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Capítulo 3

Carolina se quedó inmóvil en la esquina del pasillo, sintiendo cómo se le helaba la sangre. Así que por eso Ricardo había regresado hoy: por la médula de Diego. Decía que lo llevaría a pasear, pero en realidad lo había engañado para meterlo en un quirófano. Era capaz de usar la vida de su propio hijo para salvar a Tomás. Ya no pudo contenerse. Entró corriendo a la sala de espera del quirófano y gritó con la voz rota: —¡Ricardo! ¿Trajiste a Diego solo para engañarlo y que donara médula? Ricardo se volvió con la mirada fría: —No armes un escándalo aquí. Carolina temblaba, las lágrimas cayendo al suelo: —¡Diego te adora! ¡Dibuja tu cara todos los días, te llama en sueños! Desde los cinco años recoge botellas y reparte volantes para ayudarte a pagar tus deudas. ¿Y tú, usas su vida para salvar a Tomás? La voz de Ricardo sonó helada, sin emoción: —Solo es un trasplante de médula. No perderá la vida. Tomás tiene leucemia y no puede esperar. Es cuestión de vida o muerte. Carolina lo tomó del brazo, desesperada: —¡Diego tiene cinco años! ¡Firmaste el consentimiento engañándolo! ¿Tú crees que mereces ser padre? Ricardo le sujetó la muñeca con fuerza, el rostro oscuro: —No me obligues a usar la fuerza. Ella intentó soltarse, pero los guardias la detuvieron. En ese momento se abrió la puerta del quirófano y una enfermera salió corriendo: —¡Algo salió mal! ¡Ambos niños sangran! Tomás tiene un tipo de sangre raro y no hay reservas. El rostro de Ricardo se tensó. Miró a Carolina con los ojos afilados como cuchillos: —Tú eres RH negativo. Carolina se quedó rígida. Él ordenó con voz cortante: —Ve a donar sangre ahora. Carolina tembló: —¡Ni lo sueñes! ¡Ese es el hijo de Florencia! ¿Por qué tendría que...? Ricardo la interrumpió con frialdad: —Si no donas, Diego tampoco recibirá transfusión. El banco de sangre está bajo mi control. Sintió un golpe en el pecho. La estaba chantajeando con la vida de su hijo. Lo miró fijamente y, de pronto, soltó una risa amarga entre lágrimas: —Está bien. Donaré. El proceso fue largo y doloroso. Después de extraerle 600 cc, la enfermera miró a Ricardo: —Si seguimos, puede ser peligroso para ella. —Sigan. —Ordenó él sin expresión. Carolina estaba pálida, mareada, pero apretó los labios sin decir una palabra. Tenía que salvar a Diego. Aunque la dejaran sin una gota de sangre, debía salvarlo. Antes de perder el conocimiento, oyó a Ricardo decirle a la enfermera: —Llévensela para usarla con Tomás. ... Cuando despertó, Carolina sintió todo el cuerpo frío. Un pequeño cuerpo se lanzó a sus brazos con voz temblorosa: —Mamá, me duele, tenía miedo de no volver a verte. Era Diego. Carolina lo abrazó, empapando su cuello con lágrimas: —Perdóname, hijo. No pude protegerte. Diego levantó la mano y le secó el llanto: —No llores, mamá. Ya no me duele. El corazón de Carolina se desgarró, pero forzó una sonrisa: —Cuando salgamos del hospital, nos iremos. ¿Sí? —¿A dónde? —A un lugar donde no exista papá. Diego asintió con fuerza: —¡Sí! ¿Cuándo nos vamos? —En tres días. Apenas lo dijo, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Ricardo estaba en la entrada, con la mirada oscura: —¿A dónde piensan ir?

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