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Capítulo 8

Al escuchar esto, el corazón de Andrea comenzó a latir desbocado. Sabía que, sin lugar a dudas, Jaime elegiría a Yolanda. Aunque ya se había mentalizado para ser abandonada por él, no pudo evitar que una oleada de dolor la invadiera. Sin embargo, Jaime no titubeó y respondió con firmeza: —¡No voy a elegir, a las dos las quiero vivas! Andrea quedó desconcertada. Yolanda, por su parte, apretó los dientes con rabia. Aun así, sollozando, dijo: —Jefe Jaime, no se preocupe por mí, todo esto fue por mi culpa. Permítame a mí acabar con esto de una vez por todas. Apenas terminó de hablar, se liberó con brusquedad del hombre que la sujetaba. Acto seguido, Pablo perdió el equilibrio y dejó caer el encendedor. En cuestión de segundos, todo empezó a arder. Enfurecido, Pablo arrojó a Yolanda hacia las llamas y luego cortó la cuerda que sostenía a Andrea. Ambas quedaron al borde del abismo. Mientras Andrea caía al mar, solo alcanzó a ver a Jaime, pálido de terror, corriendo hacia ellas. Pero no fue hacia ella precisamente, sino hacia Yolanda. —¡Yolanda! Jaime se lanzó asustado entre las llamas y sacó a Yolanda, que yacía en el suelo. Andrea, en cambio, se hundió en el fondo del mar. Al final, él sí tomó una decisión. ... Al recobrar el sentido, Andrea descubrió que estaba acostada en una sala de operaciones. Jaime estaba frente a ella, enfurecido. —Andrea, ¿por qué tuviste que armar todo este plan junto a Pablo? ¿Creíste que podrías engañarnos? Estoy decepcionado de ti. Andrea quedó estupefacta, sin comprender a qué se refería. Jaime, cada vez más enfadado, continuó: —Yolanda ya me lo explicó todo. Como no querías aceptar tu culpa, tramaste este plan para perjudicarla. ¡Eres increíblemente cruel! Andrea sintió un profundo vacío en el corazón, comprendiendo la situación. No sabía qué había hecho Yolanda para que Jaime creyera al pie de la letra que todo era culpa de Andrea. —No fui yo, yo no hice nada... Con la voz ronca y débil tras haber tragado demasiada agua, Andrea intentó incorporarse para explicarse, pero la ira de Jaime fue aún mayor: —¡Ya basta de estupideces! No quiero escuchar más excusas. Andrea quedó inmóvil y guardó por unos minutos silencio. Sí, ¿para qué explicarse? Por mucho que intentara justificarse, Jaime siempre creería ciegamente en Yolanda. ¿Qué sentido tenía seguir hablando? —¿Y entonces? Frustrada, ella alzó la mirada y, con ironía, preguntó: —¿Esta vez también quieres castigarme por ella? El tono despreocupado de su voz solo logró que la indignación de Jaime aumentara aún más. —Por supuesto que vas a pagar con el mismo precio. Jaime, con las venas del cuello marcadas por la furia, gritó a todo pulmón: —¡Por tu culpa, Yolanda está con quemaduras muy graves y necesita con urgencia un injerto de piel! ¡Ahora van a utilizar tu piel para salvarla! Andrea quedó petrificada ante semejante brutalidad. ¿Cómo podía Jaime ser tan cruel con ella? —¡No quiero! Andrea intentó saltar de la camilla, pero al instante varios guardias la sujetaron con fiereza sobre la mesa de operaciones. Jaime, aún más siniestro, sentenció: —No hay nada que discutir. Y despreocupado se dio la vuelta y salió del quirófano sin mirar atrás.

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