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Capítulo 1

En el tercer año de mi matrimonio secreto, por fin me quedé embarazada. Volví a casa emocionada, deseando contarle la buena noticia a mi esposo, Alberto Castro. Sin embargo, justo en la entrada lo escuché conversando por teléfono. —Rafael, Rosa ya asumió La Mano Carmesí. Estoy preparando todo para sincerarme con Elena Gómez. Si aún no te has cansado de ella, estos días será tuya. Una voz parecida a la de mi marido, pero más arrogante, resonó a continuación. —Perfecto, hermano, sí que eres fiel y generoso. Para mantenerte siempre contenido por Rosa, incluso puedes dejar que tu esposa duerma con tu hermano. ¿No temes que, cuando algún día descubra que con quien compartió cama todos estos años fue el hermano de su marido, se derrumbe por completo? La voz de mi esposo sonó fría y llena de desprecio. —¿Una idiota a la que se puede engañar con un simple documento falso merece ser mi esposa? Además, han pasado tres años y no ha descubierto nada; con lo tonta que es tampoco lo descubrirá en el futuro. Sentí que un escalofrío me recorría todo el cuerpo. El amor que yo había creído destinado por el cielo no era más que un juego cruel diseñado cuidadosamente por mi esposo y su hermano gemelo para que la mujer que ellos amaban lograra sus deseos. … La conversación dentro de la casa continuaba, y la voz de Rafael sonó frívola, incluso cargada de malicia. —Está bien, hermano, entonces estos días voy a divertirme a gusto. No sabes lo que es tu esposa: cuerpo perfecto y obediente en la cama. Cuando te cases con Rosa, enciérrala en casa y déjamela a mí para que juegue con ella. Alberto guardó silencio durante un momento y, después, resonó su voz fría y llena de aversión. —No. ¿Y si hace un escándalo y hiere a Rosa? —Cierto. Ella, igual que su madre, no conoce la vergüenza. Claramente es una hija nacida de la amante y, aun así, tiene la cara de disputarle a Rosa el puesto de heredera. Si llega a saber que la persona a la que realmente amas es Rosa, quién sabe qué podría hacerle. Las voces de ambos hermanos estaban llenas de desprecio hacia mí. Yo permanecí rígida en el lugar, sin siquiera tener el valor de enfrentarme a él. Nadie sabía que La Mano Carmesí había sido, en realidad, fundada por mi padre con la ayuda de mi abuelo materno. Poco después de que el clan se afianzara y obtuviera cierta posición en el mundo del crimen, mi padre llevó a casa al hijo que había tenido con su primer amor; ese niño era apenas medio mes mayor que yo. Mi madre no pudo soportar que su marido hubiera cometido adulterio y, además, tenido un hijo con otra mujer. Cayó en depresión y, para salvarse, decidió divorciarse. Después de eso, nunca volvió a aparecer. No pasó mucho tiempo antes de que mi padre se casara con su primer amor. Mi familia quedó completamente destrozada. Al principio, mi padre todavía se sentía culpable por haberme hecho perder una familia completa. Me prometió que, pasara lo que pasara, a quienes él más amaría siempre serían mi madre y yo, y que algún día me convertiría en la heredera del clan. Para no defraudar las expectativas de mi padre, durante todos estos años me esforcé por ser una heredera competente. Sin embargo, el corazón de mi padre, bajo la influencia de las palabras al oído de su primer amor, poco a poco se inclinó hacia la hija de ella. Durante todos estos años, él permitió que Rosa me difamara en el exterior, diciendo que yo era hija de una amante, y también me prohibió revelar la identidad de mi madre. En aquel entonces yo aún no tenía el control total de La Mano Carmesí, así que soporté todo en silencio. Yo creía que todo cambiaría una vez que tomara el mando por completo. Hasta que, hace tres años, Rosa, con el fin de obtener la posición de heredera de La Mano Carmesí, se arrojó intencionalmente desde un puente y me acusó de haberla empujado. Mi padre, furioso, me despojó de todas mis funciones en el clan y me echó de casa. A causa de la señal que dio mi padre y de su abierta parcialidad hacia Rosa, la reputación que yo había construido en La Mano Carmesí durante tantos años pareció derrumbarse de la noche a la mañana. Todos me acusaban de estar celosa de Rosa, de ser vil e inescrupulosa. Justo en esa época mi abuelo materno cayó gravemente