Capítulo 15
Jairo miró la puerta entreabierta, murmurando desesperado:
—No puede ser, imposible, tiene que haber un error.
Por fin se acercó hasta el umbral y, a través de la rendija, miró hacia el interior.
Una luz mortecina iluminaba filas de compartimentos de acero inoxidable.
Frente a uno de ellos, de espaldas, se erguía una silueta alta, enfundada en un vestido rojo.
El corazón de Jairo se contrajo con violencia. Era Mariana.
Ella se inclinó lentamente y, con dos dedos, tiró de la sábana blanca que cubría el cuerpo.
El rostro quedó al descubierto.
O lo que quedaba de él, la carne amoratada, hinchada, irreconocible.
—¡Ah!
Soltó Mariana, sobresaltada, llevándose la mano a la boca.
Pero, un instante después, ocurrió algo aún más escalofriante.
Mariana alzó un dedo y señaló aquel rostro desfigurado, y comenzó a reír.
Primero una risita ahogada; luego, carcajadas crecientes hasta un estrépito inquietante.
—¡Ja, ja, ja!
Las risas rebotaban en las paredes frías del lugar, erizando la piel.
La mirada

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