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Capítulo 2

Ana giró la cabeza y vio a Alejandro mirándola con evidente tensión. Al contemplar aquel rostro, deseó con todas sus fuerzas torturarlo hasta que sintiera el mismo dolor que ella… pero tuvo que contenerse. —Alejandro, por fin volviste. Ana colgó la llamada con su amiga con absoluta tranquilidad; su voz sonó suave, aunque en el fondo de sus ojos solo había una frialdad helada. —No sabes… hoy una mujer loca entró en la casa y me abrió la cabeza. Mostró en el momento justo una pizca de agravio y, esforzándose por usar aquel tono íntimo que solía emplear antes, le dijo: —Justo iba a llamarte para que vengaras lo que me hizo. Al escucharla, Alejandro soltó un suspiro de alivio tan evidente que se percibía a simple vista, y la abrazó con ternura, lleno de compasión. —Ana, ha sido culpa mía… Te he hecho pasar por algo terrible. Ana no respondió; simplemente levantó la cabeza y lo miró en silencio. En sus ojos, el cariño que él le mostraba no parecía fingido. Y justamente por eso no entendía cómo alguien podía amar a dos personas al mismo tiempo. Tres años atrás, cuando Ana descubrió la infidelidad de Alejandro y pidió el divorcio, él se negó una y otra vez. Llegó a arrodillarse ante su puerta durante tres días y tres noches. Al final, tuvo que amenazarlo con las fotos de él y Carmen en la cama: Si no aceptaba el divorcio, las imprimiría y las esparciría por todo Valdemora con drones, destruyendo por completo la reputación de ambos. Solo entonces Alejandro aceptó ceder. Pero nunca imaginó que sufriría un accidente y sería engañada por él durante tres años. Y aun así, durante esos tres años, la atención que le mostraba tampoco parecía falsa. Una vez, en pleno invierno, Ana tuvo una fuerte fiebre en plena madrugada. El carro de Alejandro se averió camino a la villa, y él caminó diez kilómetros bajo el frío para regresar a Villa Monte Real. Ana terminó recuperándose, pero él tuvo fiebre alta durante una semana entera. Sin embargo, este Alejandro que tanto decía amarla no solo había traicionado sus sentimientos. Después de su accidente, también falsificó su muerte, permitió que Carmen ocupara su lugar y se adueñara de su identidad. —Alejandro, ¿qué querías decir hace un momento? Cuando vio que el beso de Alejandro estaba a punto de caer sobre su rostro, Ana lo apartó con total serenidad, conteniendo hasta el extremo las náuseas. —¿Qué es exactamente lo que se supone que debo recordar? Alejandro se quedó un instante en silencio y enseguida soltó una leve risa. —Tengo miedo de que recuerdes lo que viviste cuando te secuestraron. ¿Tenía miedo de que ella recordara aquella experiencia traumática? La mirada de Ana se volvió fría y la comisura de sus labios se curvó en una sonrisa muda. Lo que Alejandro temía, en realidad, era que ella recuperara la memoria y recordara hasta qué punto él había sido un hombre despreciable. —Alejandro, esa mujer loca que me hizo daño, ¿cómo piensas tratarla? Nada más terminar de hablar, Ana escuchó junto a su oído una voz suave. —Mi Ale, no le ocultes más la verdad a la señorita Ana. Se volvió y vio a Carmen aparecer delante de ella, cubierta de joyas, sin rastro ya de la timidez de hacía tres años. En ese momento, la miraba desde arriba con arrogancia, los ojos llenos de malicia. —No puedes tenerla escondida en Villa Monte Real como tu amante para toda la vida, ¿verdad? Ana reconoció de inmediato el collar que Carmen llevaba al cuello: era el regalo de su decimoctavo cumpleaños, que Laura había diseñado con todo esmero y mandado fabricar gastando mucho dinero. Y