enfermo y quedó inconsciente, y yo no tenía a nadie en quien apoyarme. Fui arrojada por mi padre como si fuera basura. Siempre recordaría ese día: me acurruqué entre los montones de basura, igual que una vagabunda. Fue entonces cuando Alberto apareció. Él me llevó a casa entre sus brazos mientras yo temblaba bajo la lluvia. Dijo que creía que yo no era ese tipo de persona. Lidió con los rumores por mí, me protegió bajo su ala. También fue entonces cuando colocó en mi dedo el anillo que representaba a la nuera de la familia Castro. —Lena, allá fuera el mundo es demasiado peligroso, lleno de violencia. Cásate conmigo, déjame protegerte del viento y la lluvia, ¿sí? A pesar de la oposición de todos, quiso casarse conmigo, una mujer arruinada por los escándalos. Con lágrimas de emoción, acepté. El día que sacamos el certificado de matrimonio, solo nosotros dos lo supimos. Cuando por fin lo tuve en mis manos, le hablé ilusionada sobre los preparativos de la boda. Sin embargo, él me miró con cierta dificultad. —Lena, mis padres aún no han dado su aprobación. Lo de la boda, debemos esperar un poco más. —Además, antes de que mis padres acepten nuestra relación, aún no podemos hacerla pública. Lo siento, no es que no te ame, es que no quiero que la gente te señale con el dedo. Espero que algún día puedas casarte con honores en la familia Castro. Yo sabía que su familia no me aceptaba como nuera. Aunque me sentía decepcionada, dejé de insistir en lo de la boda por él. Ellos exigían que la futura esposa del jefe tuviera un origen impecable y que se viera envuelta en disputas. Renuncié voluntariamente a la posición de heredera e incluso corté vínculos con mi familia, convirtiéndome en una esposa que debía ocultarse de la luz del día. Pasé de ser la heredera de La Mano Carmesí a una ama de casa que solo vivía pendiente de él. Las manos que antes empuñaban armas estaban ahora llenas de callos formados por las tareas domésticas. Después del matrimonio, él ya no fue el mismo conmigo. Durante el día, siempre se comportaba frío y distante. Pero por la noche, me buscaba con una pasión desbordante, una y otra vez. Como lo amaba, nunca dudé de él. Incluso me lo justificaba en mi interior: una persona tan naturalmente fría como él solo podía mostrarse auténtica en la oscuridad. Él me amaba, por eso en la noche era tan intenso. Jamás imaginé que no había sido un solo hombre quien se había convertido en mi esposo. Y aún menos pensé que el certificado de matrimonio que tanto atesoré no era más que un documento falso. Todo el cariño de estos años había sido una trampa tejida por ambos para otra mujer. Las lágrimas cayeron sin que pudiera controlarlas. Dentro de la casa, la voz curiosa de Rafael volvió a sonar. —Entonces, ¿qué piensas hacer con ella en el futuro? Alberto respondió casi sin dudar: —La enviaré a un lugar donde Rosa no pueda verla. Buscaré a alguien que la cuide. Quiero que pase bien la próxima vida, pero no podrá volver a aparecer frente a mí ni frente a Rosa. Una frase tan simple decidió, sin embargo, el resto de mi existencia. Para Alberto, yo no era más que un objeto desechable. Ya no pude seguir escuchando. Apreté el informe del embarazo en mis manos y salí corriendo como una loca. Todo a mi alrededor se volvió borroso. Cuando recuperé la noción, descubrí que había llegado al puente desde el cual Rosa se había arrojado tres años atrás. Sin darme cuenta, levanté el pie para acercarme al borde del puente, pero de pronto sonó el teléfono dentro de mi bolso. Desperté de golpe y presioné la tecla para contestar. —Lena, tu abuelo materno despertó. Al otro lado de la línea escuché la voz cariñosa y suave de mi abuelo. Al oírlo, sentí que la nariz me ardía y la garganta se me cerraba, impidiéndome hablar. —Dime, ¿acaso mientras el abuelo no estaba, alguien ha estado haciéndole daño a nuestra niña? Apreté el teléfono contra mi pecho y, por fin, rompí a llorar desconsoladamente. —Abuelo, te extrañé tanto. Desde que no estás, todos me han estado maltratando. La voz de mi abuelo sonó llena de dolor y ternura. —No llores, Lena. La próxima semana mandaré a alguien a traerte de regreso a casa, ¿de acuerdo? Respondí casi reuniendo todas las fuerzas que tenía. —De acuerdo.
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