Capítulo 4
Durante los días siguientes, Alicia realmente se quedó en el hospital cuidando de Bruno.
Cada día llegaba puntual, le llevaba gachas ligeras, le cambiaba las vendas e, incluso, cuando Bruno se despertaba en mitad de la noche por el dolor, le tomaba la mano.
Si esto hubiera ocurrido en el pasado, Bruno habría estado exultante, pero ahora en su interior solo quedaba un vacío absoluto.
Resulta que amar a alguien durante seis años puede olvidarse en un solo instante.
El día del alta, Bruno apenas salió al estacionamiento cuando vio a Ignacio sentado en el coche de Alicia. Ignacio, al verlo, le lanzó una mirada hostil, el gesto cargado de desagrado.
Alicia frunció el ceño y le dijo a Ignacio: —¿Ya olvidaste lo que te dije antes?
Ignacio apretó los dientes y, a regañadientes, murmuró: —Bruno, lo siento, perdí el control el otro día. Desde que Alicia se casó contigo, ella ya no quiere verme y solo piensa en ti, por eso me enojé contigo. No volverá a pasar.
Alicia miró entonces a Bruno y, con voz serena, dijo: —Ignacio quiere venir a casa a quedarse unos días. Espero que puedan llevarse bien.
De regreso a casa, Alicia e Ignacio se sentaron delante. Bruno, apoyado contra la ventanilla, contemplaba en silencio el paisaje que pasaba.
Aun así, no podía evitar observar el perfil de Alicia.
Siempre había sido fría y contenida, pero en ese momento, toda su atención estaba en Ignacio.
Ignacio jugaba con el móvil y, de pronto, sonrió: —Alicia, ¿te parece guapa esta chica? Acaba de agregarme como amiga.
Alicia aferró el volante con fuerza, su voz se volvió gélida: —Bórrala.
Ignacio protestó: —¿Por qué? Ya tengo más de veinte años, ¿no puedo tener novia?
—Te ordeno que la borres. —Replicó Alicia, autoritaria, sin admitir réplica.
Ignacio frunció el ceño, pero obedeció y la borró. Murmuró en voz baja: —Eres más estricta que una novia...
Alicia guardó silencio, pero Bruno percibió la tensión en su espalda, estaba celosa.
Al llegar a casa, Bruno ni siquiera cenó, fue directo a su habitación.
Desde allí escuchó la cena, las risas de Ignacio y la música romántica. Todos esos sonidos, juntos, llenaban la casa de un ambiente que nunca había existido en sus dos años de matrimonio con Alicia.
Pero para Bruno, ese ambiente era como tener una espina clavada.
Se acurrucó bajo las sábanas, sintiendo un dolor amargo en el pecho.
No supo cuánto tiempo pasó, pero las voces del exterior se fueron apagando poco a poco.
Con sed, se levantó para ir a por un vaso de agua.
Nada más abrir la puerta, se quedó petrificado.
A la luz de la luna, vio a Alicia medio agachada junto al sofá, mirando fijamente a Ignacio dormido.
Alicia, siempre tan intocable, ahora parecía una devota contemplando a su deidad.
Ignacio se movió y, adormilado, rodeó el cuello de Alicia con el brazo, murmurando: —Hermana, no me dejes, solo tú me quieres de verdad.
Sus labios se rozaron por accidente y Alicia, sorprendida, perdió el control de su respiración.
En ese instante, Alicia no pudo resistirse más y lo besó con desesperación.