró fluctuantes emociones, pero al final tomó la bolsa y se la entregó a Amelia: —Cariño, te acompaño al baño para que te cambies.
Amelia no dijo ni una sola palabra, tomó las cosas y se dirigió al baño.
Cuando salió, Xavier, que había dicho que la esperaría afuera, ya no estaba allí.
Estaba a punto de marcharse cuando oyóun repentino ruido proveniente del baño de al lado.
Se acercó y vio...
Xavier tenía a Natalia acorralada contra el lavamanos y la besaba con cierta intensidad.
Natalia intentaba resistirse, pero solo a medias: —No... la señorita Amelia todavía te está esperando...
—Ahora ella no importa.—la voz de Xavier sonaba apasionaday.—¿Sabes el susto que me diste al venir bajo tanta lluvia?
—Solo tenía miedo de que la señorita Amelia estuviera incómoda esperando... y si tú la veías mal, también te pondrías mal... —la voz de Natalia temblaba, al borde del llanto.— Me preocupas solo quiero que seas feliz...
Xavier pareció conmoverse cada vez más y la besó con mayor profundidad; Natalia no pudo evitar soltar un repentino gemido.
Él sonrió con malicia, con voz tierna: —¿Ya lo sientes?
Natalia, sonrojada, lo empujó: —Ve a acompañar a la señorita Amelia, yo... yo puedo arreglármelas sola...
—¿Cómo lo vas a arreglar tú sola? —La voz de Xavier era cariñosa y un tanto burlona.—Para este tipo de cosas, necesitas que un hombre te ayude para sentirte bien.
Su mano descendió con cierta lentitud.
Después se escucharon los suaves roces de la ropa, la respiración contenida de Natalia y la voz baja y seductora de Xavier: —Tranquila, relájate y verás...
Afuera, Amelia sentía cómo el dolor le desgarraba el pecho.
Sin pensarlo recordó su primer beso.
Cuando tenía dieciocho años, él la tomó del rostro bajo un cielo cubierto de fuegos artificiales y le preguntó con sumo cuidado: —Amie, ¿puedo besarte?
Ella sorprendido con el rostro enrojecido. Él se inclinó y la besó, con tanta ternura como si sostuviera un tesoro frágil entre sus manos.
Recordó también la primera vez que hicieron el amor.
Él fue comedido y paciente; le preguntó una y otra vez si le dolía y, solo cuando ella lo negó, se atrevió a poseerla por completo. Después la abrazó durante mucho tiempo, prometiéndole que la cuidaría toda la vida.
Pero ahora, él estaba en el baño, usando sus propios dedos para tratar de complacer a otra mujer.
¡Xavier, Xavier, en realidad me has traicionado por completo!
Sentía como si le arrancaran el corazón en dos; el dolor la hacía tambalearse una y otra vez.
Retrocedió, tambaleante, y sin querer chocó con un jarrón decorativo que se encontraba junto a la pared.
—¿Quién está ahí afuera? —La voz de Xavier, fría y autoritaria, se escuchó de repente.