Capítulo 2
Ramón quedó sorprendido, su tono de voz se volvió más grave al instante.
—¿Qué dijiste?
Andrea levantó la mirada hacia el hombre frente a ella. Tenía unas facciones impecables, su aire frío y noble lo hacía destacar aún más. Vestía una camisa blanca y unos pantalones negros, perfectamente planchados, con los botones cerrados hasta el cuello, dejando claro que estaba a punto de salir.
Bajó los ojos y dijo con suavidad, —Moncho, ¿tienes un momento? He llamado también a papá y mamá porque quiero hablar con ustedes sobre algo importante.
Ramón se quedó rígido por un momento. Ella había vuelto a llamarlo Moncho.
Permaneció en silencio unos segundos, echando un vistazo a su celular que volvió a iluminarse con una notificación, —Ahora tengo que ir a recoger a Ali. Si es algo importante, lo hablamos después.
Tras decir esto, no volvió a mirar a Andrea. Simplemente dio media vuelta y se fue.
Andrea observó su figura mientras se alejaba hasta desaparecer por completo, luego bajó la mirada y entró en la casa sin decir nada más.
Cuando bajó las escaleras después de cambiarse de ropa, los señores Herrera ya estaban sentados en el sofá.
—Andrea, hija, ¿qué pasó para que nos llames tan tarde? —preguntó Silvia Pérez, su madre adoptiva, con una mezcla de curiosidad y preocupación.
Andrea les regaló una sonrisa dulce mientras tomaba asiento junto a Silvia, —Papá, mamá, los llamé porque quería decirles que he decidido casarme con Manuel.
Los señores Herrera intercambiaron una mirada, claramente sorprendidos.
—¿Manuel? ¿El amigo más cercano de tu hermano?
Andrea asintió con calma, —Sí, él… me ha querido desde hace mucho tiempo.
Aunque no entendían del todo cómo Andrea había tomado la decisión tan de repente, como padres adoptivos sabían que no era su lugar cuestionarla demasiado.
Por fortuna, conocían bien a la familia Jiménez, y sabían que no habría problema en que su hija se casara con Manuel.
Tal como lo imaginaba, los señores Herrera no se opusieron. Silvia, con una sonrisa amable, tomó la mano de Andrea y le preguntó si ya habían fijado una fecha para la boda.
Andrea asintió nuevamente, —Sí, ya está decidido. Será el mismo día que la boda de mi hermano.
Los señores Herrera asintieron de inmediato, mostrando su aprobación con una expresión satisfecha.
—Así está bien, tendremos doble celebración en casa. ¿Qué te parece si organizamos todo en el mismo lugar? —dijo Silvia con una sonrisa, mientras tomaba la mano de Andrea, —Por cierto, ¿ya le contaste a tu hermano sobre esto? Sabes que siempre ha sido muy protector contigo, no sé si estará preparado para dejarte ir.
Andrea recordó la actitud indiferente de Ramón hacía unos momentos y negó con un gesto silencioso.
—Aún no se lo he dicho, pero no importa. Al final, él lo sabrá de todas formas.
Los señores Herrera no insistieron. Tras pedirle que descansara temprano, se despidieron y salieron de la casa, perdiéndose en la quietud de la noche.
Andrea, por su parte, subió a su habitación, tomó el enorme fajo de mil bocetos que había dibujado para Ramón y se dirigió al patio trasero.
Allí, frente a un brasero encendido, comenzó a colocar las hojas una por una. Observó cómo las llamas consumían lentamente cada dibujo, transformándolos en cenizas.
En ese momento, su celular comenzó a vibrar. Miró la pantalla, donde el nombre Manuel Jiménez aparecía claramente. Andrea dudó por un instante antes de deslizar el dedo para contestar.
La respiración del hombre se filtró por el altavoz, rozando sus oídos como si estuviera justo a su lado. Por un momento, esa sensación la hizo quedarse en silencio.
Quizás al notar su mutismo, Manuel habló al fin con un tono cálido.
Su voz, usualmente controlada y fría, llevaba ahora un matiz de emoción contenida que apenas podía disimular.
