Capítulo 4
La voz de Laura temblaba visiblemente: —Víctor, ¿es que no puedes ver en qué estado estoy?
Sus brazos estaban hinchados y apenas quedaba piel sana; las heridas profundas y sangrantes resultaban desgarradoras.
Pero Víctor, tras un breve silencio, se mantuvo implacable: —Sonia no ha podido descansar en todo el día. La pulsera debe estar terminada esta noche.
Los ojos de Laura se enrojecieron, pero ya no le quedaban lágrimas: —¿Y si me niego? ¿Vas a encerrarme otra vez, a dejar que los insectos me devoren hasta matarme?
Víctor no se atrevía a mirarla con lágrimas en los ojos y cerró los suyos, impotente.
—Solo aguanta un poco más. Cuando Sonia se recupere del todo y yo haya pagado la deuda de su vida, volveremos a estar como antes.
Lo dijo a modo de promesa, dejó la rama de espino en la mesilla y recuperó la compostura: —Recuerda, si no lo haces tú, lo harán los guardaespaldas. Dicen que las cuentas teñidas con sangre funcionan mejor.
Se cerró la puerta de la habitación.
Varios guardaespaldas se acercaron a la cama: —No pierda el tiempo, señora. Víctor dijo que tiene que quitar todas las espinas de la rama con los dedos, y cada cuenta debe lijarse una por una.
Aquella noche, los guardaespaldas obligaron a Laura a levantarse de la cama, sin dejarla dormir ni un minuto.
Sus dedos acabaron agujereados, con la piel abierta por el roce de la lija, y cada movimiento era un suplicio insoportable.
Al amanecer, se escuchó en el dormitorio principal la risa satisfecha de Sonia: —Víctor, la pulsera realmente funciona. En cuanto me la puse, dejó de dolerme la cabeza.
Víctor le respondió con ternura: —Me alegro. Duerme un poco, yo me quedo contigo.
Laura, acurrucada en un rincón de la cama, contemplaba sus dedos llenos de heridas, viendo la sangre gotear sobre las sábanas, y sentía los ojos arderle.
Recordó que antes, si se pinchaba con una espina y sangraba, Víctor se preocupaba durante horas. Ahora, en cambio, le daba a Sonia una pulsera teñida con su sangre para complacerla.
"¿Víctor, todavía dices que volveremos a ser como antes?"
"¿Cómo podríamos serlo?"
"Mi amor por ti, claramente, ya se ha agotado."
Al día siguiente, tras dormir bien gracias a la pulsera, Sonia estaba tan animada que arrastró a Víctor a dar un paseo.
Laura solo supo, por las fotos y publicaciones de Sonia en las redes, que habían ido a ver el atardecer.
En la imagen aparecían las paredes blancas de Santorini, Sonia de la mano de Víctor, con el pie de foto: [Décimo año de quererte, por fin se cumplió mi deseo.]
Laura miró la foto y sintió que por dentro soplaba el viento, pero ya no le dolía nada.
Se quitó el anillo del dedo anular, salió al jardín y arrancó de raíz todas las campánulas, cortándolas en trozos y tirándolas al cubo de la basura.
Después de hacerlo, encendió el ordenador, entró en aquella cuenta llena de insultos, programó una publicación para dentro de un mes y escribió: [Cuando leas esta carta, probablemente yo ya no estaré aquí...]
Aquella carta de despedida le llevó mucho tiempo escribirla. Cuando por fin terminó la última frase, oyó el ruido de un coche en el patio y Víctor entró corriendo en la casa.
—¿Por qué destruiste esas campánulas? ¿No eran tus flores favoritas? Yo mismo las planté para ti.
Por alguna razón, tenía el rostro pálido y se le veía sangre en las mangas.
Laura lo miró con calma, cerró el portátil y respondió: —Las raíces estaban podridas, será mejor plantar otras cosas en el futuro.
Al oír su respuesta, Víctor reprimió la inquietud que sentía: —Entonces, más adelante, te plantaré nuevas.