Capítulo 2
Gloria miraba el acuerdo de divorcio firmado, sintiendo que una mano invisible le apretaba el corazón con fuerza.
Carmen realmente lo había conseguido.
"Muy bien".
A partir de ahora, ellos serían una familia feliz, mientras que ella viviría solo para sí misma.
—Glori, ¿cuál es el regalo que más deseas? —Abelardo se acercó de repente, arrugando ligeramente la frente—. ¿Cómo es que yo no lo sé?
Mientras hablaba intentó cogerlo, pero ella, más rápida, lo apartó enseguida.
Él alzó una ceja.—¿Ahora también tienes secretos para mí?
Gloria esbozó una leve sonrisa.—¿Acaso tú no me ocultaste que Carmen llevaba tres meses embarazada, hasta que me crucé con ella por casualidad?
Su expresión cambió de golpe e inconscientemente miró a Carmen mientras bajaba la voz:—¿No habíamos quedado en no volver a mencionar este asunto? Ya te expliqué por qué decidí quedarme con este niño...
Se detuvo un instante y, de pronto, suavizó el tono:—La razón por la que te lo oculté fue porque tenía miedo de que me dejaras.
¿Tenía miedo a que ella se fuera?
—Pero, Abelardo, aquello que más temes perder, es precisamente lo que más fácil puedes perder.
A Carmen, se le llenaron los ojos de lágrimas, —Todo ha sido culpa mía...No debí haberme ofrecido como remedio para el señor Abelardo aquella noche, y mucho menos debí permitir que Doña Raquel descubriera mi embarazo... Jamás quise destruir su relación, de verdad, no fue intencionado...
Mientras hablaba, parecía a punto de echarse a llorar, como si sufriera una injusticia enorme.
Abelardo, de inmediato, se volvió para consolarla con una ternura insólita en la voz:—No digas tonterías, ¿cómo va a ser culpa tuya?
Gloria no pudo seguir viendo y se dio la vuelta para irse.
Fue entonces cuando él reaccionó y, apresurado, la alcanzó para preguntarle:—Glori, ¿a dónde vas?
—Voy a hacer unos recados.
Él puso mala cara.—Está lloviendo mucho afuera, te llevo.
Tras decirlo, se volvió y dio instrucciones a la criada:—Carmen no puede tocar agua fría, suban la temperatura de la habitación dos grados, últimamente tiene poco apetito, cuando hagan sopa no le pongan pimentón…
Durante diez minutos enteros, él fue dando instrucciones al detalle, temeroso de pasar por alto la más mínima precaución para la embarazada.
Gloria se quedó de pie en la puerta, mirándolo en silencio.
Por fin, él terminó de dar todas las indicaciones y subió al auto.
Gloria lo miró y le sonrió.—Abelardo, seguro que en el futuro serás un buen padre.
Abelardo quedó perplejo, como si no esperara que ella dijera eso.
Le sujetó la muñeca, y habló con un tono cargado de dolor reprimido:—Glori, solo reconoceré como mío al hijo que nazca de tu vientre. Sabes bien que yo no tengo elección, no digas eso, ¿sí?
Su palma seguía siendo igual de cálida, pero ella ya no sentía ese calor.
Gloria no respondió, solo miró en silencio por la ventana.
El auto quedó sumido, al instante, en un silencio absoluto.
El auto arrancó lentamente, avanzando sin una palabra. Para aliviar la tensión, Abelardo cambió de tema y preguntó:—Glori, con esta lluvia tan fuerte, ¿qué tienes que hacer en la Calle de la Brisa?
Ella estaba a punto de responder cuando sonó su teléfono.
—Abelardo...me duele mucho la barriga... —la voz de Carmen, llorosa, se escuchó a través del altavoz.
La cara de Abelardo cambió:—No te asustes, ¡vuelvo ahora mismo!
Colgó y enseguida se volvió hacia ella, —Glori, ya estamos cerca de la Calle de la Brisa, ¿puedes tomar un taxi tú sola?
—Sí —respondió ella con calma mientras abría la puerta para bajar.
La lluvia torrencial la empapó en un instante. De pie junto a la carretera, vio cómo el auto se alejaba velozmente y, de repente, sonrió.
"Por poco lo descubres, Abelardo, por muy poco hubieras sabido a qué venía yo".
El viento y la lluvia eran tan intensos que fue imposible encontrar un taxi. Gloria caminó sola bajo el aguacero, el paraguas se le rompió por el viento furioso, y la lluvia, mezclada con lágrimas, le nublaba la vista.
Cuando llegó al Registro Civil, estaba completamente empapada y desaliñada.
—Hola, vengo a tramitar el divorcio —dijo, entregando el acuerdo de divorcio, que había protegido perfectamente y no se había mojado ni un poco.
El funcionario la miró a ella y luego al documento.—Tras superar un mes de periodo de reflexión, podrá venir a recoger el certificado de divorcio.
Al salir del Registro Civil, la lluvia ya había cesado.
Gloria alzó la vista al cielo, ya despejado, y sintió cómo el dolor en su pecho se disipaba un poco.
Parece que la vida después del divorcio sería así, tan despejada como ese día.
Al regresar a la villa, el salón estaba vacío.
Desde el piso de arriba llegaba la voz suave de Abelardo:—El Principito se encontró con un zorro...
Le estaba contando un cuento de educación prenatal a Carmen.
Con la cabeza embotada, Gloria se metió directamente en la cama y se quedó dormida. No supo cuánto tiempo durmió, pero la garganta le ardía como si estuviera en llamas.
—Agua...Agua…—llamó varias veces, pero solo pudo oír la voz contando cuentos en la habitación de al lado.
—Abelardo, ojalá el niño se parezca a ti, tan guapo y tan listo...—la voz de Carmen era dulzona hasta el exceso.
—No te menosprecies —rio suavemente Abelardo—. Si se parece a ti también está bien. Eres bondadosa, dulce, inocente...
Aunque no pudiera verlos, Gloria podía imaginar perfectamente el rubor en la cara de Carmen en ese momento. Parecían una pareja de verdad al crear dulces sueños para el hijo que estaba por nacer.
Gloria se incorporó a duras penas para tomar su vaso de agua, pero al no tener fuerzas, lo volcó.
El vaso de cristal se hizo añicos. Se agachó a recogerlo, pero, de pronto, todo se volvió negro ante sus ojos y se desplomó en el suelo.
La palma de su mano, herida por los fragmentos de vidrio, sangraba profusamente. Apretando los dientes, Gloria limpió poco a poco la herida y luego se tomó unas pastillas para bajar la fiebre.
Durante todo ese proceso, las risas en la habitación de al lado no cesaron ni un instante.
Al volver a recostarse en la cama, Gloria recordó aquella vez en la universidad cuando tuvo fiebre, y Abelardo, quien saltó la verja en plena noche, se coló en el dormitorio femenino y permaneció a su lado durante tres días y tres noches.
En aquel entonces, él, con los ojos enrojecidos, le dijo:—Glori, cuando te sientes mal, yo sufro más que tú.
¿Y ahora? "Abelardo, ¿todavía recuerdas esas palabras?".
Las lágrimas se deslizaron silenciosamente sobre la almohada.
Cerró los ojos y se dejó envolver por la oscuridad.