Capítulo 52
En ese instante, a Ana se le ocurrió que probablemente aquel chico tan peligroso ya había espantado a muchos maestros.
Pero ella no iba a huir.
Con un salario de 2.821 dólares al mes, ¡aunque fuera un perro, se empeñaría en educarlo hasta hacerlo una persona de bien!
No era más que un muchacho enfermizo y problemático, nada que realmente temer.
Ana dio un paso decidido hacia adelante, le sujetó la muñeca y, con un movimiento hábil, los dedos del chico se entumecieron y se vio obligado a soltar la navaja.
Cuando la hoja cayó al suelo, Ana, con la otra mano, arrancó la cuerda de la cortina y, rápidamente, ató ambas manos del muchacho.
Esta vez fue él quien quedó sorprendido: —¿Qué estás haciendo?
Ana encontró el botiquín en la habitación, tomó una silla y se sentó frente a él para curarle la herida del dedo.
El chico, furioso, intentó resistirse.
Ana, con toda seriedad, le advirtió: —Si te atreves a moverte, también te ato las piernas.
—¡No te atreverías!
Al poco rato, las dos piernas de

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