Capítulo 4
En la sala VIP, Paula se lanzó a los brazos de él, alzando su cara seductora para besar sus labios.
—Orlando, te he echado tanto de menos, déjame besarte un momento.
Él la abrazó por la cintura con una mano y, con la otra, sostuvo su nuca, respondiendo con pasión. La temperatura de la habitación aumentó de inmediato.
Tras un largo rato, ella, con las mejillas encendidas, se apartó de Orlando con la respiración entrecortada. —Ya está, regresa con Mónica.
—¿De verdad quieres que me vaya? —Sus ojos, también llenos de deseo, recorrían los labios de Paula, acariciándolos con la punta de los dedos.
Paula bajó la mirada. —No quiero, pero tampoco deseo que Mónica esté triste. Por mi culpa, ya no te responde el celular. Yo puedo esperar, esperaré a que termines con Mónica y luego ven por mí.
—Tu comprensión me parte el alma, tampoco quiero dejarte. Sé buena, hazme caso, por ahora no pienses en nadie más, solo disfruta de todo el placer que te doy. —Él volvió a besar sus labios, bajando hasta el cuello y el pecho de Paula.
Gemidos de placer escaparon de la boca de Paula mientras sus uñas se clavaban en su espalda. —Orlando, no me beses ahí, no lo soporto.
—Amor, ¿no es esto lo que más te gusta de mí?
El ambiente en la habitación era romántico, pero para Mónica, que observaba todo, era como caer en un pozo de hielo.
Se mordió con fuerza el dorso de la mano para no soltar un grito; pensaba que ya no podría sentir más dolor, pero al ver la escena con sus propios ojos, se desgarraba igual.
Orlando la había traicionado, tanto en cuerpo como en espíritu.
Sintió una quemazón en el estómago, no pudo evitar las náuseas y corrió al baño a vomitar, mientras el dolor se expandía por su vientre.
Acarició su abdomen y las lágrimas le nublaron la vista.
“Bebé, perdóname
Perdón por mostrarte el lado más miserable de tu papá y por no poder traerte a este mundo”.
Mónica salió del baño pálida. En la cubierta seguía el bullicio. Orlando y Paula seguían sin aparecer.
Al terminar el espectáculo de fuegos artificiales, ellos regresaron; ella con un aire triunfante y satisfecha.
Paula se sentó intencionalmente al lado de Mónica, abrió una pequeña caja de terciopelo y sonrió. —Mónica, este es mi regalo para ti, lo hice yo misma.
—Gracias a ti y a Orlando por todo lo que han hecho por mí. Hace cinco años, no fui yo quien te salvó, sino ustedes quienes me salvaron. Les deseo un matrimonio largo y muy feliz. —En la caja había una pulsera verde de un color tan brillante que deslumbraba.
Ella la miró atónita y forzó una ligera sonrisa. —Quédatela tú, no me gusta.
La mano de Paula tembló y los ojos se le llenaron de lágrimas. Buscó la mirada de Orlando.
Pero él, como si no la hubiera notado, mantenía la mirada tierna en Mónica, como si solo existiera ella en su mundo. —Si a Mónica no le gusta, entonces llévatelo.
Ella guardó el regalo con incomodidad. —Entonces, ¿puedo brindar por ti, Mónica? Deseo que seas feliz para siempre.
Ella no se negó y aceptó la bebida que Paula le ofreció, bebiendo un sorbo.
La cara de Paula volvió a iluminarse con una sonrisa y se marchó, aunque al girarse, tenía una mirada de malicia.
Se tropezó con la silla, soltó un grito y cayó al suelo, sujetándose el vientre con dolor.
—¡Me duele!
Todos se alarmaron, y los más cercanos corrieron a ayudarla a levantarse. Al ver que la falda de Paula se manchaba de rojo, varios se sobresaltaron.
Miraron a Orlando y Mónica también lo hizo.
Él permanecía sereno; al notar la mirada de Mónica, le sonrió con dulzura, le tomó la mano y con calma dijo a los demás: —Llévenla ustedes al hospital. Yo me quedo con Mónica a ver el espectáculo.
La multitud la escoltó fuera del barco, mientras él se quedó con Mónica escuchando la banda.
Si no hubiera sabido la verdad, habría creído en la actuación de Orlando.
Mónica se sentía cada vez peor, el dolor en el vientre se volvía insoportable.
Cuando pensaba en decirle a Orlando que quería volver a casa, sonó el teléfono.
—Jefe, hoy regresó corriendo a casa, pero el asunto del contrato aún no se resuelve. ¿Podría venir a la oficina? —Preguntó el asistente al otro lado de la línea, con voz apurada.
Él se disgustó, guardó silencio y luego colgó. Al mirarla, sus ojos mostraron un matiz de culpa. —Cariño, tengo que ir un momento a la oficina. Quédate aquí, mando al chofer por ti, ¿sí?
Mónica sonrió sin ganas. —Está bien, ve.
Él se inclinó para besarla en la frente, pero ella fingió toser y desvió la cabeza.
Orlando no tuvo tiempo de pensar más y salió apresurado.
Mónica sabía que iba al hospital, y ya no sentía el mismo dolor de antes.
Esperó media hora, pero el chofer nunca llegó.
El dolor en el vientre se intensificaba, se acurrucó en el sofá. Al ver los trozos del vaso roto en el suelo, una idea absurda cruzó su mente.
Paula había puesto algo en la bebida.
Con dificultad se levantó, recogió los fragmentos aún húmedos del vaso y los guardó.
El dolor se extendía del estómago al bajo vientre, y sentía cómo algo desgarraba su interior, mientras un calor recorría su cuerpo.
Marcó el número de Orlando, pero él no respondió.
Tampoco logró comunicarse con el chofer.
Con las últimas fuerzas, marcó al número de emergencias...