Capítulo 11
—Has gastado demasiado Poder Mental hoy, deberías descansar bien unos días cuando regreses a casa.
—Más tarde pasaré por tu casa a llevarte un poco de fortigel, que ayuda a reponer el Poder Mental. Así te sentirás mejor.
Leocadio cerró la pantalla neural y siguió conversando con Adelaida.
—Adelfo también debe tener bastante fortigel. No seas tímida, pídeselo directamente. Somos tus guardianes; haremos todo lo posible para satisfacer tus necesidades.
No se sabía en qué pensaba Leocadio, pero sus orejas se sonrojaron levemente de nuevo.
—Bueno, ya terminamos de comer. Volvamos.—dijo Adelaida poniéndose de pie, sin notar la actitud inusual de Leocadio.
La verdad era que necesitaba descansar un poco. Además, tenía que encerrarse en su habitación para recibir el paquete de recompensas por haber subido de nivel.
Adelaida sentía curiosidad por saber qué contendría el paquete esta vez. Aunque, viniendo del sistema, seguramente todo sería de excelente calidad.
Pensando en esta idea, su ánimo mejoró, y salió con una sonrisa en el rostro.
Leocadio la siguió, y al verla tan contenta, él también se alegró, creyendo que Adelaida estaba feliz por el cambio en los comentarios que circulaban en la red.
Adelaida acompañó a Leocadio a su Almacenexus, donde él recogió un poco de fortigel, algunos suplementos nutricionales, algo de ropa limpia y además, artículos de uso diario.
Como debía cuidar a Adelaida, Leocadio había decidido mudarse directamente a la villa de Adelfo, para vivir allí.
Después de todo, mientras no estuviera combatiendo contra los Zergs, Leocadio solía tener tiempo libre.
Normalmente entrenaba solo en el campo del Centro de Información Estelar, pero ahora que debía cuidar de una hembra joven, entrenaría en la villa de Adelfo.
—Leocadio, ¿cómo se usa este fortigel?—preguntó Adelaida, que estaba sentada en el asiento del copiloto, mientras sostenía un fortigel púrpura en la mano.
Adelaida pensaba que esta cosa se parecía mucho a un cristal, solo que Leocadio había dicho que servía para reponer el Poder Mental, así que debía contener algún tipo de energía especial.
—Solo aplástalo y absorbe la energía que tiene dentro.—respondió Leocadio, echando un vistazo a Adelaida antes de volver rápidamente la mirada al camino.
Adelaida intentó apretarlo y, para su sorpresa, el fortigel se deshizo con apenas un leve apretón.
Una nube de neblina blanca y pura se introdujo directamente en su cuerpo, y enseguida sintió una familiar sensación helada en la zona del corazón.
Así que absorber y purificar veneno de insecto genera una sensación ardiente, mientras que absorber Poder Mental produce una sensación de frío.
Con razón, ayer, cuando esos dos orbes luminosos entraron en su cuerpo, su corazón sintió tanto frío como calor al mismo tiempo.
Si no hubiera sido por el sistema, creería que había muerto.
—¿Qué tal? ¿Sientes que tienes mucho más Poder Mental? Seguro que te sientes mucho mejor que antes.—Leocadio mostró una gran sonrisa.—El fortigel púrpura es el mejor que existe.
—¿Hay fortigel de otros colores?—preguntó Adelaida con interés, apartando un mechón de cabello de su rostro.
—Sí, además de la púrpura, también hay fortigel verde y amarillo. Pero los verdes y amarillos no tienen tanta energía como los púrpuras.
Asintió Leocadio, mientras giraba el volante con naturalidad.
—¿Hay muchos fortigeles púrpuras?—preguntó Adelaida, observando los restos del fortigel en su mano y luego mirando a Leocadio.
—No muchos. Los verdes y amarillos son más comunes. En la Alianza de las Sombras Viperinas se produce mucho fortigel; los púrpuras casi siempre los compramos allí. En cuanto a los verdes y amarillos, los conseguimos en la Alianza del Tigre Blanco.
Respondió Leocadio, negando con la cabeza mientras estacionaba el vehículo en el garaje.
—Si me diste todos estos fortigeles púrpuras, ¿qué harás tú? Me parece que tampoco tienes de los verdes ni de los amarillos.
Dijo Adelaida, parpadeando mientras una cálida emoción surgía en su pecho.
—¿Yo? Luego compraré más. Igualmente, cada vez que eliminamos Zergs, la alianza nos da recompensas, así que no te preocupes por mí, Adele.
Leocadio sonrío, y luego le desabrochó el cinturón de seguridad a Adelaida.
Al bajarse del vehículo, Leocadio presionó un botón en la pared del garaje, y un minuto después, apareció un robot.
