Capítulo 6
De pronto, Andrea abrió los ojos y se encontró acostada en el hospital.
No había muerto, ya que aquel viejo edificio solo tenía cuatro pisos y, gracias a que el toldo amortiguó la caída, logró sobrevivir de milagro.
Sin embargo, tenía tres costillas rotas y cada respiración le provocaba un profundo dolor.
—¡Cariño, por fin despertaste!
Jaime, tras recibir la noticia, llegó volando, parecía agotado, como si llevara varios días sin dormir: —Ahora Yolanda también puede estar tranquila. No tienes idea de lo culpable que se siente; ha estado tan asustada estos días que ni siquiera ha podido comer.
Así que había estado cuidando a Yolanda todo este tiempo.
Andrea retiró con rabia la mano y, con tono aterrador, respondió: —Con tus cuidados, seguro vivirá hasta la vejez.
Jaime se detuvo en seco, su mirada se volvió sombría.
—¿Por qué tienes que hablar de esa forma tan déspota? Yolanda es mi subordinada, está sola en una ciudad extraña y es mi deber cuidarla. Además, si no fuera por ti, ¿tendría que haber pasado por todo esto?
Al final, todo siempre terminaba siendo culpa de Andrea.
Ella cerró los ojos, sin deseos de seguir discutiendo.
En ese momento, Yolanda llamó por teléfono: —Jaime, ¿dónde estás? Estoy sola y tengo mucho miedo.
—No tengas miedo, ya voy.
Jaime se levantó pensativo y, de pronto, como recordando algo, suspiró y dijo: —Andrea, tú cuentas conmigo y con el mejor equipo médico, pero la pobre Yolanda no tiene a nadie. No le pongas las cosas difíciles.
Después salió de la habitación sin mirar atrás.
Pero para Andrea, él ya se había ido hacía mucho tiempo.
En los días siguientes, Jaime no regresó.
A ella eso ya no le importaba. Solo siguió las indicaciones de los médicos al pie de la letra y se concentró en recuperarse hasta poder recibir el alta.
Pero el día que iba a salir del hospital, la empresa tuvo problemas.
Andrea fue convocada a una reunión urgente: Yolanda había filtrado información confidencial a los socios y la junta directiva exigía por unanimidad a Jaime que la despidiera.
—De verdad, no fue mi intención...
Yolanda lloraba desconsolada.
Pero nadie la compadecía; al contrario, la acusaban cada vez con más fuerza, provocando una ola de reproches en la sala.
—¡Basta ya!
Jaime intervino con severidad: —Yo confío en Yolanda, sé que no lo hizo a propósito. Además, he decidido transferirle el veinte por ciento de mis acciones. Ahora es socia, no empleada, por lo tanto, nadie tiene derecho a despedirla.
Al escuchar esto, Andrea quedó atónita.
A ella le costó diez años de esfuerzo obtener ese porcentaje, pero Yolanda, en menos de un mes, lo recibió como un simple regalo.
Antes, él le prometió que la propiedad de la empresa sería solo de los dos.
Ahora, para proteger a Yolanda, no dudaba en compartir ese poder con una tercera persona.
Tal como sucedía con su matrimonio.
El amor de Jaime ya no era solo para Andrea, sino que lo había entregado con mayor intensidad y descaro a Yolanda.
Andrea bajó con amargura la cabeza y esbozó una leve sonrisa, pero sus uñas se hundieron en la palma de su mano, soportando todo el dolor.
Con la protección de Jaime, la junta no pudo protestar.
Los accionistas fueron saliendo resignados uno a uno, y cuando Andrea estaba a punto de irse, dos policías entraron en la sala.
—Buenas tardes. Hemos recibido una denuncia indicando que Yolanda, de su empresa, ha sustraído y vendido información confidencial. ¿Está aquí esa persona?
El ambiente se congeló de inmediato.
Yolanda se escondió temerosa detrás de Jaime, tomando su mano en busca de ayuda.
Jaime guardó silencio durante un buen rato y, finalmente, dijo: —No fue ella.
Todas las miradas llenas de asombro se dirigieron a él.
Luego continuó: —Ya investigamos el caso internamente, y no fue Yolanda la responsable. La verdadera autora es… Andrea.
Apenas terminó de hablar, la señaló con el dedo.
De pronto, el mundo pareció detenerse.
—¿Qué dijiste? —Preguntó Andrea, incrédula, con la voz temblorosa—. Repítelo, ¿quién fue?
Jaime se acercó con firmeza y le tomó la mano.
Con descaro le susurró con tono persuasivo: —Si Yolanda acaba con antecedentes, nunca podrá volver a trabajar en el sector. Pero tú eres distinta. Yo me encargaré de ti toda la vida.
—Tranquila, pronto me encargaré de sacarte de todo esto.
Luego le entregó una memoria USB a los agentes y, con aire de rectitud, declaró: —Aquí está la evidencia que recopilamos. Andrea es la responsable.
Incluso el falso testimonio ya estaba preparado; no tenía escapatoria alguna.
Andrea sintió que la sangre se le iba de la cara, y sintió un frío que le subía desde los pies hasta el corazón.
Soltó furiosa la mano de Jaime y lo miró entre lágrimas.
Cinco años atrás, durante aquella gran propuesta de matrimonio, él también le prometió que la cuidaría toda la vida.
Así que... Eso era lo que realmente significaba.
Andrea, qué tristeza.