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Capítulo 5

Después de que terminó la subasta, los invitados se dispersaron. Aprovechando que Benjamín estaba rodeado de gente conversando, Elena se acercó a Ángela. —Ángela, ahora sí lo puedes ver claro, ¿verdad? —Elena bajó la voz, sus labios rojos se curvaron en una sonrisa satisfecha—. La persona que le gusta a Benjamín soy yo. Si sigues insistiendo en molestarlo, sólo lograrás que te deteste más. Ángela la miró en silencio, sus ojos tranquilos. —Lo vas a conseguir. —¿Qué quieres decir? —Elena arrugó la frente. Ángela no respondió, se dio la vuelta y se preparó para irse. —¡Ah! De repente, se oyó un grito agudo detrás de ella. Ángela se volteó y vio a Elena rodar escaleras abajo. —¡Ángela! El rugido de Benjamín estalló en el salón. Él se precipitó y empujó a Ángela, con tanta fuerza que ella tropezó y chocó contra la pared. —¿Qué te hizo Elena? ¿Por qué la tratas así? —él la interrogó con voz dura, la mirada fría y aterradora—. Aunque antes no supe protegerte, si tienes algo contra mí, ¡ven directo conmigo! ¿Por qué la lastimaste a ella? Ángela tenía la espalda contra la fría pared, su voz era suave pero firme. —Yo no la empujé. —Benjamín... —Elena se aferró débilmente a la manga de Benjamín—. Fui yo, fue un descuido mío... No tiene nada que ver con la señorita Ángela... —¡No tienes que hablar por ella! —Benjamín le lanzó a Ángela una mirada fría, se inclinó y levantó a Elena en brazos—. No me importa lo que hagas, vuélvete sola. Ángela se quedó en el lugar, mirando la espalda de Benjamín llevándose apresuradamente a Elena. El saco de Benjamín aún cubría los hombros de Elena; su gesto era tan cuidadoso que parecía que sostuviera un tesoro. Él siempre era así. Siempre que Elena lloraba, la que cometía el error era ella. Ángela tocó el billete de avión en su bolsillo, el vuelo a Londres dentro de una semana se llevaría todo su amor y su dolor. Él ya no tendría que verla como una carga. Porque muy pronto, esa carga desaparecería para siempre de su mundo. El salón de subastas estaba lejos de la villa, y además en una zona apartada; Ángela no logró encontrar taxi, así que tuvo que regresar caminando. Cuando empezó a llover, ella apenas iba por la mitad del camino. La fría lluvia le empapó el cabello y la ropa, el agua llenó sus zapatos, y cada paso era como pisar cuchillas. Cuando por fin llegó a casa, ya tenía ampollas en los pies y todo el cuerpo le ardía. Se obligó a buscar medicamentos, se curó las heridas de manera sencilla y luego se sumió en un sueño febril. Al día siguiente, la despertó el ruido de abajo. Apenas bajó, descubrió que la sala estaba llena con las maletas de Elena. La voz de Benjamín venía desde el salón. —Los padres de Elena se fueron al extranjero, no es seguro que viva sola. Se quedará aquí unos días. Ten cuidado, y no vuelvas a usar tus trucos. Ángela bajó las escaleras agarrándose del pasamanos, pálida. —No lo haré. Ella no iba a usar trucos. Tampoco volvería a amarlo.

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