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Capítulo 7

Por supuesto que no quería que ella sufriera ni la más mínima injusticia, por su amada, me engañó una y otra vez durante años, haciéndome daño sin cesar. —Ay, tú, ¿qué quieres que te diga? Solo por Clara eres capaz de llegar a este extremo. —Todos estos años, cuando ella enfermaba, tú le llevabas medicinas; cuando le faltaba dinero, tú le hacías una transferencia; cuando lloraba, tú te convertías en su protector; cuando sonreía, tú estabas aún más feliz que ella. —En aquel entonces, para salvar a Clara, no solo le arrancaste el corazón a la madre de Laura, sino que incluso esparciste sus cenizas, solo por miedo a que, aun después de muerta, siguiera sin perdonar a Clara. —Quizá Laura hasta ahora no sepa que, todos esos años en los que iba a visitarla, lo que visitaba no era más que una tumba vacía. Ramón arqueó ligeramente las cejas y se giró hacia la ventana: —Reconozco todo lo que hice. Si me piden pagar el precio que sea, no me importa. Si ella no quiere perdonarme, tampoco me quejo. —Pero Clara es inocente. Tiene el corazón débil, y no soporta los sustos. Yo, que estaba de pie frente a la puerta, me quedé completamente petrificada. Cada una de sus palabras era como una espada que me atravesaba el corazón sin piedad, hasta dejarlo hecho pedazos. No volví a entrar a buscarlo, me di la vuelta y me marché directamente. Cuando salí del edificio de la empresa, había un fuerte aguacero. Caminé así, entumecida, bajo la lluvia, mientras en mis oídos resonaban una y otra vez sus palabras. Las cenizas de mamá ya habían sido esparcidas y jamás podría encontrarlas otra vez. Existía una creencia: si las cenizas del difunto no están enterradas, su alma no tendrá paz bajo tierra. Yo no sabía qué clase de odio profundo tenía Ramón hacia mí como para engañarme con tanta meticulosidad. Todo lo que había descubierto ese día me había hecho colapsar por completo. Después de tantos años de conocerlo, ¿habría habido en alguna de sus palabras o acciones un mínimo de sinceridad? ¿Acaso todo había sido una mentira? Si le gustaba Clara, podía perseguirla abiertamente. ¿Por qué recurrir a métodos tan despreciables? ¿En su concepto del amor, yo no era más que un escalón? Mi cuerpo entero estaba frío, tembloroso, y durante el camino empapado de regreso a casa me sentí completamente aturdida. Solo al empujar la puerta descubrí que Ramón ya había vuelto. Al verme en ese estado, pareció perder la calma. Nervioso, se quitó el abrigo para ponérmelo encima y enseguida ordenó a los sirvientes que prepararan agua caliente para que pudiera darme un baño. En ese instante, volvió a ser el mismo de siempre: atento, delicado, suave, ese buen esposo de antes. —Laura, ¿qué te pasó? ¿Por qué lloras así? Respiré hondo y esbocé una sonrisa amarga. —No es nada, estaba viendo una serie y la protagonista sufría demasiado. Me metí tanto en la historia que no pude evitar salir a caminar bajo la lluvia. Él me acarició el cabello, con un tono mimado y algo resignado: —Ya casi vas a dar a luz, no veas dramas tan tristes. Te afectan demasiado. Después se inclinó, apoyó la cabeza sobre mi vientre e intentó escuchar los latidos del bebé. Tras un rato, dijo con cierta duda: —Qué extraño, ¿por qué últimamente no escucho los latidos del bebé? —Antes era tan travieso, de vez en cuando me daba pataditas. Guardé silencio un buen rato antes de preguntarle: —Ramón, ¿tú esperas la llegada de este bebé? Él se puso de pie de inmediato y me abrazó con fuerza: —Lo espero, claro que lo espero. —Es tuyo y mío. Es el fruto de nuestro amor. —Laura, compré todo el parque de atracciones de la ciudad para el bebé; para ese entonces, todos los juegos llevarán su nombre. Escuché que cuando nacen, los niños necesitan lo mejor, así que mandé hacer un pequeño collar de oro y una cucharita de plata. Y para el día del nacimiento preparé tus fuegos artificiales favoritos; se encenderán durante tres días y tres noches. Todos nos felicitarán. Después besó mi frente, como si estuviera inmerso en la dulce fantasía de nuestra vida futura. —Laura, te amo, y mientras sea un hijo que nazca de ti, yo lo amaré siempre. —En el futuro, los tres iremos de la mano: cocinaremos juntos, pasearemos por el parque, y viajaremos. —Dime, ¿no seríamos la familia más feliz…? Mis ojos estaban vacíos, sin una sola emoción en mi corazón. Porque yo sabía que ninguna de sus palabras merecía mi confianza. Él, con cada frase que decía, era una mentira absoluta.

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