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Capítulo 4

Un retrato de boda colgaba en la pared. Sara, vestida con un traje de novia sin tirantes, estaba estrechamente pegada al frente de Daniel. Sus narices se tocaban, se miraban con profundo amor a los ojos, como si fueran una pareja enamorada desde hace muchos años. De pronto, Daniel salió corriendo desde la sala de estar: —Julita, ve a descansar al dormitorio de invitados, Sara no está bien, y como esta habitación tiene buena luz, decidí dejar que ella se quedara aquí... A mitad de la frase, vio la foto de boda en la pared y quedó atónito por un instante antes de continuar hablando. —No malinterpretes, esa foto solo la tomamos para responder a la presión de su familia para casarse. Fueron a solicitar el certificado de matrimonio para ayudar a Sara, y se tomaron la foto de boda para que Sara pudiera lidiar con su familia. Al encontrarse con la mirada sombría de Julia, Daniel sintió de pronto una inquietud inexplicable en su corazón y, de manera instintiva, quiso tomarla del brazo. —Julita, no pienses mal, yo solo... Al instante, Julia evitó su contacto: —No me toques. Era la primera vez, en los seis años que llevaban juntos, que Julia le mostraba esa tajante actitud de rechazo. El corazón de Daniel se detuvo de golpe. Estaba a punto de explicar, cuando de repente Sara irrumpió en la habitación, hablando con voz entrecortada por el llanto y con una expresión agraviada. —Señorita Julia, no discuta con Daniel, la culpa es mía, no debí mudarme y molestarla a usted, me iré ahora mismo... Al ver esto, Daniel apresurado la detuvo. —Esto no tiene nada que ver contigo... Al oír esto, las lágrimas de Sara comenzaron a rodar por sus mejillas como perlas rotas. —Daniel, ya me has ayudado demasiado, no puedo permitir que por mi culpa hagas enojar a la señorita Julia, tal vez esto es lo que estaba destinado a soportar, quizás el destino está castigándome por mis errores y caprichos del pasado, he decidido aceptar cualquier castigo… Sus ojos enrojecidos por el llanto y su mirada llena de anhelo hirieron en lo más profundo del corazón a Daniel. Él la consoló con voz suave: —No te preocupes, mientras yo esté aquí, nadie podrá obligarte a casarte con otro hombre, Julita no se enojará por esto, no tienes que irte, puedes quedarte aquí tranquila. Al ver esta escena tan romántica, Julia esbozó una sonrisa irónica. —Sí, claro, no me voy a enojar, al fin y al cabo, de ahora en adelante, esta será tu casa. Al terminar de decir esto, ella se dio la vuelta y salió corriendo del dormitorio. Sara sollozó con agravio: —¿La señorita Julia sigue enojada...? Pero esta vez, Daniel ya no la consoló. Él se quedó impactado por las palabras de Julia y salió corriendo tras ella, sujetándola con fuerza de la muñeca. —¿Qué quisiste decir con esas palabras? ¿Por qué dijiste que de ahora en adelante esta será su casa? Sara está siendo obligada por su familia a casarse con otro hombre, además, hay un extraño que la está acosando con frecuencia. Solo quiero ayudarla nada más, ¿acaso tú, como mujer, no puedes ponerte en su lugar y comprenderla? ¿Tenías que ponerte celosa y hacer un tremendo berrinche en este momento? Antes de que terminara de hablar, de pronto se escuchó el sonido de vidrio rompiéndose desde el dormitorio. Daniel soltó con brusquedad a Julia, dándose la vuelta y corriendo hacia dentro. —¡Sara! ¿Qué estás haciendo? La voz del hombre estaba llena de pánico y desconcierto. Sara estaba temblorosa arrodillada en el suelo, su pierna estaba maltratada, y ella lloraba desconsolada. —No te preocupes por mí, al fin y al cabo, a nadie en este mundo le importo. Si mi muerte puede hacer que la señorita Julia deje de estar enojada, entonces moriría satisfecha... Daniel le arrebató asustado el vidrio roto de la mano, presionó con fuerza la herida de su muñeca y, girando la cabeza, le gritó a Julia furioso. —¡Julia! ¿Estás satisfecha ahora que ves a Sara así? ¿No sientes ningún remordimiento o culpa en tu corazón? No me extraña que digan que eres una persona insensible. Ni siquiera lloraste cuando murió tu propio padre. ¿Cómo podría alguien tan fría y egoísta como tú preocuparse por los demás? Aquellas palabras golpearon el corazón de Julia. De buenas a primeras sus manos y pies se entumecieron, y todo su cuerpo se tornó frío como el hielo. El recuerdo más profundo de su infancia era el de un padre alcohólico y los palos que terminaban rompiéndose de tanto golpearla. Por eso, cuando su padre murió por accidente, Julia no derramó ni una sola lágrima. Sus familiares siempre decían que era una persona fría y sin corazón. Aquello se convirtió en la herida más profunda de su alma. Cada vez que se mencionaba el tema, el agudo dolor le oprimía el pecho hasta dificultarle la respiración. Tiempo después, cuando Daniel se enteró de aquello, la consoló y ayudó durante mucho tiempo, hasta que finalmente ella pudo dejar atrás ese trauma. Pero ahora, era él mismo quien volvía a clavar esa espantosa espina en su corazón. En el corazón de Julia, el último indiciode amor por Daniel también se fue desvaneciendo poco a poco. —Daniel, yo en ningún momento dije que no dejara que ella se quedara aquí, tampoco te hice una escena, y solo me aparté de ti porque soy gravemente alérgica a los mariscos. Fue entonces cuando Daniel se dio cuenta de que en la muñeca de Julia, donde él la había tocado, había brotado un ligero sarpullido rojo. Al encontrarse con los ojos enrojecidos de Julia y recordar lo que acababa de decirle, una punzada de culpa cruzó al instante por su corazón. —Julita, yo... Al ver esto, Sara volvió a forcejear, mordiéndose con dolor los labios. —Daniel, no me detengas, déjame morir... Mientras forcejeaban, la herida en la muñeca de Sara comenzó de nuevo a sangrar profusamente. Daniel ya no pudo consolar a Julia, tomó a Sara en brazos y salió corriendo despavorido. —¡No voy a dejar que te pase nada, te llevaré al hospital ahora mismo! Julia se quedó quieta en el mismo lugar, hasta que las siluetas de ambos desaparecieron en la distancia.

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