Webfic
Open the Webfic App to read more wonderful content

Capítulo 6

Tres días después. Rosa fue sola a probarse el vestido de novia. Ya de noche, cuando salía de la tienda, de repente alguien la agarró por detrás y le tapó la boca y la nariz. Un olor acre a medicamento le invadió y perdió el conocimiento. Cuando despertó, todo estaba completamente oscuro. Tenía los ojos vendados y las manos atadas a una silla, sin poder moverse. —¡Crack! El primer latigazo la hizo arquear la espalda de dolor. La cuerda le apretaba las muñecas, el antifaz intensificaba la oscuridad y se mordió el labio para no gritar. —Has ofendido a alguien a quien no debías. —La voz del verdugo le llegó como desde muy lejos. —¡Crack! El látigo caía como la lluvia, cada golpe cortaba el aire y la carne, desgarrándole la espalda. Apretaba los dientes, negándose a soltar un solo quejido. ¿Quién era? ¿Quién le hacía esto? El castigo a latigazos duró mucho, y no se detuvo hasta que ya estaba medio inconsciente. Después oyó el tono de una llamada telefónica. —Señor, he cumplido con lo que me ordenó. —Dijo el hombre con respeto. Al otro lado, una voz masculina, familiar, respondió: —Bien. Devuélvela. Solo una frase. La sangre de Rosa se heló al instante. Esa voz era de José. ¡Era José quien había ordenado golpearla! ¿Solo porque le dio un latigazo a Patricia, ahora él la hacía recibir noventa y nueve? Entre el dolor y el frío, Rosa ya no pudo resistir y finalmente se desmayó. Hospital. Rosa yacía boca abajo en la cama, con la espalda ardiendo de dolor. Afuera, escuchaba a las enfermeras murmurar: —Ese hombre es guapísimo, y tan cariñoso con su novia. —Sí, se preocupó tanto por un pequeño latigazo; mira en cambio a la de la habitación 304, toda llena de heridas y nadie viene a verla. Rosa se quitó la vía, apoyándose en la pared, avanzó poco a poco por el pasillo. Tal como imaginaba, al llegar a la zona VIP, vio a José frente a la habitación. Sostenía un vaso de agua y, con delicadeza, ayudaba a Patricia a beber. Patricia le decía algo en tono mimado, y José le limpiaba la comisura de los labios, mirándola con ternura. Rosa se apoyó despacio en la pared, con los ojos empañados. No entendía cómo, si ya había decidido dejarlo ir, su corazón podía seguir doliendo así, como si alguien la despellejara viva poco a poco. No llores, Rosa. Eso se decía a sí misma. Porque nadie iba a compadecerse de ella. El día que le dieron el alta, justo cuando llegó a la entrada, oyó unos pasos familiares tras de sí. Era José. Se encontraron la mirada, y ambos vieron cosas distintas en los ojos del otro. Permanecieron así, en silencio, hasta que el teléfono de Rosa vibró y apareció el nombre de Miguel en la pantalla. —Mañana es el cumpleaños de Patricia. —Dijo Miguel con firmeza. —Últimamente siempre llora y dice que quiere llevarse bien contigo. Tienes que venir. Rosa soltó una risa fría: —No voy a ir. —¿Por qué te pones así? Quizá sea la última vez. —Miguel endureció la voz. — Ya está todo arreglado con Carlos, en cuanto te cases... Rosa le colgó de inmediato y levantó la vista hacia José: —¿Tú crees que debería ir? Su perfil, bajo la luz de la lámpara de pared, se veía especialmente frío. José guardó silencio unos segundos y respondió con voz baja: —Debes ir. —De acuerdo. —Curvó los labios con una sonrisa amarga. —Como tú quieras. El banquete de cumpleaños se celebró en el invernadero de cristal de Casa Navarro. Cuando Rosa llegó con su vestido largo verde oscuro, todos los invitados ya estaban presentes. Bajo la lámpara de cristal, Patricia vestía de rosa, rodeada de todos como una princesa. —¡Rosa! —Patricia corrió a recibirla, fingiendo querer tomarle del brazo. Rosa se apartó y, con la mirada, recorrió los regalos de Miguel para Patricia: un Hermès edición limitada, la icónica caja azul de Tiffany, incluso las llaves de un carro. —Patricia siempre ha sido una niña buena, es mi favorita. Miguel habló con cariño, de pie a su lado. Igual que años atrás, cuando también se situaba junto a ella y Teresa. La recordaba con un vestidito, siendo alzada por Miguel, y Teresa sonriendo con dulzura a su lado. Ahora, todo había cambiado. Cuando terminaron de cortar el pastel, los invitados se dispersaron en pequeños grupos. La mejor amiga de Patricia, Nuria, la jaló y le susurró: —Hoy han venido muchísimos ricos, ¿el presidente Miguel te está buscando un buen partido? Pero escuché que estabas prometida con Carlos, ¿es cierto? Patricia sonrió y miró a Rosa, que estaba a lo lejos: —Eso se canceló hace tiempo. —¡Menos mal! Dicen que Carlos está en estado vegetal, casarte con él sería como quedarte viuda. Mira que hoy hay muchos solteros ricos, dime, ¿qué buscas en un hombre? Entre las risas, Patricia se sonrojó: —Primero, que me ame de verdad, que sea capaz de tatuarse mi nombre en el pecho. Segundo, que tenga valor, en la Sierra del Viento Eterno hay una rosa que florece cada cien años, debe conseguirla para mí. Tercero... No terminó la frase. La puerta del salón se abrió de repente. —¡El señor José viene a entregar su regalo, y felicita a la señorita Patricia en su cumpleaños! ¡Le desea alegría y felicidad!

© Webfic, All rights reserved

DIANZHONG TECHNOLOGY SINGAPORE PTE. LTD.