Webfic
Open the Webfic App to read more wonderful content

Capítulo 3

Cuando llegó con su equipaje a la casa de su hermana, Silvia Flores, le resultó difícil explicar su situación. Había salido de la villa Nube Serena sin llevarse nada, solo con veintiocho dólares en efectivo. Durante los tres años de matrimonio, las continuas discusiones le habían causado una profunda depresión. No se atrevía a salir ni a ver a nadie; pasaba los días en la villa perfeccionando su arte culinario. Aunque se quemara las manos hasta llenarlas de ampollas sangrantes, no le importaba: aún amaba a Salvador y deseaba salvar una relación que se desmoronaba. Pero, por más veces que ella cocinaba, él nunca probaba sus platillos. Silvia no era su hermana de sangre. Las dos habían huido juntas del pueblo cuando eran jóvenes. Silvia fue acogida rápidamente por una familia y, ahora casada, vivía con su pareja en un piso de setenta metros cuadrados, llevando una vida sencilla y cálida. Tiempo después, Lorena conoció a Salvador. Cuando estaba a punto de morir de hambre, él le arrojó un panecillo. Ella, sin la menor vergüenza, se aferró a él, y juntos fueron de un lugar a otro, trabajando y ganando dinero. Aún le caían gotas de agua por todo el cuerpo. Lorena se secó la cara suavemente y presionó el timbre. Silvia, vestida con pijama, abrió la puerta con sorpresa, mientras desde el dormitorio se oía la voz impaciente de su marido: —¿Quién es? Silvia la hizo pasar y fue enseguida al baño a buscar una toalla limpia. —Lorena, ¿por qué vienes a estas horas? Estás empapada, ¿discutiste con Salvador? —Silvia, ¿puedo quedarme aquí esta noche? —Claro, hay un dormitorio libre, aunque es pequeño. Espero que no te importe. Silvia le entregó un pijama nuevo y fue rápidamente a hacerle la cama. El baño era muy estrecho, apenas cabían dos personas, pero tenía una separación entre la zona seca y la húmeda. En las esquinas se acumulaban restos de sarro marrón que el tiempo no había borrado. Lorena se dio una ducha rápida y, avergonzada por la hora, no se secó el cabello con el secador; se metió directamente en el dormitorio. La habitación era, efectivamente, diminuta: además de una cama de metro y medio, solo había una mesa de medio metro de ancho. Escuchó la voz del marido de su hermana desde el dormitorio principal. —¿Quién era? —Lorena. Debe haber discutido con Salvador. —¿La esposa de un hombre rico viniendo aquí? ¿Sabes quién es Salvador? Llevo tres años trabajando en los niveles bajos de la Corporación Luminis y ni siquiera he podido verlo una vez. —Ya basta, Lorena es mi hermana. El murmullo cesó. Lorena se secó el cabello; sus mechones negros y brillantes estaban envueltos en la toalla, dejando asomar las puntas húmedas que goteaban. Las cubrió de nuevo con la toalla y se recostó en la cama. A las siete de la mañana, se oyeron ruidos de ollas y platos desde fuera. Su cabello se había secado de forma natural durante la noche, pero tenía dolor de cabeza; aun así, se obligó a levantarse. Sobre la mesa había cinco pequeños platillos. Su cuñado, Yago Rojas, estaba colocando los platos cuando la vio y la saludó con entusiasmo: —¡Lorena, ven a sentarte! Esta mañana fui temprano a comprar pescado, Silvia preparó una sopa buenísima. Ambos eran empleados de oficina y, normalmente, se conformaban con unas rebanadas de pan para el desayuno. Pero por la visita de Lorena, habían preparado una comida más elaborada. Silvia trajo tres cuencos de arroz y le sonrió. —Come, anda. La piel de Lorena era tan blanca que parecía brillar. Desde los doce años, cuando se había aferrado obstinadamente a Salvador, él nunca la había tratado mal. A esa edad, cuando el corazón empieza a despertar, ella creyó que era amor, sin saber que él solo la veía como a una hermana. Bajó las pestañas; el dolor de cabeza la hacía ver pálida. Yago, siempre efusivo, le acercó un plato de costillas. —Silvia se levantó a las cinco para cocinar. Lorena, ¿sabías que trabajo en la Corporación Luminis? Mi jefe pasa el día adulando a los superiores; ayer hizo llorar a una chica del departamento. Dicen que ella entró por contactos. A mí ya me han bajado el sueldo dos veces, ¿podrías hablar