Capítulo 2
Cecilia quedó paralizada, como si un rayo la hubiera golpeado.
No sabía si era por el repentino accidente de tráfico o porque Pilar, ¡realmente estaba esperando un hijo de Jesús!
Llevaba cinco años casada, siempre tomando precauciones, nunca habiendo tenido hijos.
¿Pero cuánto tiempo llevaban él y Pilar juntos? Y resulta que...
Una semana después, Jesús regresó.
No dijo nada, no la interrogó, no gritó, solo la miró durante un largo rato con una mirada profunda que Cecilia no pudo entender.
Luego, la agarró de golpe y, casi de manera brutal, comenzó a arrancarle la ropa.
—¡Jesús! ¡¿Qué estás haciendo?! —gritó Cecilia, luchando aterrada.
Pero él no le hizo caso, la empujó sobre la cama, sus movimientos llenos de una desesperación frenética.
Desde esa noche, Jesús parecía haber cambiado por completo.
Dejó de ir a la oficina, dejó de preocuparse por Pilar, y pasó los días y las noches acosando a Cecilia, exigiendo.
Varias veces al día, casi sin descanso, con un matiz de autolesión y castigo.
Cecilia no soportaba su cuerpo, se sentía humillada, pero dentro de ella surgió una pequeña esperanza.
Tal vez Jesús estaba sufriendo tanto, tal vez él ya había despertado, y quería olvidar a Pilar de esta manera, regresando a su antiguo yo, a ella.
Así que ella lo soportó en silencio, incluso cooperando con Jesús.
Hasta que un día, sufrió un ataque de vómitos tan fuerte que la inquietud comenzó a invadirla. Fue en secreto al hospital y el resultado fue que... estaba embarazada.
Cecilia tocó su vientre aún plano, y una chispa de esperanza la invadió. Tal vez este bebé podría salvar su matrimonio.
Pero lo que no imaginaba es que, cuando le contó a Jesús, la alegría que había anticipado no llegó. Él miró el papel con una calma sorprendente.
Después de un momento, Jesús hizo una señal a los guardaespaldas y, con una orden clara, dijo: —Tiren a Cecilia desde el quinto piso.
Ella no podía creer lo que oía, sus ojos se abrieron desmesuradamente. —¡¿Jesús, qué... qué estás diciendo?! ¡¿No sabes que llevo tu hijo en mi vientre?!
Jesús la miró, sus ojos ya no reflejaban amor ni ternura como antes, sino que estaban llenos de temblor, odio y tristeza. —¿Y sabes que Pilar también llevaba mi hijo? Tú destruiste el fruto de nuestro amor. Así que, como es así, ahora tienes que cargar con un hijo para ella.
En ese momento, Cecilia, como si fuera golpeada por un rayo, finalmente entendió la razón de la actitud tan extraña de Jesús durante ese mes.
Resulta que, como Pilar había perdido al bebé, Jesús había decidido que ella también se quedara embarazada y luego lo perdiera, como una forma de compensarla.
¡Jesús realmente la amaba tanto!
Abrió la boca para decir algo, para preguntarle, para gritar, pero se dio cuenta de que su garganta estaba tan bloqueada que no podía emitir un solo sonido.
Y al siguiente segundo, dos guardaespaldas altos, sin expresión alguna, avanzaron hacia ella, uno a cada lado, sujetándola.
—¡No! —gritó desesperada mientras luchaba. —¡Jesús, no puedes hacer esto!
Pero él, indiferente, se dio la vuelta y ya no la miró más.
Los guardaespaldas, sin piedad, la arrastraron hasta el quinto piso y, con un empujón brutal, la lanzaron al vacío.
—¡Ahhh!
Cecilia sintió que sus huesos se rompían al impactar contra el suelo, y una corriente cálida y líquida salió de su cuerpo, tiñendo su vestido de rojo.
Dolía.
Dolía tanto.
En el último momento antes de perder el conocimiento, recordó aquel día, cuando tenía dieciséis años, cuando Jesús, bajo la luz de la luna, con las orejas rojas, le confesó: —Cecilia, te amaré toda la vida.
Una lágrima fría resbaló por su cara.
Finalmente, aceptó de manera definitiva y desesperada la cruel verdad.
Ese Jesús, que la amó durante nueve años, realmente ya no la amaba.
Cuando despertó nuevamente, Cecilia se dio cuenta de que estaba en un hospital.
Su vientre ya no tenía forma, lo que significaba que el bebé ya no estaba.
No lloró, ni hizo escándalo. Sentía como si un gran vacío hubiera sido arrancado de su pecho, dejándola solo con un frío inmenso.
Sacó su celular y marcó el número de la sirvienta de la mansión, con una voz tan tranquila que no transmitía ninguna emoción: —Trae la caja de sándalo que está en el cajón de mi oficina.
La sirvienta llegó rápidamente con la caja.
Al abrirla, vio que contenía una hoja en blanco, firmada a mano por Jesús.
Era el regalo de cumpleaños que él le dio cuando ella cumplió dieciocho años.
Jesús había firmado diciendo que, sin importar lo que ella pidiera, él se lo daría.
Antes, ella había considerado ese papel como un tesoro, guardando celosamente cada deseo que podía pedir.
Ahora, iba a usarlo para poner fin a esta larga y dolorosa obsesión de nueve años.
Ya no era tan tonta, ya no dependía de Jesús.
El bebé se fue, pero lo que vino fue su total desesperación, lo que la llevó a ver la realidad.
Finalmente, eso la hizo regresar a ser la Cecilia que era antes de conocer a Jesús: independiente y despierta.