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Capítulo 5

Desde que Patricia se levantó esa mañana, sintió un malestar extraño en el corazón, como si algo malo fuera a pasar. Debía llevarse cuanto antes a su hijo y a su mamá, para evitar que las cosas se complicaran. "Ring, ring". El tono agudo del celular la sobresaltó. Con los nervios tensos, contestó la llamada. —Hola, Javier. —Patricia, la información de identidad tuya y de Silvia ya fue dada de baja. Pero la de Hugo aparece fuera de tu núcleo familiar, no se puede proceder. Ella recordó que, tras dar a luz a Hugo, había sido Marcos quien se encargó de hacer el registro civil. ¿Acaso...? —Ahora se necesita la información del registro de Hugo para anularlo. Patricia, ¿él está registrado con el apellido de Marcos? El corazón se le desplomó hasta el fondo. "¡Si estaba a nombre de Marcos, todo sería mucho más difícil! " Conteniendo la voz, preguntó: —Entonces, con solo obtener el libro de familia de Hugo, ¿se le puede dar de baja? —Sí, pero tienes que darte prisa, porque los trámites de inmigración ya los estoy gestionando con carácter urgente. Si la identidad anterior no se da de baja a tiempo, será problemático... —De acuerdo. Al colgar, ella empezó a pasearse por la sala de estar de un lado a otro. De pronto, su mirada se posó en la habitación cerrada con llave. Llamó a un cerrajero. Por lo general, para abrir la puerta principal se necesitaba mostrar la escritura de la casa y la identificación, pero ella usó la excusa de que un niño había jugado y perdido la llave. Entonces, el cerrajero tardó apenas unos minutos en abrir la puerta. Dentro, la decoración era igual de fría y gris. Bajo el escritorio había una caja fuerte de titanio. Patricia respiró hondo, se agachó y miró la cerradura numérica. Tenía una memoria prodigiosa: en su momento aprobó todos los exámenes de derecho a la primera y, el día en que juzgó el caso de divorcio de Marcos, la fecha de cumpleaños de Ana quedó grabada en su mente. "960513". Con un "clic", la puerta de la caja fuerte abrió. Dejó de lado algunos documentos confidenciales de la empresa y, rebuscando, encontró el acta de matrimonio y el libro de familia. En el acta aparecía Marcos junto a Ana, sonriendo radiantes y felices. Totalmente distinto al falsificado de ella: en su foto de boda, Marcos aparecía serio, diciendo que no le gustaba tomarse fotos. No era que no le gustara posar; era que no quería tomarse fotos con alguien a quien no amaba. Al abrir el libro de familia, allí estaba el registrado Hugo. ¡Marcos era despiadado! ¡Había tenido la osadía de inscribir a Hugo bajo su nombre y el de Ana! ¡Eso dolía más que echar sal sobre una herida abierta! Patricia no tuvo tiempo de detenerse a pensar; de un tirón arrancó la página de Hugo, le tomó una foto y la mandó enseguida a Javier. Después, con rapidez, devolvió todos los documentos a su lugar. A los pocos minutos, volvió a sonar su celular; creyó que era Javier. —Hola, Javier, ¿necesitas más información...? Del otro lado, respondió un médico: —Señora Patricia, buenas tardes. Su madre ha sufrido un accidente, su estado no es bueno. ¡Por favor, venga al hospital! —¡¿Qué?! ¿Qué ha pasado? —Su mamá rodó por una pendiente y presenta hemorragia intracraneal, además de problemas de hipertensión... "¿Rodó por una pendiente?" Patricia no tuvo tiempo de pensarlo más. Tomó en brazos a Hugo y corrió hacia el hospital. Al ver el estado de su mamá, su mente se nubló y rompió a llorar desconsoladamente. A Hugo le taparon los ojos. Él, ingenuo, todavía preguntó si su abuela no había tomado bien la medicina. El médico salió del quirófano, suspirando, y dijo que habían hecho todo lo posible. Las piernas de Patricia se aflojaron