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Capítulo 7

Antonio temía que Sofía se enfadara aún más y no se atrevió a demorarse; enseguida llamó a Melchor. Ella, tras calmar un poco sus emociones, dijo: —Ya que Caro quiere desarrollar su propia carrera, y tú conoces bien el ámbito de la dirección cinematográfica, aprovecha estos años en los que todavía nuestras palabras tienen cierto peso y ayúdala más. —Ay, de eso no te preocupes. Caro es mi alumna más destacada. En aquel entonces, por Melchor, dejó esta profesión, y el que más lo lamentó fui yo. ¿Olvidas que incluso me peleé contigo por eso, reprochándote que los juntaras a la fuerza? Ella suspiró. —Ahora que lo pienso, también me arrepiento. Cuando Melchor recibió la llamada, estaba cenando con Lilia. Ella había ganado un gran premio y fue quien, espontáneamente, le pidió que la invitara a comer. Melchor ya estaba de mal humor por la ruptura con Carolina y, al oír la voz melosa de Lilia mientras le hablaba, aceptó sin pensarlo. Ojalá Carolina fuera, aunque solo la mitad, tan dulce y dócil como Lilia. —¿Fue Carolina quien te llamó? —preguntó Lilia con cierta desilusión a mitad de la comida. Él arrugó la frente y negó con la cabeza. —No, no fue ella. Fue mi profesor, que de repente me pidió que fuera a su casa. Tengo que pasarme por allí. —¿Es don Antonio? Siempre me ha parecido increíblemente talentoso. ¿Podrías llevarme contigo para conocerlo? Melchor pensaba rechazarla, pero al verla tan ilusionada, las palabras de negativa se le quedaron atragantadas. No resistió y pellizcó con cariño su tersa mejilla. —Está bien, vamos. Pero debes ser prudente; a don Antonio no le gustan quienes buscan trepar a base de contactos. Lilia, haciendo un puchero, apartó su mano con impaciencia, aunque su voz aún sonaba llena de expectación: —Solo quiero conocer a don Antonio. Si llegara a tener la oportunidad de actuar en una película dirigida por él, aunque fuese apenas un papel secundario, ya estaría más que satisfecha. Melchor la miró con ternura. —Si don Antonio vuelve a dirigir, haré todo lo posible por conseguirte un papel. La casa de Antonio era un pequeño chalé con un jardín mediano en la entrada, y la puerta no era más que un sencillo portón de rejas. Ellos estaban sentados adentro y, desde la ventana, se veía perfectamente la entrada. Al ver a Melchor bajarse del auto, Antonio comentó para intentar disuadir a Sofía: —Cuando hables, procura controlar tu carácter. En el fondo, yo aún deseo que las cosas terminen bien entre ellos. Caro es de corazón blando; si Melchor sabe disculparse con sinceridad y la consiente un poco, en el futuro debería actuar con más tacto, mantener las distancias cuando corresponda... No alcanzó a terminar la frase, pues Sofía, enfurecida, golpeó la mesa con otra palmada. Antonio se sobresaltó. —¡¿Pero qué sustos son esos?! ¿No habíamos quedado en que no te enfadarías todavía? —Yo no estoy enfadada. Mira bien quiénes han venido afuera y luego hablamos de si debo enojarme o no. Sofía soltó una risa fría y detuvo a la criada que iba a abrir la puerta. —No la abras. Ella había visto todo el proceso: cómo Melchor bajaba del auto y, acto seguido, abría la puerta del automóvil para Lilia. Antonio, en cambio, solo alcanzaba a ver a los dos parados juntos frente al portón: Lilia, con la cabeza medio alzada, hablándole a Melchor con un gesto coqueto y reverente, mirándolo con adoración. A decir verdad, juntos parecían una pareja atractiva y bien conjuntada. Pero, comparada con Carolina, Lilia aún quedaba en desventaja. Antonio sacó el celular, buscó el nombre de Lilia y, tras elegir una foto, la comparó varias veces con la persona que estaba afuera. Al final, concluyó: —Sí, es Lilia. Hizo mala cara y agregó: —No tenemos relación con Lilia, ¿qué hace aquí? —¿Qué hace aquí? ¡De veras que ya te falla la cabeza con los años! Sofía se llevó la mano al pecho, sofocada por la rabia. —¡Por supuesto que vino pegada a Melchor, buscando escalar a base de contactos! Antonio soltó una risa bonachona. —Debes quieras mucho a Caro, pero no puedes enfadarte tanto por esto, no arruines tu salud. Dime, ¿qué hacemos entonces? Yo te sigo a ti. Afuera, Melchor ya había tocado el timbre por segunda vez. —Llámalo y dile