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Capítulo 2

Antes de irse, Andrea fue al baño. Al salir, se encontró justo de frente con Yolanda Rojas. Tenía una figura curvilínea y una cara increíblemente inocente, el tipo de mujer que a cualquier hombre le gustaría. —Señora Andrea, ¿cómo es que aún no se ha ido? Yolanda no hizo el menor intento por ocultar su desprecio. A propósito, dejó al descubierto una parte sensual de sus senos, donde ligeras marcas rojas destacaban con descaro, como una ostentación y también como un reto. Andrea se detuvo en seco y la observó con detenimiento. En su vida pasada, había actuado con rapidez y determinación: en menos de un día hizo que Yolanda entendiera la situación, logrando un acuerdo para que renunciara de forma voluntaria al puesto de secretaria y se marchara a Vallemar. Pero ahora, no tenía interés alguno en enredarse de nuevo con ella. Apartó la mirada, no respondió y pasó junto a ella, rumbo al ascensor. Apenas había dado unos cuantos pasos cuando sintió que le arrojaban café en la espalda. —¡Ay! Exclamó Yolanda, levantando la taza: —De verdad, lo siento mucho, es que estuve ayudando al jefe Jaime a relajarse un poco y gasté tanta energía que todavía me tiembla la mano. Al escuchar esas cínicas palabras, Andrea no pudo evitar que le asaltaran imágenes de ellos dos entrelazados, sintiendo un profundo asco. Andrea ya no quería involucrarse en esa sucia relación, pero eso no significaba que iba a permitir ser humillada de la peor manera. Así que se adelantó a paso largo y le dio una cachetada a Yolanda. Justo en ese momento, Jaime salió de la oficina. Yolanda, rápida y astuta, se dejó caer frente a Andrea, luego, cubriéndose la cara, se arrodilló y suplicó, temerosa: —Perdóneme, señora Andrea, de verdad, no fue intencional, no se enoje conmigo, por favor. Al ver esto, Jaime corrió, apresurado. Empujó a Andrea a un lado. Su espalda, ya herida por la quemadura, chocó con la esquina de la pared, haciéndola inhalar con brusquedad del dolor. Pero Jaime no se percató de eso. En cambio, se agachó junto a la mujer en el suelo y preguntó, preocupado: —¿Qué pasó aquí? Yolanda frunció los labios y, con voz temblorosa, explicó a su modo: —Se me bajó el azúcar y me sentí mareada, así que, sin querer derramé café en la espalda de la señora Andrea. Ella se enojó y me dio una cachetada, lo entiendo, pero ahora mi cabeza me da vueltas... Al oír eso, Jaime miró a Andrea, furioso. Sus ojos desbordaban rabia contenida y le gritó: —¡Ella apenas es una pasante, es normal que cometa errores! ¿De verdad tenías que exagerar tanto? Dicho esto, se llevó a Yolanda a la oficina en brazos. Al ver esa figura apresurada, toda la frustración de Andrea se desbordó en lágrimas. Recordó que una vez, por una pequeña herida en el dedo, Jaime se había puesto igual de nervioso, llevándola enseguida al hospital y haciendo que el médico de guardia no supiera si reír o llorar. Ahora, en cambio, era por otra persona por quien él se preocupaba. Aunque ya había decidido dejarlo ir, el dolor seguía allí. Se irguió con sumo esfuerzo, salió de la empresa y fue directo al Registro Civil para tramitar el divorcio. Cuando finalizara el papeleo, ella y Jaime habrían terminado para siempre. De regreso en casa, Jaime no volvió. Solo le envió un breve mensaje diciendo que tenía que quedarse trabajando horas extras en la oficina y le pidió que no llegara tarde a la cena de mañana. Era una cena especial que ya tenían pactada con un cliente importante. Andrea simplemente respondió con un: “ok”. No mencionó la humillación sufrida ese día ni desmintió otra de sus excusas sobre el trabajo. Porque a ella eso ya no le importaba. Al día siguiente, cuando llegó al club, no vio a Jaime por ningún lado, pero sí a Yolanda. —El jefe Jaime sigue en medio de una reunión. Me pidió que viniera a avisarle y, de paso, para que pudiera aprender un poco. Yolanda, totalmente diferente a lo habitual, se mostraba profesional y formal. Andrea no tuvo más remedio que llevarla consigo al salón privado. Durante la comida, Yolanda se dedicó a ofrecer copas de vino una y otra vez, acercándose tanto al cliente que casi se recostaba sobre él. Cualquiera podía notar con facilidad la insinuación en sus atrevidos gestos. Andrea siempre había despreciado ese tipo de comportamiento, así que se levantó disgustada y fue al baño. Cuando regresó, el salón estaba lleno de gente. Se abrió paso entre la multitud y, al entrar, vio preciso que la escena era un caos. Jaime había llegado. Pero el cliente yacía en el suelo, bañado en sangre...

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