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Capítulo 7

Lucía soltó una sonrisa silenciosa, pero ya no tenía ganas de seguir escuchando. Al darse la vuelta, vio a Marta justo saliendo del baño. Sintió un ligero sobresalto, y por instinto giró para rodear por las escaleras. No había avanzado mucho cuando escuchó la voz vacilante de Marta detrás de ella. —¿Luci? Lucía no respondió, solo aceleró el paso. Cuando ya estaba por girar en la esquina, Marta la alcanzó y le sujetó la mano. Lucía no quería enfrentarse a ella allí, intentó zafarse. Pero Marta no la soltaba por nada, su tono era desesperado. —Sé que eres tú… seguro que estás malinterpretando algo. Déjame explicarte, por favor. Ambas forcejearon y Lucía, al liberarse con fuerza, perdió el equilibrio. Su cuerpo se tambaleó y estuvo a punto de caer. Marta reaccionó al instante y logró sujetarla justo a tiempo. Lucía se sostuvo del pasamanos, apenas logrando estabilizarse. Pero Marta, al perder el equilibrio por el impulso, rodó por las escaleras. El golpe fue brutal. Cayó pesadamente, y su cuerpo quedó tendido en un charco de sangre. Lucía sintió un estruendo en la cabeza, el pánico la invadió y bajó corriendo a ayudarla. Apenas extendió la mano, una fuerza brutal la empujó con violencia. Su frente se estrelló contra la esquina de la pared, y la sangre empezó a brotar al instante, tiñéndole el rostro de rojo. El dolor era punzante, la hizo inhalar entrecortadamente. Con esfuerzo entreabrió los ojos… Y entonces lo vio—esa mirada cargada de furia asesina que Sergio le lanzó. Él apretó los dientes y soltó una amenaza mientras tomaba a Marta en brazos, desesperado, corriendo escaleras abajo como loco. —¡Si a Marti le pasa algo hoy, te lo haré pagar diez veces más! Los pasos se alejaban con rapidez, perdiéndose en el eco del pasillo. Lucía ya no escuchaba nada. Todo a su alrededor se volvió borroso. Sentía como si algo se tensara en su mente, provocándole punzadas de dolor. La sangre seguía brotando, acumulándose cada vez más. Su conciencia se desvanecía poco a poco, y en medio de aquella oscuridad envolvente, su cuerpo se volvió liviano… hasta que todo quedó en silencio. No se sabía cuánto tiempo había pasado cuando Lucía abrió los ojos entre sueños. Lo primero que vio fue al médico soltando un suspiro de alivio. —Menos mal que tu fuerza de voluntad es increíble. De lo contrario, podrías haber quedado en estado vegetativo y no despertar jamás. Ella le agradeció con voz baja, y enseguida tomó su celular, que no paraba de vibrar sobre la mesa. Al responder, lo primero que escuchó fue la voz ansiosa de Sergio. —¿Luci? ¿Dónde estás? Lucía guardó silencio por un largo rato, y finalmente le dio el nombre del hospital y el número del cuarto. Diez minutos después, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Sergio entró corriendo, con el rostro descompuesto. Lo primero que hizo fue acercarse a revisar cómo estaba. —¿Estás muy herida? ¿Y el bebé? Yo… yo pensé que habías empujado a tu tía, por eso me alteré tanto… —Perdóname, fue culpa mía. No debí reaccionar así sin saber lo que había pasado. ¿Podrías perdonarme? Por sus palabras, Lucía supuso que Marta ya había despertado y le había contado lo ocurrido. De lo contrario, él no tendría esa expresión de remordimiento tan evidente. Ella bajó la mirada y, con voz débil y agotada, respondió a su pregunta: —Estoy bien. El doctor dijo que con unos días de reposo, me recuperaré. Sergio entendió que ese "estoy bien" también incluía al bebé, así que por fin pudo respirar tranquilo. Se arrodilló junto a la cama, intentando tocarle el vientre con la mano, solo para asegurarse. Pero Lucía lo detuvo con una sola frase. —¿Tú y Marta eran compañeros en la universidad? La mano de Sergio se congeló en el aire. —Sí… estudiábamos en la misma universidad, pero en carreras distintas. ¿Por qué? Lucía pestañeó levemente, bajando la mirada antes de responder con calma: —Nada. Solo que los vi juntos en la misma reunión de exalumnos. Sergio tragó saliva con dificultad y, torpemente, cambió de tema. —¿Tienes hambre? Voy a comprarte algo para desayunar. Y sin esperar respuesta, salió casi huyendo de la habitación. Lucía lo vio desaparecer, y luego abrió el calendario en su celular. Contó los días uno por uno. Solo quedaban diez. Diez días más y se acabaría el periodo de reflexión del divorcio. Muy pronto, podría liberarse de este matrimonio construido únicamente sobre mentiras.

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