que justo antes de que llegara salimos a última hora, que espere afuera. Luego hizo una seña con la mano. —Pilar, ve tú también a decírselo: que llegó tarde, que hace diez minutos nos habíamos ido, y que aguarde afuera. La sirvienta, Pilar, dudó. —Doña Sofía, ¿y si insiste en entrar? ¿Qué le digo? —Te plantas en la puerta y no la abres. Le dices que yo misma ordené que esperara afuera. Antonio comprendió sus intenciones: quería darle a Melchor una lección en nombre de Caro. Pero era una lección leve, apenas un pequeño escarmiento. Pilar corrió deprisa hacia la entrada y, disculpándose, se dirigió a Melchor: —Señor, lo siento mucho, estaba ocupada y recién escuché el timbre. Ni siquiera abrió la puerta. Melchor arrugó ligeramente la frente. —¿Y don Antonio y doña Sofía? Apenas terminó de preguntar, Antonio lo llamó por teléfono. —Está bien, don Antonio, lo espero en su casa. Usted y doña Sofía no se preocupen, de acuerdo, de acuerdo. Al colgar, Lilia ladeó la cabeza con una sonrisa inocente que le daba un aire de candidez. —Pues esperemos, no importa, hoy no tenemos nada que hacer. Melchor le acarició la cabeza en un gesto tranquilizador. Luego se volvió hacia Pilar. —Entonces, Pilar, entremos mientras tanto. Pero Pilar no dio señales de abrir; solo mantuvo una sonrisa cortés. —Doña Sofía ha dicho que debe esperar afuera, que ellos volverán pronto. Melchor quedó atónito. —¿Afuera? Don Antonio y doña Sofía siempre habían querido a Melchor y a Carolina, tratándolos como si fueran sus propios hijos. Ellos mismos lo habían llamado para invitarlo, ¿y ahora resulta que salieron de repente y, encima, no le dejaban entrar? Melchor preguntó: —¿Sabe usted si les surgió algún problema? ¿A dónde fueron? Si hay algún inconveniente, podría ir a ayudarles. Pilar negó con la cabeza. —No lo sé, solo dijeron que tenían asuntos que atender. Lilia, a su lado, también notó que algo no cuadraba. Pero enseguida intentó tranquilizarlo. —Melchor, no le des tantas vueltas. Seguro que solo tuvieron una urgencia y nos dejaron esperando. Quedémonos aquí, total, el clima está agradable y el entorno es bonito, como para disfrutar del paisaje. Ese día llevaba el cabello medio recogido, un vestido largo blanco con un gran lazo en la espalda; toda ella irradiaba una pureza encantadora, con la apariencia de una dulce universitaria. Debutó interpretando en una serie escolar a la chica idealizada, por lo que sus fans la bautizaron como "la novia de la nación". El corazón de Melchor se conmovió y le acomodó un mechón de cabello que el viento le había desordenado. Aquel gesto de intimidad casi provocó que Sofía arrojara con furia la copa que tenía en la mano. Antonio, sobresaltado, la detuvo a toda prisa. —Tranquila, tranquila, que es de la mejor loza de Talavera. Sofía bufó y dejó la copa sobre la mesa con un golpe seco. El tiempo pasó: una hora completa esperaron allí afuera. Melchor miró su reloj, con la expresión marcada por cierta impaciencia. Pensó en llamar, pero Lilia lo contuvo. Ella ya tenía el flequillo húmedo, pegado a la frente por el sudor. —Espera un poco más. Ya aguantamos tanto... Si los fastidias ahora, don Antonio podría llevarse una mala impresión. Melchor inspiró hondo, tratando de sofocar la ansiedad que lo corroía por dentro. Pasada media hora más, un vecino salió de su casa. Con una sonrisa, les dijo: —¿Vinieron a ver a don Antonio? Melchor guardó silencio, y fue Lilia quien respondió con sencillez: —Sí. —Ah, pues a veces me dan hasta envidia don Antonio y doña Sofía. Aunque no tuvieron hijos, ahora jubilados, siempre reciben la visita de sus alumnos. Hoy por la mañana estuvo aquí una chica muy guapa. El vecino, persona de carácter afable, se animó a seguir la conversación. —No se imaginan, nunca había visto a una joven tan hermosa. Como don Antonio se dedica al cine, quién sabe si será la protagonista de su próxima película. Melchor no tenía ánimo para prestarle atención, pero a Lilia le quedó resonando la frase "nunca había visto a una joven tan hermosa". ¿Cómo era posible que, estando ella allí, otra recibiera semejante elogio? Guardó silencio un momento, luego describió a los rasgos de Carolina y preguntó: —¿Era ella?

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