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Capítulo 9

Elisa estuvo hospitalizada durante tres días. El día del alta, recibió una llamada de la embajada... le habían aprobado la residencia permanente en Nubérica. Era la única buena noticia que recibía. Estaba de pie frente a la embajada, el sol era tan deslumbrante que le daban ganas de llorar. Levantó la mano para cubrirse los ojos; el anillo de bodas ya no estaba en su dedo anular, dejando solo una tenue marca. Era hora de acabar con todo. Después de recoger su tarjeta de residencia permanente en la embajada, se dirigió al despacho de abogados, redactó el acuerdo de divorcio, firmó su nombre y luego marcó el número de Sofía. —Sal, quiero verte. En la cafetería, ella la miraba con recelo: —¿Qué es lo que quieres? Te advierto, si mi hermano vuelve y descubre que me estás molestando... Elisa no respondió. Sacó el anillo de bodas de su bolso y lo empujó hacia Sofía. —Pruébatelo. Sofía la miró con sospecha, pero aún así extendió la mano y deslizó el anillo en su dedo anular... era de su talla. —Tú... —se quedó paralizada. Elisa sonrió: —¿No has querido siempre saber por qué tu hermano empezó a evitarte? Los dedos de Sofía temblaban ligeramente. —Bien, te diré la verdad —Elisa la miró a los ojos y continuó—: Él te evita, no porque se haya casado conmigo, ni porque tú lo hayas ofendido de alguna manera, sino porque... está enamorado de ti. —En su habitación de meditación, guarda una muñeca a escala, idéntica a ti. —Cada día, descarga su deseo con ella. —La noche que te quedaste a dormir en nuestra casa, tú dormías en el sofá... él te besó en secreto durante tres minutos. —Este anillo también lo mandó hacer a tu medida. La persona con la que siempre ha querido casarse... eres tú. En apenas unas frases, el rostro de Sofía cambió por completo. Sorpresa, desconcierto, vergüenza, alegría... una avalancha de emociones se agitaba en sus ojos. Elisa la observaba, y de repente, le pareció todo muy ridículo. Felipe temía confesarle sus sentimientos a Sofía por miedo a perderla, así que reprimía a la fuerza su deseo escudándose en la devoción religiosa. Pero lo que él no sabía... era que ella también lo amaba. Elisa se puso de pie, sacó de su bolso un acuerdo de divorcio ya firmado y lo empujó hacia ella: —Cuando él regrese, entrégale esto. Dile que les deseo ustedes cien años de felicidad juntos. Se dio la vuelta para marcharse, y Sofía, al fin recobrando el sentido, la llamó: —Elisa, ¿a dónde vas? Elisa no se giró: —Estoy divorciada. Por supuesto que voy a vivir la vida que nunca tuve. De ahora en adelante, lo que pase entre ustedes no tendrá nada que ver conmigo. —Y otra cosa, Sofía. Si te atreves a ponerme una mano encima otra vez, ¡te lo devolveré multiplicado por cien! Aeropuerto. Elisa arrastraba su maleta. Antes de abordar, su teléfono vibró. Bajó la mirada: era un mensaje de Felipe... Una foto, acompañada del texto: [Aterrizado. Te traje un regalo.] Lo abrió. Era una pulsera sencilla, ni siquiera venía con caja. Ella sonrió. Sabía que no era más que un obsequio de cortesía. Él había salido del país para comprarle a Sofía ese collar de la princesa Diana. Y ella... solo fue una ñapa. Sin embargo, no le dolía. Porque ya no lo amaba, y por eso, él ya no podía hacerle daño. Con el billete en mano, caminó con paso firme hacia la puerta de embarque. Justo al levantar la vista, lo vio a lo lejos, saliendo por la puerta VIP: Felipe, con un abrigo negro, el rostro severo. No lo llamó. Solo lo miró en silencio mientras se alejaba. Le deseaba a Felipe un feliz divorcio, le deseaba plenitud. Y a ella misma, la liberación. Un segundo después, sin dudarlo, lo bloqueó en todos los medios de contacto, se dio la vuelta y caminó en dirección opuesta.

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