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Capítulo 2

A la mañana siguiente, le dije a Lorenzo: —Vamos juntos a la casa de la familia Ramírez. Su expresión se congeló por un instante, pero pronto recuperó la compostura y respondió con indiferencia: —Está bien, entregamos el regalo y regresamos. Yo sabía que no quería que fuera, temía que interfiriera con Rosa. Pero yo solo quería regresar a la casa de los Ramírez, dar un último vistazo a la familia. Después de todo, al día siguiente tendría que prepararme para partir. Al llegar a la casa de los Ramírez, toda la sala estaba llena de invitados que celebraban el embarazo de Rosa y su participación en la exposición internacional de arte. En medio de la multitud, Rosa era rodeada y admirada por todos. La elogiaban, diciendo que su pintura, enviada a la competencia, seguramente ganaría un gran premio. También mencionaron que la pintura llevaba una dedicatoria del calígrafo "Orlando", lo que consideraban una colaboración única entre personas talentosas. Cuando me vio entrar, la expresión de Rosa cambió visiblemente, pero pronto volvió a su expresión habitual. Con una sonrisa perfectamente ensayada, su voz destiló sarcasmo: —Ya estás aquí, hermana. ¿Tienes tanto tiempo libre últimamente? No respondí a su provocación, solo me quedé viendo la pintura que estaba exhibida. Era una obra que me resultaba dolorosamente familiar Era mi pintura, la misma que había terminado hace algunos años y que había guardado cuidadosamente, y nunca la había mostrado a nadie. "¿Cómo es que mi pintura está aquí?" "¿Cómo se convirtió mi pintura en su 'obra para la competencia'?" Una serie de preguntas se agolparon en mi mente. Rosa me miró con una sonrisa entre falsa y burlona, y de repente se acercó, su tono suave pero lleno de desafío: —¿Te gusta tanto mi pintura, hermana? La miré fríamente, estaba a punto de responder, pero de repente la escuché gritar: —¡No...! No tuve tiempo de reaccionar, su cuerpo ya se inclinaba hacia atrás, tambaleándose ligeramente, llevándose una mano al abdomen, y su rostro reflejaba un dolor evidente. La gente a su alrededor entró en pánico de inmediato. —¿Qué pasa? —¡Rosa está embarazada! ¡cómo pudieron empujarla! —¡Rápido, llamen al médico! En medio del caos, escuché un grito lleno de tensión: —¡Rosa! Tal vez los otros no lo reconocieron, pero yo lo identifiqué al instante. Era la voz de Lorenzo. La compasión en sus ojos era casi imposible de ocultar, rompiendo mi última esperanza de que todo fuera una ilusión. Cuando se dio cuenta de que lo había notado, Lorenzo recuperó rápidamente la calma. Se volvió hacia mí, su tono suave pero con una leve reprimenda: —De todas maneras, Rosa está embarazada, no debiste empujarla. En ese momento llegó la noticia de que su pintura había pasado a la final y con grandes posibilidades de ganar el premio de oro. Una expresión de alegría, casi incontrolable, cruzó su rostro, algo que no había visto en los cinco años que lo conocía. En voz baja le pregunté: —¿Cómo es que la pintura de Rosa es idéntica a la mía? Se tensó un poco, pero enseguida recobró la compostura y, fingiendo no saber nada, dijo: —Tal vez una coincidencia. Quizás su estilo se parece al tuyo… Solté una risa fría, sin decir nada más. Esa pintura era una obra que yo había guardado en mi galería privada, con la llave en manos de muy pocas personas. Y encima, la dedicatoria en la pintura. Aunque usara un seudónimo, la caligrafía era idéntica a la de Lorenzo en sus miles de copias de la escritura sagrada. No hacía falta preguntar quién había llevado la pintura hasta ahí. La respuesta era obvia. Esa pintura era el regalo que quería darle en nuestro quinto aniversario. Ahora, pensándolo bien, nuestro matrimonio era una farsa, y esa pintura había perdido por completo su valor. Sonreí con calma, mi voz tan neutra que nadie podía adivinar mi tormenta interior. Parece que Lorenzo percibió mi cambio de actitud, su expresión se congeló un instante y de pronto sugirió: —¿Qué te parece si nos vamos ahora? Busquemos un lugar para relajarnos. Le sostuve la mirada, mis labios curvándose en una leve sonrisa: —Entonces, vamos a tomar el yate, damos un paseo nocturno y, veamos el amanecer mañana.

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