Capítulo 3
Pero antes de que pudiera terminar de hablar, Viviana la interrumpió. —Papá, mamá, está bien. Yo le creo. Seguro que está de mal humor por haberse levantado, no lo hizo a propósito.
Dolores la miró con ese aire hipócrita y solo sintió náuseas.
Cuando Viviana había regresado, ella también había sentido lástima por esa hermana que había sufrido mucho.
Ingenuamente, le regaló su peluche favorito, sin imaginar que esa "pobre" hermana le traería tanto dolor.
Al principio eran solo pequeñas cosas.
Viviana cortó las flores que Amelia había cuidado con esmero, pero dejó las tijeras en su habitación y dijo que había sido ella quien las cortó.
Ella rompió el jarrón antiguo de la colección de su papá, pero la engañó para llevarla junto a los restos y dijo que ella lo había roto.
Con el tiempo, las cosas se volvieron cada vez más absurdas.
Ella había preparado durante medio año una competencia, pero Viviana perdió su credencial de participación y aun así dijo con fingida tristeza que había sido sin querer.
Incluso, se lanzó al río y dijo que ella la había empujado.
Y cada vez, los padres de Dolores la regañaban.
Cuando trataba de defenderse, decían que eran puras excusas y que no sabía ser tolerante.
Poco a poco, fue despertando y entendió que, desde el principio, nunca la había considerado su hermana y que el cariño de sus padres ya no le pertenecía.
Ella volvía a usar el mismo truco, incriminándola de nuevo.
Pero su papá, sin distinguir lo correcto de lo incorrecto, la señaló y empezó a gritar:
—¡Una buena comida la arruinaste tú! ¿Cuándo vas a cambiar ese carácter?
—¿Cómo pude tener una hija tan grosera? ¡No le llegas ni a los talones a tu hermana!
Dolores apretó los labios y miró a Viviana, rodeada por sus padres, con esa expresión de desafío en los ojos, y soltó una risa furiosa.
De niña quizá habría llorado tratando de defenderse.
Pero...
—¿Grosera? —preguntó con una sonrisa torcida.
—¡Esto sí que es ser grosera!
Agarró el mantel y lo jaló con fuerza.
Toda la comida cayó al suelo, hecha un desastre.
Guillermo la miró, su expresión se alteró por un instante.
En el salón se escuchaban los gritos furiosos de Pablo. —¡Dolores, lárgate de esta casa!
Ella soltó una risa y se marchó sin mirar atrás.
Sus tacones resonaban sobre el mármol.
Faltaban solo quince días. Ella no quería que las cosas terminaran tan mal, pero ¿por qué Viviana tenía que provocarla?
Nadie iba a salir bien parado.
Sin embargo, no había caminado mucho cuando, alguien le cubrió la boca y la nariz por detrás.
—¡Mmm!
Forcejeó, pero perdió el conocimiento.
Cuando volvió en sí, descubrió que la habían dejada en una cámara frigorífica.
Sobre su cabeza resonó la voz de un guardaespaldas.
—El señor Guillermo dijo que te diéramos una lección para que aprendas y no vuelvas a lastimar a la señorita Viviana.
Ella se quedó inmóvil, sus dedos se cerraron con fuerza.
¡Solo por esa quemadura inexistente de Viviana, la encerró en un congelador!
—¡Déjenme salir!
Dolores gritó, pero solo pudo ver cómo la puerta se cerraba. Sus gritos se volvieron roncos, pero nadie respondió.
La oscuridad y el frío la envolvieron.
Se acurrucó en una esquina, temblando de pies a cabeza, pero su corazón estaba aún más helado.
Antes de que su teléfono perdiera señal, recibió un mensaje de Viviana.
En la foto, Guillermo atendía la casi invisible quemadura de ella. Esa expresión de preocupación le dolió en lo más profundo.
¡Él era tan amable y protector con Viviana, pero tan cruel con ella!
¡Incluso había decidido encerrarla para castigarla!
Dolores miró la foto, con los ojos enrojecidos.
Ella le había dicho que le temía a la oscuridad; en ese entonces, él no mostró emoción alguna, pero aun así le había dado su abrigo.
Pensó que era un gesto de cuidado con ella, pero resultó ser solo una ilusión.
¡Ni siquiera le mostraba una pequeña parte de la atención que le daba a Viviana!
Ella sonrió mientras las lágrimas le caían.
Hasta que estuvo a punto de perder la consciencia por el frío, la puerta de la cámara se abrió.
Con la vista borrosa, distinguió la esbelta figura que apareció frente a ella.
Antes de que pudiera reaccionar, él la tomó en brazos.
—¡Suéltame!
Ella luchó, pero Guillermo le sujetó la muñeca.
Su voz sonó grave. —Ya pasó. Estoy aquí.