Capítulo 30
El corazón de Javier, rara vez tan inquieto, estaba revuelto.
Esa agitación le impedía seguir fingiendo.
Con el rostro serio, tomó las bolsas de la compra de las manos de Ana.
Ana, de manera instintiva, dijo: —Javier, yo tengo fuerza, puedo cargarlas.
—Cállate.
Ana guardó silencio.
Lo observó en secreto: aquel hombre, cargando unas bolsas tan pesadas, de pronto se veía menos altivo y más humano.
Cuando regresaron a Residencial La Colina, Pablo ya había llegado.
Ana, al verlo, corrió hacia él con una sonrisa radiante, como si se encontrara con un familiar querido.
—¡Abuelo Pablo, qué pronto ha llegado! Hoy compramos un montón de cosas; en un rato le prepararé algo delicioso.
—Anita, ¿fuiste con Javier a hacer la compra?
—¡Sí!
Pablo miró a Javier cargando las bolsas, y las arrugas en las comisuras de sus ojos se profundizaron con la sonrisa.
Desde la llegada de Anita, había presenciado en Javier demasiadas primeras veces.
Ana se llevó los ingredientes a la cocina y empezó a trabajar con

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