Romántica

El corazón de Sonia latía frenéticamente. Hacía esfuerzos por calmarse y miró el mar embravecido bajo la cubierta.
No se veía a nadie, como si nada hubiera ocurrido.
Tras un largo rato, se dio la vuelta lentamente.
—¡Laura, esto es lo que te merecías!
En la oscuridad de la noche, su expresión era fría y cruel, llena de indiferencia.
En la cubierta del segundo piso, Víctor apareció con un pastel en las manos. Al ver a Sonia regresar, encendió las velas: —Pruébalo, no lleva leche. Las frambuesas llegaron en avión esta mañana y solo lleva un treinta por ciento de azúcar. Seguro que te gusta.
Sonia, sonriendo, sopló las velas con aire expectante: —Quiero que me des de comer tú.
—¿Nos han invitado para presumir de felicidad?
—Víctor, ¿para cuándo vas a divorciarte de esa criada? Ya va siendo hora de casarte con Sonia, ¿no?
—Yo diría que podrían casarse ahora mismo. En la cena benéfica de hace

Al amanecer, una sensación fresca le rozó el pecho, como un beso suave.
Víctor, aún medio dormido, reaccionó por instinto y la abrazó, tomando sus dedos entre los suyos y murmurando, ronco y cariñoso: —Laura, no empieces.
Pero en cuanto lo dijo, su cuerpo se quedó rígido de golpe.
Esa mano...
Laura había sido asistenta y desde niña trabajó duro; siempre tuvo callos en las manos. Por más que luego la colmara de amor y mandara hacer cremas especiales, esa aspereza nunca desapareció, como una huella del tiempo.
En todas las noches íntimas, él solía acariciar sus dedos con ternura, sintiendo una mezcla de cariño y lástima.
Pero ahora, la piel que sostenía era excesivamente suave y lisa.
Una avalancha de recuerdos lo asaltó y se incorporó bruscamente en la cama.
La habitación era un desastre, la ropa tirada por el suelo, la cama deshecha, y encima de las sábanas, Sonia, completamente desnuda,

