Capítulo 17
El desvarío y la desesperación de Jairo helaron el corazón de Mariana, pero la obsesión que había alimentado durante años nubló su razón.
Se aferró a su brazo con urgencia: —Puedo casarme contigo. Pondré la casa en perfecto orden, te ayudaré con la empresa, ¡haré de ti el hombre más feliz del mundo!
Jairo dejó escapar una risa baja, amarga: —¿Casarte conmigo?
Alzó la mirada; sus ojos, enrojecidos, destrozaron de un solo golpe sus ilusiones.
—¿Aún no lo entiendes? Lo nuestro solo fue un juego.
—La única mujer a la que he amado, desde el principio y para siempre, es Verónica.
La frase le atravesó a Mariana como un cuchillo.
Él gritó incrédulo: —¡Mientes! Si la amabas, ¿por qué la enviaste a prisión y permitiste que la torturaran? Por mí la insultaste y golpeaste, ¡la detestabas!
Ese pensamiento había sido siempre su refugio, la base de su atrevimiento.
La mirada de Jairo se ensombreció, desgarrada por el dolor.
—Eso es asunto entre Verónica y yo. Jamás pensé en divorciarme, y jamás, Mari

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