Capítulo 68
Esa fortaleza innata y esa vitalidad parecían capaces de disipar todas las tinieblas del mundo.
José, al verla tan de cerca, se quedó completamente absorto.
Ana miró hacia la orilla, donde estaba Javier, y luego al agua, donde se hallaba José. Inclinó un poco la cabeza y le regaló una sonrisa adorable: —Doctor José, gracias por venir a salvarme.
José volvió en sí: —No hay de qué, lo importante es que estés bien.
La orilla no era demasiado alta, pero el vestido que llevaba Ana le dificultaba salir.
Al verla, José, de manera instintiva, la ayudó.
Le sujetó la cintura y, con un suave impulso, la levantó hacia arriba.
Solo entonces, al sentir la suavidad bajo su palma, José fue consciente de lo que estaba haciendo y su rostro cambió levemente.
¿Qué estaba haciendo, exactamente?
Y todo eso, justo delante de Javier.
En ese instante, la melodiosa y clara voz de la muchacha volvió a sonar junto a su oído: —Gracias, doctor José.
José sintió de golpe que había valido la pena lanzarse al agua.
De

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