ahora aquella ladrona de Carmen lo llevaba colgado en el cuello. Ya sabía por su buena amiga que Carmen había sido reconocida como la hija adoptiva de la familia García. Presenciarlo a carne viva; ver con sus propios ojos a Carmen usando abiertamente sus cosas, hizo que su corazón se estrujara de dolor. Conteniendo a duras penas sus emociones, empujó con fuerza a Alejandro, que estaba a su lado, señaló a Carmen y fingió enfado al preguntar: —Alejandro, ¿no se supone que eres mi marido? ¿Por qué ella te llama mi Ale? —¿Y con qué derecho dice que yo soy… tu amante? Al ver cómo los ojos de Ana se enrojecían de golpe, el corazón de Alejandro dio un fuerte vuelco. Pero antes de que él pudiera decir nada, Carmen soltó una risita. —Ana, parece que de verdad lo has olvidado. Me presento: soy la señorita de la familia García, Carmen García. Y también soy la esposa legítima de Alejandro. Alzó la barbilla hacia Ana. —Y tú eres la huérfana a la que yo patrociné, pero que aun así sedujo a mi marido. Todo el cuerpo de Ana empezó a temblar. ¿Carmen era la señorita Carmen de la familia García y Ana era la tercera que había seducido a Alejandro? Carmen incluso era capaz de decir en voz alta algo tan descaradamente distorsionado. —Ana, no quise ocultártelo a propósito. Alejandro se adelantó de nuevo, queriendo rodearla con los brazos, pero Ana lo esquivó. Su mano quedó rígida en el aire por un momento antes de caer, y él negó con la cabeza con impotencia. Alejandro empezó a explicarse: —Hace tres años no perdiste la memoria por un secuestro. Fue porque la señora Laura no aceptaba que yo me hubiera enamorado de ti. Para proteger a Carmen, mandó a alguien a darte una lección, y cuando huiste, tuviste el accidente de carro y perdiste la memoria. —Después, tuve miedo de que siguieras sufriendo las represalias de la familia García, por eso te mantuve siempre en Villa Monte Real, para protegerte. Al escuchar de pronto palabras tan ruines, Ana tembló involuntariamente. Pero Alejandro creyó que estaba asustada y le dio unas palmaditas en la espalda. —Ana, no tengas miedo. Ahora el matrimonio de la familia García ya ha muerto, y Carmen puede aceptarte. Nadie se atreverá a hacerte daño. —Y tampoco le des importancia a lo de que te haya golpeado, ¿sí? Al escuchar de nuevo por boca de Alejandro la noticia de la muerte de sus padres, Ana sintió un escozor en la nariz y hundió con fuerza las puntas de los dedos en la palma de la mano. Pobres de sus padres, que hasta el momento de morir nunca supieron que ella en realidad no estaba muerta, sino que Alejandro la había tenido escondida todo ese tiempo. Bajo los engaños de Alejandro, incluso llegaron a reconocer a una ladrona como hija y le entregaron con sus propias manos todas las propiedades de la familia García. —Mi Ale, ¿con qué cara puede ella reprochar nada? Carmen soltó una risita desdeñosa y, de pronto, se adelantó para levantar el mentón de Ana con la mano. —Ana, entre tú y yo, siempre has sido tú, esta mala persona, la que me debe algo. —Ahora que yo ya no pienso reclamarte nada, deberías estar muy agradecida. —¡Exacto! Ana apartó de un manotazo su mano y asintió con fuerza. Secó las lágrimas de su rostro y, mirando a Carmen con absoluta claridad, dijo entre dientes: —Quien traiciona a su benefactora y seduce al marido de su benefactora, desde luego que es mala. Solo cuando vio que el rostro de Carmen cambiaba de color, Ana se volvió hacia Alejandro. —Lo que pasó antes, ya lo olvidé. —Ahora no quiero destruir la familia de nadie. Más vale que terminemos lo nuestro.

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