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Capítulo 8

El látigo la golpeó con fuerza, interrumpiendo sus palabras. —¡Dolores! No solo fuiste caprichosa y dañaste a tu hermana, ahora quieres calumniarla. ¿Admites tu error o no? —¡No estoy equivocada! ¡No lo admito! Ella apretó los labios con fuerza. Otro latigazo cayó y todo su cuerpo tembló sin parar; el sudor le brotó de la frente. Pero ni siquiera se dignó a soltar un grito, su aspecto fue firme. —¡Ella es falsa! ¡Son ustedes los que no saben reconocer a las personas! ¡Ustedes ni siquiera reconocen a su propia hija! —¡Tú! —El rostro de Pablo se deformó de la rabia y un latigazo tras otro se estrellaron con fuerza sobre ella. La sangre brotó y pronto manchó de rojo su ropa. El último latigazo cayó, rompiendo el látigo. Dolores cayó al suelo, al borde de la muerte. Frente a ella apareció la silueta de Guillermo. Ella lo miró con dificultad. Pensó que, como antes, él la tomaría en sus brazos y la consolaría. —No pasa nada, estoy aquí. Pero esta vez, el semblante de él estaba sombrío. —Dolores, eres muy terca. Esa frase se clavó en su corazón. De repente, ella sonrió, hasta que le salieron lágrimas. —Sí, soy obstinada, ¿qué piensa hacer para castigarme, señor? —No voy a preocuparme más por ti. —Él cerró los ojos por un instante y habló con frialdad—: ¡Alguien, llévenla a la comisaría! Los siguientes tres días fueron la peor pesadilla de la vida de Dolores. Fue golpeada, insultada e, incluso, alguien le echó picante en las heridas abiertas; sus gritos de dolor resonaron por toda la cárcel. Nadie le atendió las heridas; se le infectaron, supuraron y el dolor le llegó hasta los huesos. —¡El jefe Guillermo dijo que te demos una lección de verdad! Dolores se acurrucó en el suelo y se mordió los labios hasta hacerlos sangrar. No podía creer que Guillermo hiciera eso, pero cada tortura fue como una cachetada. Tres días después, la dejaron salir. Guillermo estaba de pie frente a ella y su voz era fría. —¿Has reconocido tu error? Dolores no dijo una palabra. Él miró su cara pálida y débil, arrugó la frente y suavizó el tono. —Lola, no te mandé a la comisaría para castigarte, sino... Pero antes de que terminara de hablar, su asistente lo apresuró. —Jefe, el auto ya está listo, la reunión no puede posponerse más. Hizo una pausa, la miró y finalmente dijo: —Llévenla al hospital, cualquier cosa lo hablamos cuando regrese. Después de decir eso, se dio la vuelta y se fue apresuradamente. Dolores lo miró irse con frialdad. Después de un momento, su teléfono vibró. [Depósito de tres mil millones de dólares en la cuenta]. Inmediatamente después, Pablo la llamó: —Será mejor que cumplas tu palabra y te largues. —No te preocupes, no volveré jamás. Dolores soltó una risa, colgó y, en seguida, buscó la oportunidad de escapar de la vigilancia, tomó el equipaje que ya tenía preparado y se fue al aeropuerto. Antes de irse, puso una grabación en una caja, era un gran regalo para Viviana. Luego sacó la tarjeta SIM del teléfono y la tiró a la basura. Mantuvo su porte con orgullo y sus pasos no tuvieron la menor vacilación. Desde ese momento, el futuro se extendió ante sus ojos, apuntando a cualquier lugar al que quisiera ir. ¡Se apoyaría a sí misma de manera absoluta!

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