Capítulo 11
El jet privado aterrizó con suavidad en el aeropuerto exclusivo de Bahía Clara Norte.
Bajo el cuidado meticuloso del personal médico a bordo, Verónica ya podía incorporarse.
Fue trasladada a un sanatorio situado en un acantilado frente al mar, un lugar aislado y silencioso.
Recostada en el sofá, sobre un cojín mullido, tomó la carpeta que Hernán le había entregado.
[Certificado de defunción.]
Sus dedos temblaron al rozar el nombre de Jairo.
Jairo, quien alguna vez fue su amor y su fe; el único rayo de luz que la sostuvo durante las noches interminables de prisión.
Recordó la madrugada de hace tres años: la sangre en sus manos, el frío del cuchillo, el rostro de Jairo inmóvil en un charco carmesí.
El fallo implacable del juez, la impotencia de no poder defenderse.
Los golpes sin tregua en la cárcel, el hambre, el frío, los incontables intentos de quitarse la vida.
Todo ese dolor partía de una certeza que había enraizado en lo más profundo de su ser.
Ella misma había matado al hombre que

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