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Capítulo 6

Amelia tuvo un sueño larguísimo. En ese sueño, Xavier tenía catorce años y todavía vestía el uniforme del colegio; en la comisura de sus labios había un moretón, pero sonreía con desesperacion y arrogancia. Mientras ella le aplicaba el medicamento, con los ojos enrojecidos, lo reprendía: —¿Estás loco? ¿Uno contra treinta? ¡Aunque fueras Superman, no deberías pelearte de esa manera! Él arqueó las cejas con cierta indiferencia: —¿Y quién les manda a esos matones a robarte el dinero? No permitiré que te intimiden. Xavier levanto su rostro, con la mirada ardiente y seductora: —Mientras yo esté aquí, no dejaré que nadie te haga daño. En el sueño, Amelia lloraba desconsolada, sin poder evitar llamarlo por su nombre: —Xavier... Pero él, como si no la oyera, tomó la mano de la Amelia de catorce años y se alejó con ella. La escena cambió de repente... En la realidad, Xavier protegía a Natalia, permitiendo que ella resultara herida; la sangre teñía la visión de rojo. Amelia abrió los ojos de golpe, con las lágrimas empapando la funda de la almohada. Aún no había terminado de reaccionar, cuando, unos segundos después, vio a Natalia en la habitación del hospital, llorando desesperada mientras se lanzaba a los brazos de Xavier: —¿Qué hago? Todo fue culpa mía... No debí tirar de esa cuerda. Si no lo hubiera hecho, la señorita Amelia no habría tenido ningún accidente... Castígame, por favor... Xavier, resignado, le secó las lágrimas: —¿De verdad quieres que te castigue? Natalia, sollozando, sorprendida respondió: —Sí, cuando uno hace algo malo, debe ser castigado; si no, no podré dormir... Xavier soltó una risa graciosa y le pellizcó la mejilla: —Entonces, llámame "cariño". Natalia se quedó asombrada: —¿...Qué? —Llámame. Ella, sonrojada, murmuró en voz baja: —...Cariño. Xavier le revolvió el cabello y le habló en un tono de tono suave: —Ya que me llamas cariño, ahora debes hacerme caso. Este asunto lo resolveré sin problema, no tienes de qué preocuparte. Natalia no tuvo más remedio que marcharseobediente. Amelia observó todo en completo silencio y, sin darse cuenta, sus dedos empujaron el vaso de agua sobre la mesita de noche. "¡Paf!" Xavier se dio la vuelta de manera brusca; solo en ese entonces se dio cuenta de que ella estaba despierta. Se acercó apresurado, con el rostro lleno de preocupación: —Amie, ¿cómo te sientes? ¿Te duele algo? Le tomó la mano, el tono lleno de remordimiento: —Lo siento, en ese momento todo fue tan caótico que confundí a las personas... Amelia cerró los ojos, sin desmentir ni por un instante su mentira. Solo preguntó en voz baja: —¿Dónde está Natalia? El rostro de Xavier cambió de repente, pensando que ella iba a buscarle problemas a Natalia, y enseguida le explicó: —Ella no lo hizo a propósito... pero, sin duda alguna, fue su culpa. Ya la he castigado. Amelia recordó la escena de hace un momento, cuando él hizo que Natalia lo llamara "cariño", y pensó... "¿Ese tipo de castigo tan estúpido?" "Eso, en efecto... era bastante severo." Ella no dijo ni una sola palabra. No le preguntó con rabia por qué se había equivocado de persona, ni le reprochó histérica su favoritismo. Con sencillez y con calma dijo: —Tengo hambre. Xavier se quedó desconcertado. La miró a los ojos y, por fin, percibió algo extraño. Ella estaba demasiado tranquila. Tan tranquila... como un lago muerto. Sin pensarlo abrió la boca, queriendo decir algo, pero Amelia repitió una vez más: —Tengo hambre. Eso terminó de perturbarle sus pensamientos. Solo pudo contener su inquietud y respondió con cierta dulzura: —Está bien, cariño, enseguida salgo a comprarte algo de comer, espérame. Tomó las llaves del auto y se marchó a toda prisa. Tan pronto la puerta se cerró, Amelia ya no pudo contener por más tiempo las lágrimas y estas brotaron a raudales. Pero enseguida se las secó con la mano. Miró por la ventana; la luz del sol era deslumbrante, pero no lograba iluminar su corazón. Solo se es histérico por amor, solo se pelea por odio. Pero ahora, hacia Xavier... Ya no sentía ni amor, ni tampoco odio.

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