—Andre, mi madre me dijo que aceptaste casarte conmigo. Estoy fuera del país ahora, y no puedo regresar de inmediato, pero me encargaré personalmente de todos los preparativos de la boda. El tema, el vestido, los anillos… dime qué estilo prefieres, y lo haré realidad.
Para Andrea, este matrimonio no era más que una salida desesperada. Si no se casaba, conocía demasiado bien a Ramón como para saber que no tardaría en organizarle un sinfín de citas con desconocidos para frustrar cualquier idea descabellada de su parte.
Entre casarse con un extraño o con alguien que la amaba, Manuel era, sin duda, la mejor opción en ese momento.
Aunque desde el principio esta boda carecía de un propósito genuino, Andrea sintió un pequeño remordimiento al escuchar la sinceridad en su voz. Por eso, respondió con suavidad, evitando mirar directamente a la verdad, —Confío en ti, organízalo como creas mejor.
Manuel sonrió suavemente y dijo, —De acuerdo, pediré al diseñador que se encargue de todo. Descansa bien. Para lo que necesites, aquí está tu hermano.
Al escuchar la palabra "hermano," Andrea se quedó un momento en blanco.
Recordó su infancia, cuando Manuel solía darle caramelos para que lo llamara "hermano."
Sin embargo, cada vez que esto sucedía, Ramón, con su fuerte instinto de posesión, le quitaba los caramelos y le repetía una y otra vez que solo podía llamarlo "hermano" a él. Si quería referirse a alguien más, debía añadir su nombre delante.
Pero Manuel, perseverante, no cedía. Aunque era un hombre que parecía no interesarse por nada, tenía una extraña fascinación por provocarla.
En ese entonces, ella no entendía sus intenciones, y ahora, tampoco estaba completamente segura.
Recordó las palabras de Elena, y con cierta duda en su voz, lo cuestionó.
—Manu, tu mamá dijo que te gusté desde hace mucho tiempo. ¿Es cierto?
Manuel no lo negó, —Sí.
Andrea miraba las cenizas en el fuego, incapaz de encontrar las palabras correctas para responder. Fue Manuel quien rompió el silencio, —Andre, aunque nuestro matrimonio se decidió apresuradamente, todo lo que tengo será tuyo. Después de casarnos, te transferiré el 80% de mis acciones.
Andrea sintió un momento de asombro. Apenas iba a decir algo cuando, de repente, una voz masculina resonó a sus espaldas.
—¿De qué matrimonio hablas?
Al girarse, vio a Ramón acercándose. Su respiración se detuvo por un instante y rápidamente colgó el teléfono.
—Nada, solo estaba hablando con un amigo.
Ramón se detuvo frente a ella y, justo cuando iba a hablar, su atención se dirigió al fuego. Entre las cenizas, algunos fragmentos sin quemar llamaron su atención. Al recogerlos, descubrió que eran bocetos que Andrea le había dibujado años atrás.
Sintió como si su corazón se detuviera, y apretó los trozos de papel en su mano.
—¿Por qué quemaste estos dibujos?
Andrea, que escribía algo en su celular, se detuvo un instante. Luego, respondió con indiferencia.
—¿No dijiste tú mismo que estos dibujos no debían ver la luz? Así que decidí quemarlos.
La mano de Ramón, que sostenía los fragmentos, se quedó rígida en el aire. Quiso responder algo, pero Andrea ya había pasado junto a él y entrado en la villa.
Mientras observaba aquella figura delgada desaparecer tras la puerta, un recuerdo lo golpeó de repente.Aquel día, él le había ordenado que tirara todo lo que tuviera que ver con él, afirmando que esas cosas eran "inapropiadas" y no debían existir.
Pero en ese entonces, Andrea, con lágrimas contenidas, se había plantado frente a él con terquedad y le había dicho, —¿Por qué tendría que deshacerme de ellas? ¿Qué tienen de malo? Me gustas, ¿y qué? ¡No estamos emparentados! Si tú me quisieras también, enfrentaría al mundo entero por ti.
La imagen de aquella chica obstinada se superpuso con la de la joven distante y fría que acababa de dejarlo atrás. Esa contradicción lo dejó inmóvil, sumido en un torbellino de emociones que no sabía cómo procesar.