Capítulo 4
En el salón del banquete, todo brillaba y reía, pero aquel mundo ya no le pertenecía.
La entrada de Jairo y ella provocó de inmediato un revuelo.
Decenas de miradas se posaron en su figura, algunas curiosas, otras cargadas de desprecio.
Susurros se deslizaron entre el murmullo general:
—¿Esa es la señora Verónica?
—Dicen que acaba de salir de la cárcel, se le ve un aspecto terrible...
—Cuentan que allí sufrió toda clase de tormentos, hasta que tuvo que servir a hombres...
Verónica se irguió y fijó la vista al frente. Dentro de sí, no dejaba de repetirse, eso ya es parte del pasado.
Pero, en el siguiente instante, un destello rojo, brillante y arrebatador, irrumpió en su campo de visión.
Antes de poder ver el rostro, aquella figura envuelta en perfume se abalanzó sobre ella.
—¡Verónica, de verdad eres tú! ¡Escuché que saliste de la cárcel! ¡Te extrañé tanto!
Una voz familiar, cargada de emoción forzada, rompió el aire.
Era Mariana, su mejor amiga de la adolescencia.
Con ella había compartido secretos, confidencias, todo.
Los ojos de Verónica se humedecieron y, por puro instinto, la abrazó.
En ese instante, una fragancia penetró en su nariz.
Ese aroma...
Era exactamente el mismo que desprendía el camisón de seda hallado en el vestidor de su casa.
Giró la cabeza y sus ojos se posaron en el cabello de Mariana.
Castaño, brillante, cuidadosamente ondulado, de un encanto casi provocador.
La que había tramado junto a Jairo la farsa de su muerte para enviarla a prisión, la que ocupó su lugar mientras ella soportaba el infierno...
Era su mejor amiga, ¡Mariana!
Su mirada descendió y quedó clavada en el cuello blanco y esbelto de Mariana.
Allí relucía un deslumbrante collar de zafiros.
Al notar su atención, Mariana sonrió y señaló sus pendientes: —¡Qué coincidencia! ¡Llevamos joyas a juego!
Entre los presentes, algunos conocedores soltaron una risa burlona:
—El de la señorita Mariana es la Estrella del Mar Profundo, ¿no? Vale más de cien millones.
—Y los de la señora Verónica, parecen el regalo adicional del collar.
Jairo, incómodo, se adelantó y rodeó a Verónica con el brazo.
—No lo malinterpretes. Recién saliste y pensé que un collar tan ostentoso te incomodaría.
—Como Mariana es tu mejor amiga, se lo regalé a ella. Con la relación tan cercana que tienen, no te importará, ¿cierto?
Su explicación parecía razonable, incluso atenta.
Antes de que Verónica respondiera, Mariana se adelantó:
—¡Claro que no le importará! En la universidad Verónica y yo compartíamos de todo, ¡éramos inseparables!
Luego, soltó una carcajada con un guiño: —Si los esposos se compartieran, ¡quizá también lo habríamos hecho!
Jairo fingió enfado y le lanzó una mirada de reproche cariñoso:
—¡Qué disparates dices! ¡Un esposo no se comparte!
Mariana le sacó la lengua, coqueta, mientras sus ojos chispeaban con picardía.
Verónica, ignorada entre sus coqueteos, quedó a un lado.
Con un vestido prestado y pendientes de regalo, se sintió como una burla.