con Salvador por mí? Silvia lo fulminó con la mirada, pero Yago solo sonrió. Silvia enseguida sirvió un cuenco de sopa de pescado para Lorena. —Tienes mala cara; anoche te mojaste con la lluvia. Bebe un poco de sopa para calentarte, y no hagas caso a Yago. Lorena levantó la vista; en su semblante pálido se reflejaba un leve rubor enfermizo. —Cuñado, lo siento. Salvador y yo nos estamos divorciando. La frase cayó sobre la mesa y, por unos segundos, reinó el silencio. En el semblante de Yago apareció una expresión de sorpresa fugaz, y luego preguntó: —¿Entonces te habrá dado la mitad de su fortuna, no? Lorena, aunque él te pagó la mejor universidad, recuerdo que te casaste justo al graduarte y nunca trabajaste. Seguro que no sabes administrar el dinero. Me preocupa que, con tanto dinero encima, alguien te engañe. —¡Yago! Lo reprendió Silvia. Yago se calló, tomó un poco de comida y empezó a comer. Silvia conocía a Lorena desde niñas. Las dos habían llegado juntas a la gran ciudad de Altoviento, como dos gotas de lluvia perdidas en un vasto océano, luchando solo por sobrevivir. Ella tuvo la suerte de ser adoptada, mientras Lorena y Salvador vagaban de un trabajo a otro. Por fortuna, Salvador siempre se había portado bien con ella: aunque se agotara, la ayudó a estudiar. Silvia respiró hondo. —Guarda bien tu dinero. Si piensas comprar una casa, puedo pedirle a Yago que te asesore; tiene un amigo que se dedica a... —No tomé ni un solo centavo suyo. La interrumpió Lorena sin levantar la voz. —Él no me dio dinero. El semblante de Yago se ensombreció. Retiró el plato de costillas, comió la mitad con rapidez y, al levantarse, murmuró: —Ah, casi lo olvido. En unos días mamá vendrá a hacerse unos exámenes. Prepara la habitación de invitados; primero deben hospedarse los de la familia. Silvia no dijo nada. La puerta del salón se abrió y se cerró. Yago se había marchado. De pronto, toda la comida sobre la mesa perdió su aroma. —Silvia, lo siento. No quería ponerte en una situación incómoda. Los ojos de Silvia se humedecieron y suspiró. —No me incomodas. Pero, ¿cómo llegaron a esto? Recuerdo que antes él te trataba muy bien. Aquella vez que trabajabas a escondidas y él te reprendió, trabajaba en cinco empleos al día, pagaba la matrícula de ambos, las becas, todo lo invertía en ti. ¿Te acuerdas del año del accidente? Casi quedas discapacitada, y él no durmió en semanas, ganando dinero como traductor. ¿Cómo es posible que ahora, con dinero, todo haya cambiado así...? La garganta de Lorena dolía; tragar saliva era un suplicio. Precisamente porque el pasado había sido pobre pero hermoso, se había aferrado a ese hilo frágil como una telaraña durante siete años más, hasta que las heridas la convencieron de soltarlo. —Silvia, por la tarde saldré a buscar trabajo. —Lorena, si necesitas llorar, llora. Pero no podía. En tres años de matrimonio ya había derramado todas sus lágrimas. Después de comer, insistió en lavar los platos. Silvia, al ver esas manos largas y delicadas cubiertas de grasa, sintió compasión. —Tus manos no son para estos quehaceres. Antes, aunque Salvador fuera pobre, nunca te dejaba hacer nada. Lorena se quedó inmóvil. Un dolor punzante, denso y continuo, le subió al pecho, dejándola sin aliento. Silvia tenía que ir al trabajo, así que se marchó apresurada. Lorena permaneció sola hasta el mediodía. Luego tomó sus documentos y fue al Registro Civil. Pero esperó hasta la una, y Salvador no apareció. Sacó el teléfono y le llamó. Como siempre, no contestó. Entonces marcó el número de Raúl. —Raúl, ¿dónde está Salvador? —Señora Lorena, el señor Salvador está de viaje de negocios. Quizás regrese en tres días. Durante esos tres años, solo a través de Raúl podía saber los movimientos de Salvador. Sentada en la silla, Lorena sintió que todo le daba vueltas. Apoyó los codos en las rodillas, agotada. —¿Podrías enviarme su agenda de los próximos días? Quiero ver cuándo tendrá tiempo. Raúl miró con incomodidad al hombre sentado frente a él: aquel hombre emanaba una frialdad cortante, como si mantuviera a todos a una distancia imposible de cruzar.

© Webfic, All rights reserved

DIANZHONG TECHNOLOGY SINGAPORE PTE. LTD.