Capítulo 4
Ella tomó la mano de Aarón y la colocó sobre su vientre: —Tócalo.
Apenas terminó de hablar, la pequeña criatura en su interior se movió de repente.
Aarón, emocionado, se irguió de inmediato: —¿Se movió? ¡Es el bebé interactuando conmigo!
Mónica aprovechó el momento para acurrucarse en sus brazos: —No sabes lo travieso que es nuestro bebé, se pasa todo el día dándome pataditas en la barriga.
—Tócalo un poco más, háblale. El médico dijo que, si el papá interactúa seguido con el bebé, cuando nazca estará más apegado a ti. —Continuó diciendo.
Aarón la sostuvo y la acompañó hacia afuera, con un tono lleno de ilusión: —¿De verdad? Entonces hablaré con él todos los días para que se acostumbre a mi voz cuanto antes.
Yo no pude evitar llamarlo: —Aarón.
Él se volteó hacia mí, como si recién recordara que hoy era mi cumpleaños; en su rostro apareció una mezcla de disculpa y apuro: —Daniela, hoy sal con Norma y las demás, diviértanse un rato en el bote. La próxima vez lo compensaré contigo.
Sentí como si algo pesado cayera con fuerza sobre mi corazón, haciéndolo doler inmensamente.
Vi la sonrisa triunfante de Mónica cuando se dio la vuelta y respondí en voz baja: —Está bien.
No habría próxima vez. Esa sería definitivamente la última.
Pedí al chofer de la familia Escobar que me llevara a la orilla del río. Subí a la embarcación bajo su mirada atenta y me alejé siguiendo la corriente.
De pie en la proa del barco, marqué un número en mi celular.
—Abogado Sebastián, por favor, ayúdeme a enviar la otra copia del certificado de divorcio a la hacienda de la familia Escobar. Le pasaré la dirección en un rato.
—El destinatario es Aarón. Gracias.
Aarón, todo había terminado por completo.
...
Al caer la noche, cuando la familia Escobar estaba por cenar, Mónica acarició su vientre, fingiendo cierta preocupación: —¿Será que Daniela no está contenta hoy?
—Todo es culpa mía por ser tan insistente y aferrarme siempre a ti, la hice enojar tanto.
—Ya es de noche y todavía no ha vuelto.
Ángeles golpeó la mesa con un fuerte "¡Pa!": —Daniela cada vez es más insolente. ¿Cómo se atreve a hacer esperar a los mayores para cenar?
—No solo es incapaz de darle un hijo a esta familia, ni siquiera sabe cumplir con sus deberes de nuera. ¡¿Para qué la queremos aquí?!
Luego miró a Aarón: —Menos mal que insistí en que te encargaras de ambas familias; de lo contrario, la familia Escobar se quedaría sin descendencia.
—Mónica sí que es una mujer de provecho. Hay que esforzarse en traer varios hijos al mundo, no como cierta persona que ni siquiera puede quedar embarazada, pero aún sigue ocupando el lugar de señora de la familia Escobar para nada.
Mónica enseguida se apresuró a halagarla con una agradable sonrisa: —Madre, no se preocupe por eso. Yo le daré muchos nietos. El hijo que tenga con Aarón seguro será tan competente como él.
Tan solo unas cuantas palabras bastaron para que Ángeles se relajara un poco y sonriera con satisfacción.
Sin embargo, Aarón se disgustó y preguntó a los sirvientes: —¿Fueron al río a mirar? ¿Por qué el bote aún no ha regresado? ¿No hay noticias de Daniela?
El empleado que había ido a averiguar solo lo negó.
Ángeles gruñó: —Mejor si no vuelve. Si esta noche no aparece, que se vaya definitivamente de esta casa.
Pero Aarón sintió una inquietud inexplicable en el pecho.
Desde que mis padres murieron hace tres años, y al no tener familiares cercanos en esta ciudad, yo nunca me había quedado fuera de casa por la noche.
—Envía a más gente al río. Que vigilen bien y me informen en cuanto haya alguna noticia. —Ordenó Aarón.
Mónica, con voz temerosa, dijo: —¿No será que Daniela, al enterarse de mi embarazo, se enojó contigo y por eso no quiso volver?
La mirada de Aarón cayó sobre su vientre abultado y luego se posó en la pulsera de jade que llevaba en la muñeca, aquella que originalmente me pertenecía. Incluso la diadema con diamantes que tenía puesta era el regalo de cumpleaños que él me había hecho años atrás. Y ahora todo eso lo llevaba Mónica.
Aarón señaló la diadema con un tono cada vez más grave: —¿Por qué tienes esa diadema? Eso le pertenece a Daniela.
Mónica se llevó la mano a la cabeza y, con indiferencia, le respondió: —Cuando Daniela se mudó, dejó muchas joyas sobre el tocador. Eran varias cajas y no se llevó nada.
La sensación de inquietud en el pecho de Aarón se intensificó aún más.
¿Por qué habría yo dejado todas esas joyas sin llevarme ni una sola?
En ese momento, un sirviente entró asustado corriendo, empapado de sudor y con la voz temblorosa: —¡Malas noticias, señor Aarón...! El bote en el que viajaba la señora Daniela volcó en medio del río, y las personas que iban a bordo...
—¡Ninguna salió a la superficie, todos se hundieron!