—Teniente coronel Leocadio, señorita Adelaida, ¿en qué puedo ayudarles?—preguntó cortésmente el robot.
—Ayúdame a llevar estas cosas al segundo piso, a mi habitación.
Dijo Leocadio, levantando una bolsa con empaques adorables llenos de fortigel. Luego salió del garaje junto a Adelaida.
—Leocadio...
Adelaida se detuvo de pronto tras dar unos pasos.
—¿Qué pasa, Adele?—Leocadio se detuvo de inmediato y volteó para preguntar.
—¿Puedo tocar tus orejas de bestia?
Adelaida se frotó las manos, realmente le picaban de ganas.
Tal vez era por el viento que soplaba en ese momento, pero las orejas de bestia de Leocadio no paraban de moverse, lo que le daba aún más ganas de tocarlas...
—Ah... ¿a-a-ahora?—Los ojos de Leocadio temblaron un poco, y tanto sus mejillas como sus orejas se tiñeron visiblemente de rojo.
Solo pasaron unos diez segundos, y Leocadio ya estaba tan rojo como un tomate maduro.
Al ver ese cambio en Leocadio, a Adelaida le picaban aún más las manos...
—¿Puedo?—Adelaida volvió a frotarse las manos.
Leocadio echó un vistazo rápido a su alrededor, asegurándose de que no hubiera otros Orcos cerca, luego, se agachó y respondió con un hilo de voz: —S-s-sí... puedes.
Al recibir una respuesta afirmativa, Adelaida extendió de inmediato las manos, usando los dedos índices y pulgares de ambas manos para agarrar suavemente las orejas de bestia de Leocadio.
Eran suaves.
Al ver que Leocadio no se resistía, Adelaida se volvió aún más atrevida y empezó a acariciar directamente las dos orejas de bestia de Leocadio con las manos.
Al principio, Leocadio se sentía un poco incómodo, y sus orejas de bestia se sacudían involuntariamente.
Pero después de un rato, bajo las caricias de Adelaida, Leocadio empezó ronronear de satisfacción, como un gatito siendo mimado.
Sintiendo el aroma de Adelaida envolviéndolo y el leve frescor de sus dedos, Leocadio sintió un calor inexplicable recorrer su cuerpo.
Era como si algo dentro de él estuviera fuera de control; tenía muchas ganas de levantarse y abrazar a la joven, pero temía que si se movía de repente, pudiera incomodarla.
Después de todo, en ese momento Adelaida sonreía feliz mientras acariciaba sus orejas de bestia.
—¿Qué están haciendo?
El ambiente perfecto fue interrumpido por una voz familiar con un leve tono de frialdad.
Adelaida levantó la vista y parpadeó, con las manos aun sujetando las orejas de Leocadio: —Como puedes ver, estoy tocando sus orejas de bestia.
Al ver la respuesta tan sincera de Adelaida, Adelfo se quedó sin palabras.
—Hace viento, y hoy usaste bastante tu Poder Mental. Cuida de no resfriarte.—la voz de Adelfo se suavizó un poco, pero miró fríamente a Leocadio.
—¿No podías acompañado tú primero a la señorita Adelaida a su habitación?—Dijo Adelfo, casi rechinando los dientes al hablar.
Estaba a punto de volverse loco de celos...
¡Los dos conocieron a Adelaida apenas ayer! Y Leocadio solo la conoció una hora antes que él, ¿cómo es que ya había tenido contacto físico con ella?
¡La cargó, la sostuvo en brazos, y ahora Adelaida le estaba tocando las orejas de bestia!
Si lo hubiera sabido, él mismo habría acompañado a la joven hembra.
—Pues, es cierto.—Asintió Adelaida y soltó sus manos.
Cuando Leocadio sintió desaparecer el calor en sus orejas de bestia, no pudo evitar sentir una punzada de decepción.
Se levantó algo renuente, pero obedientemente acompañó a Adelaida hacia la villa: —Vamos, Adele.
—Sí, está bien. Una vez dentro de la villa, ¿puedo tocar también tu cola?
Adelaida señaló con el dedo la cola de Leocadio, que se movía ligeramente detrás de él.
Hay cosas que, si se quedan a la mitad, siempre te dejan con esa inquietud...
—Si…sí... puedes...
La voz de Leocadio era casi inaudible, pero asintió y aceleró notablemente el paso.
Adelfo, ignorado por ambos, se quedó sin palabras.
Apretó los labios. Las oportunidades hay que buscarlas uno mismo.
Justo cuando iba a llamar a la señorita Adelaida, recordó que Leocadio le había dicho "Adele", así que él también la llamó así:
—Adele, yo también tengo orejas de bestia y una cola... ¿quieres tocarlas después?—Adelfo entrecerró los ojos con una sonrisa; sus hermosos ojos miraban a Adelaida con una expresión llena de esperanza.