Capítulo 10
José estaba de pie frente a la puerta de Casa Navarro, con una bolsa de castañas asadas en la mano. El vapor las había reblandecido, y el aroma le envolvía la nariz.
Se tocó el pecho, donde tenía tatuado el nombre de Patricia. La herida seguía doliendo.
Pero lo más extraño era que el corazón le latía con una fuerza desbocada, como si algo tironeara de sus nervios y no le dejara estar en paz.
Frunció el ceño, atribuyendo esa inquietud a la emoción de volver a ver a Patricia.
Al entrar, encontró a Miguel en el salón, intentando convencer a alguien con gesto resignado, mientras Patricia, de espaldas, temblaba de rabia: —¿¡1.000 millones de dólares!? ¡Papá, estás loco!
Miguel le contestó en voz baja: —No puedo romper mi promesa con Carlos, tenía que elegir a una hija para casarla. No quiero que seas tú, por eso escogí a Rosa. Pero esa fue su condición. Piénsalo bien, ¿quieres casarte o quieres el dinero?
Patricia apretó los labios, molesta: —Por supuesto que no me quiero casar. ¡Carlos es

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