Webfic
Open the Webfic App to read more wonderful content

Capítulo 3

Las zapatillas de pareja que solían estar en la entrada habían desaparecido. En su lugar, había unos tacones altos y los zapatos de cuero que Cristina, la favorita de Diego, le regaló en su cumpleaños. Me di cuenta de que las personas dentro eran Diego y Cristina. ¿No se suponía que volvían en dos días? Mientras lo pensaba, Cristina, al oír ruido, se acercó. Llevaba puestas mis zapatillas, también vestía mi pijama y su melena, algo despeinada, caía sobre sus hombros con aire descuidado, luciendo como la dueña de la casa. —Sonia, ¿cómo es que has vuelto a esta hora? Recuerdo que en la empresa aún no ha terminado la jornada, ¿no? Mientras hablaba, se echó una uva a la boca y, con destreza, escupió la semilla en el vaso de agua al lado. Reconocí el vaso, era uno de los que Diego me había regalado. Solía adorarlo, siempre lo tenía en las manos. En ese momento, Diego salió del salón. Al ver a Cristina usando mi vaso como cubo de basura, fingió no darse cuenta. Cuando me vio, su rostro se tensó por un instante. Luego se oscureció por completo: —¿Otra vez te has escapado del trabajo? —Aunque seas mi esposa, ¡no puedes hacer esto todo el tiempo! —Eso es una empresa, no nuestra casa. Si no das ejemplo, ¿cómo quieres que gestione al resto? ¿Ejemplo? No pude evitar querer reírme. Si de romper reglas se trata, ¿quién podría superarlo a él? Hace un año, cuando la empresa apenas despegaba, Diego hizo que Cristina, sin experiencia alguna, entrara directamente a la dirección. Aunque me sorprendió, cuando Diego me aseguró que Cristina tenía un gran potencial, me volqué en enseñarle todo. Sin embargo, Cristina pasaba el día maquillándose o durmiendo, y por la noche solo se quedaba para mandar una foto al grupo fingiendo que seguía trabajando. Se lo comenté a Diego, pero él solo decía que Cristina estaba cansada y necesitaba relajarse. Le pedí que se fijara más en ella, respondió que no tenía tiempo; le sugerí poner cámaras, dijo que era ilegal. Luego, los proyectos fracasaron y se perdieron millones, pero Cristina siguió igual. Cuando quise despedirla, Diego se opuso rotundamente. Al final, me preguntó: —¿Estás celosa? ¿Tienes miedo de que Cristina te supere? Cristina se quedó y poco a poco fue robando a mis clientes y proyectos. Diego, a pesar de verlo todo, hacía oídos sordos y la elogiaba, poniéndome a mí como ejemplo negativo de envidia hacia los compañeros. Antes me sentía injustamente tratada. Pero ahora pienso que, con tanta paciencia, en cualquier otra empresa seguro que no me habrían marginado ni despreciado como aquí. No dije nada. Cristina se acercó y, dándole unas palmaditas en la espalda a Diego, murmuró dulcemente: —Quizá Sonia vino corriendo al enterarse de que volvías hoy. Diego, convencido, sonrió con autosuficiencia: —¿Sonia, cómo supiste que yo volvía hoy? Cristina sonrió: —¿No recuerdas? El billete lo compró el departamento de personal, seguramente ellos se lo dijeron a Sonia. Diego bufó: —Sonia, nunca te concentras en el trabajo, pero para este tipo de cosas eres muy rápida. —Sin embargo, no creas que así vas a conseguir mi perdón. —Por congelarme la tarjeta, me hiciste pasar vergüenza delante de los socios. Al final fue Cristina quien tuvo que buscar dinero prestado para pagar los gastos. —Que te perdone no es imposible. —Pero antes debemos compensar a Cristina. —Su piso está en obras y no puede vivir allí por ahora, así que deberías dejarle tu dormitorio durante un tiempo. Si lo haces, dejaré pasar este asunto. Negué con la cabeza: —Pero esta casa ya la vendí. —¿La vendiste? —Diego abrió los ojos sorprendido. Antes de que él pudiera preguntar, Cristina intervino: —¿Sonia habrá vendido la casa para comprarte una más grande como compensación? A Diego le pareció lógico, y enseguida su expresión se relajó. —Es cierto, llevamos mucho tiempo en esta casa, ya va siendo hora de comprar una más grande. Cuando llegue el momento, pondré parte del dinero; por ahora, no vendas esta casa, así Cristina puede quedarse aquí. —Ay, qué pena, te pagaré el alquiler entonces. —¿Qué alquiler ni qué nada? —El rostro de Diego se ensombreció. —¿Cómo voy a cobrarle alquiler a mi propia empleada? —No, de verdad, el alquiler hay que pagarlo. —Bueno, entonces que sean 100 dólares. Ambos se daban la razón, y Diego actuaba como si el alquiler no tuviera la menor importancia. Esta casa está en el centro y el alquiler de mercado ronda los mil dólares, pero a él le da igual. En cambio, cuando salíamos juntos, no dejaba pasar ni un solo gasto de comidas o cine sin dividirlo todo con exactitud. La diferencia entre el amor y la indiferencia, realmente es abismal. —¿Y bien? Si aceptas, podría volver a plantearme lo del divorcio. —No hace falta que lo pienses más... —¿Cómo que no? No puedo perdonarte así como así, si no te doy una lección, ¿y si vuelves a las andadas? Diego me interrumpió, convencido de que yo quería que cambiara de opinión sobre el divorcio. Cristina, entre risas, añadió: —Diego tiene razón, pero, por mí, podrías perdonar a Sonia. —Además, después de tantos años de matrimonio, sería una pena que se divorciaran ahora. Diego fingió reflexionar. Cristina se le acercó, lo sacudió suavemente y le habló con dulzura. Él, aunque decía que no hiciera tonterías, no podía ocultar su sonrisa. —Está bien. Por fin me miró y, satisfecho, dijo: —Ya que Cristina intercede por ti, te perdono esta vez. —Deberías agradecerle, con todo lo que le has hecho y aún así te defiende. —Bueno, entonces sobre el divorcio... —Te equivocas. Lo interrumpí en voz baja y le entregué el acuerdo de divorcio. —Lo que quiero decir es. —Ya estamos divorciados.

© Webfic, All rights reserved

DIANZHONG TECHNOLOGY SINGAPORE PTE. LTD.