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Capítulo 9

Fabiola creyó simplemente que Regina se había acobardado. Que Regina tuviera miedo, desde luego, para ella era lo mejor. Pero Fabiola tampoco era una mujer ingenua; con su carácter precavido decidió no volver al hospital y se dispuso a quedarse en la casa de los Suárez para cuidar su embarazo. Todos en la casa de los Suárez la atendían con sumo esmero. En comparación, Regina se había convertido en alguien a quien nadie quería dirigirle la palabra. A Regina esto no le importaba; de todos modos, estaba por marcharse de la casa de los Suárez. Solo esperaba a que la familia Gómez viniera a recogerla en cualquier momento. Cuando había llegado, Gonzalo y Elena la habían entregado sonrientes a la casa de los Suárez. Ahora que se marchaba, también lo haría con la frente en alto. Pero en cuanto la noticia llegó a oídos de Marcos, él se puso nervioso al instante. Desesperado buscó la ocasión para tratar de hablar con Regina. Después de lo ocurrido la última vez, Regina lo evitaba con todas sus fuerzas. Donde estuviera Marcos, allí no iba ella. Estaba a punto de marcharse y no quería más imprevistos tontos. Sin embargo, como Marcos insistía en buscarla, ella no pudo esquivarlo. En el pequeño jardín de la casa de los Suárez, Marcos le sujetó la muñeca por detrás. —Escuché a Fabiola por casualidad decir que piensas volver a la casa de los Gómez. ¿Fabiola? Qué manera tan íntima de llamarla. ¿Será que estaba acostumbrado a hacerlo en la cama, y ahora, incluso en público, se le escapaba con facilidad de los labios? Con profundo desagrado, Regina se soltó de la mano de Marcos. —¿Y qué tiene que ver contigo si vuelvo o no a la casa de los Gómez, Gustavo? A propósito repitió el nombre con que lo llamaba, para recordarle a Marcos que ahora era el esposo de Fabiola. El nombre de Gustavo, en cambio, lo atravesó como una punzada. Se negó a soltar la mano de Regina y, en medio de aquel forcejeo en el jardín, la escena cayó justo bajo los ojos de Fabiola, que observaba perpleja desde el balcón de su habitación en el segundo piso. Ella apretó con fuerza los puños, llena de rencor e ira, y murmuró envenenada: —¡Regina, eres una mujer despreciable e incorregible! En el jardín, Marcos tiraba con cierto nerviosismo de Regina. Si ella permanecía en la casa de los Suárez, cada uno de sus movimientos estaría bajo su control. No podía permitir por nada del mundo que regresara a la casa de los Gómez; esto sería demasiado peligroso. —¿Cómo que no tiene que ver conmigo? ¡Marcos apenas murió hace menos de dos meses, y ya quieres marcharte de la casa de los Suárez! ¡Incluso muerto, eso lo haría sufrir! Regina sonrió con ironía. —¿Oh? ¿En realidad Marcos ha muerto? De pronto en el rostro de Marcos apareció una sombra de incomodidad, y después de dudar por unos segundos, murmuró: —Está enterrado en el Cementerio de la Paz Celestial, claro que ha muerto... Regina apartó con brusquedad la mano de Marcos. —¿Nunca escuchaste esa frase? "Los muertos ya se han ido, nada puede traerlos de vuelta; los vivos deben seguir adelante y continuar con su vida." Mientras la veía alejarse con determinación, Marcos sintió un dolor agudo en el pecho. No podía contener más el anhelo intenso que le provocaba Regina; bastaba percibir el aroma familiar de su cuerpo para recordar todos los bellos momentos vividos a su lado. De no haber sido por el accidente de Gustavo, él y Regina habrían sido la pareja ejemplar que todos en Altavista envidiaban. Mirando la figura que desaparecía lentamente, Marcos murmuró: —Regina, espera un poco más... En cuanto el niño nazca sano, volveré a tu lado. Regina, al regresar a su habitación, lo primero que hizo fue darse una ducha. Se frotó los brazos una y otra vez con tal fuerza que quedaron enrojecidos antes de detenerse. Cualquier lugar que Marcos hubiera tocado le resultaba desagradable. Apenas había terminado de bañarse cuando sin pensarlo llamaron con insistencia a la puerta. Regina, ya con la bata puesta, abrió, y allí estaban Marcos y Fabiola, uno a cada lado. Fabiola la miró de reojo y después a Marcos, quien entonces dijo en voz alta: —Regina, prepara tus cosas. Yo mismo te llevaré de regreso a la casa de los Gómez. Regina se quedó por unos segundos sorprendida. El cambio de actitud de Marcos era tan repentino que parecía que el hombre que la había detenido en el jardín no era él. Fabiola la observaba con un aire de victoria. Regina se dio la vuelta y comenzó a hacer apresurada su maleta. No le importaba; en realidad esperaba que la familia Gómez viniera por ella. Salir antes de la casa de los Suárez quizá no era una mala idea. Fingiendo dulzura, Fabiola añadió en tono de disculpa: —Perdona, Regina, si te hice pasar un mal rato. Pero ahora lo más importante en mi vida es el hijo que llevo en mi vientre. Si la casa está más tranquila, también será mejor para él.

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