y cayó al suelo, con lágrimas cayendo sin parar. Huérfana de padre desde pequeña, Silvia había sufrido mucho para criarla y sacarla adelante; pero, sin haber disfrutado aún de una vejez digna, había muerto en tierra extranjera. Si no hubiera insistido en seguir los pasos de Marcos, nunca habrían llegado a Puerto Marfil, y Silvia jamás se habría encontrado con semejante desgracia. Se golpeó el pecho, con el corazón hecho añicos. Una manita cálida le secó las lágrimas y unos bracitos le rodearon su cuello. —Mamá, no llores, la abuela seguro se pondrá bien. El pobre niño aún no sabía que Silvia no volvería jamás. Al pedir las pertenencias de su mamá, ella notó que faltaba el celular. Las dudas comenzaron a aflorar en su mente. "Nunca había sido aficionada a escalar, ¿cómo podía haber rodado por una pendiente?" El lugar donde vivían era completamente llano; la única estaba donde se encontraba aquella mansión en la ladera. De pronto, sintió como si la sangre le abandonara el cuerpo. Sin dudarlo, sacó el celular. —¡Hola! Quiero denunciar un crimen. ... La policía pronto tomó el caso y los forenses comenzaron la autopsia. No tardaron en emitir una conclusión preliminar: Silvia tenía heridas por golpes, que no parecían provocadas por una caída en una pendiente, sino más bien por choques en una escalera. La policía, revisando las cámaras de seguridad de la calle, confirmó que Silvia se había ido a la mansión de la ladera. En el corazón de Patricia ya había una respuesta, pero necesitaba pruebas contundentes para demostrarlo. Cuando estaba a punto de acercarse a la verdad, la investigación fue abruptamente cerrada. La policía dio por concluido el caso de forma apresurada como un accidente, excusándose en la falta de más pruebas. La amable agente de policía le susurró un consejo: —Señora, ¿no habrá ofendido a alguien a quien no debía? Le recomiendo que se rinda, deje que su mamá descanse en paz y no juegue con fuego. Ella entendió el significado oculto de esas palabras: en Puerto Marfil, solo Marcos tenía el poder de cubrir el cielo con una mano. Ella, secándose las lágrimas, tomó un taxi con determinación hacia la mansión en la ladera. ¡Necesitaba hechos, necesitaba la verdad! ¡De lo contrario, no merecía llamarse hija de Silvia! Frente a la Villa Ana Estrella, gritó hasta desgarrarse la garganta, pero Ana no salió. En cambio, varios guardaespaldas la empujaron con brutalidad y la tiraron al suelo. Empezó a sonar una llamada de Marcos, y al contestar escuchó de inmediato su voz furiosa. —¡Patricia! ¿Qué demonios estás haciendo? ¿Qué tiene que ver Anita con la muerte de Silvia? Ella ya no temía nada. —¡Marcos, me arrepiento tanto de haberte conocido! ¿Acaso olvidaste lo que dijiste cuando te arrodillaste ante Silvia aquel día? —¡Dijiste que me amarías toda la vida! ¿Y ahora qué has hecho? —¡Silvia ha muerto y ni siquiera viniste a verla! ¡Incluso pretendes encubrir la verdad de este crimen! Del otro lado, Marcos, con un tono molesto, la amenazó: —Tengo poca paciencia. Si sigues haciendo escándalo, ¡haré que no vuelvas a ver a Hugo en toda tu vida! La última bocanada de aliento se le escapó del pecho y cayó de rodillas en el suelo. "¡Mamá!" "¡Perdóname, mamá!" Hugo era su última razón para resistir. Sin su hijo, ella tampoco podría seguir viviendo. Patricia, desorientada, caminaba colina abajo cuando una mujer de mediana edad, vestida como empleada, la interceptó. —Aunque solo trabajé un día con Silvia, era una persona excelente —dijo la mujer, metiéndole algo en la mano—. Cuídese mucho. Solo puedo ayudarla hasta aquí. Dicho esto, la mujer se marchó. Patricia abrió la palma y vio que era el celular de Silvia.

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