Laura percibió la mala intención en el ambiente y se negó de inmediato: —¡No voy a jugar a esto!
Pero apenas retrocedió un par de pasos, uno de los jóvenes se levantó de golpe y, antes de que ella pudiera reaccionar, le abofeteó la cara.
A su alrededor estallaron las risas: —¡Bien merecido, por atreverse a pegarle a Sonia!
Sonia sonrió con falsa inocencia: —Laura, no te lo tomes a mal, solo estamos jugando.
Y Víctor, observando la escena con frialdad, simplemente volvió a girar la botella y dijo: —¡Continuemos!
En ese momento, Laura comprendió el verdadero motivo de su invitación.
Arrodillarse bajo la lluvia aquella noche no había sido suficiente.
Por haber abofeteado a Sonia, Víctor quería que ella lo pagara en público, con creces.
Así, la botella volvió a señalarla una y otra vez.
Diez veces en total. Cuando cayó la última bofetada y el guardaespaldas la soltó.
Laura solo escuchaba un zumbido en los oídos, llevó la mano a la cara, que estaba completamente hinchada.
—Víctor, dijiste que esta noche me harías tú mismo una tarta de cumpleaños. —Dijo Sonia de pronto, con tono mimado.
Víctor sonrió levemente y se levantó: —Espérame, voy a la cocina.
Antes de irse, dirigió una última mirada a Laura, pero no le dijo nada.
Con su marcha, Sonia dejó de fingir aquella fragilidad y dulzura.
—¿Qué tal, te ha gustado que te peguen?
Laura ignoró su provocación, esbozó una sonrisa indiferente y se levantó para marcharse.
Sabía que Sonia, embriagada por su aparente victoria, la seguiría.
Tal como imaginó, al llegar a la cubierta superior del yate, escuchó el sonido de unos tacones siguiéndola.
—¿Sonia, de verdad crees que has ganado?
Laura habló de repente, deteniéndose junto a la barandilla con una sonrisa: —¿Sabes? Víctor dice que en cuanto te recuperes y le pague la deuda de tu vida, te echará de casa.
Sonia, poco acostumbrada a la provocación, explotó: —¡Cállate! No eres más que una sirvienta, ¿cómo te atreves a competir conmigo?
Avanzó furiosa, y Laura, de pronto, se giró y le agarró el cuello de encaje del vestido.
—Aquella noche, mi madre, ¿también fue así? Solo porque rozó tu vestido, ¿tú...?
El resto de la frase se perdió en el nudo de la garganta de Laura.
Pero su dolor avivó la crueldad de Sonia: —Tienes razón. Tu madre rozó mi vestido y, como no quiso arrodillarse a pedirme perdón, tuve que darle una lección.
—¿Sabes lo terrible que fue verla con los brazos rotos, la boca tapada, incapaz de gritar?
—Justo aquí, sobre esta cubierta, su sangre se derramó en el mar. Pensaba romperle también la pierna derecha, pero al forcejear cayó por la borda y así murió del todo.
Las palabras arrogantes de Sonia encendieron el odio en los ojos de Laura: —¡Eres una asesina!
Pero Sonia solo se rió, completamente segura de sí misma: —¿Y qué? Víctor me cree. Incluso me defendió en el juicio.
Laura apretó aún más fuerte el cuello de su vestido: —No olvides que yo soy la esposa de Víctor. No se va a divorciar; mientras yo viva, siempre seré su mujer.
Siguió provocando, alimentando la rabia de Sonia.
De pronto, Sonia la agarró del cuello.
Su fuerza fue aumentando; la cara de Laura empezó a enrojecerse y sus palabras se quebraban: —¡Suelta! ¿Vas a matarme? Te advierto que mientras yo siga viva, tú jamás...
En ese instante, Sonia la empujó contra la barandilla, el golpe en la espalda le adormeció el cuerpo, y el anillo de boda resbaló por su dedo anular.
En el forcejeo, Laura acabó medio colgada al otro lado de la barandilla, y de pronto perdió el equilibrio, cayendo desde el tercer piso.
En la segunda planta, la fiesta seguía con bullicio y risas, tapando el ruido de su caída al mar.
El agua helada le invadió los pulmones, y por un instante, Laura sintió incluso cierta calidez.
Ese mar era el lugar donde seguía existiendo Teresa.
Por eso no lloró, ni tuvo miedo.
Al cerrar los ojos, el segundo botón rojo de su vestido brilló un instante.
Allí estaba oculta una microcámara.
La verdad, sepultada en las profundidades, algún día saldría a la luz.


El corazón de Sonia latía frenéticamente. Hacía esfuerzos por calmarse y miró el mar embravecido bajo la cubierta.
No se veía a nadie, como si nada hubiera ocurrido.
Tras un largo rato, se dio la vuelta lentamente.
—¡Laura, esto es lo que te merecías!
En la oscuridad de la noche, su expresión era fría y cruel, llena de indiferencia.
En la cubierta del segundo piso, Víctor apareció con un pastel en las manos. Al ver a Sonia regresar, encendió las velas: —Pruébalo, no lleva leche. Las frambuesas llegaron en avión esta mañana y solo lleva un treinta por ciento de azúcar. Seguro que te gusta.
Sonia, sonriendo, sopló las velas con aire expectante: —Quiero que me des de comer tú.
—¿Nos han invitado para presumir de felicidad?
—Víctor, ¿para cuándo vas a divorciarte de esa criada? Ya va siendo hora de casarte con Sonia, ¿no?
—Yo diría que podrían casarse ahora mismo. En la cena benéfica de hace unos días, Víctor ya le regaló un anillo, ¿o no?
Las bromas del grupo se hacían cada vez más descar

Capítulo 9