Webfic
Open the Webfic App to read more wonderful content

Capítulo 3

—Tú… ¿qué significaba esto? Había pasado mucho rato antes de que escuchara mi propia voz ronca. En los ojos de Alberto pareció destellar un atisbo de culpa, aunque desapareció enseguida. Él me rodeó suavemente con los brazos y, como si quisiera tranquilizarme, me dio unas palmadas en la espalda. —Lena, ya te lo había dicho, la nuera de la familia Castro debe tener un origen limpio y no ser demasiado llamativa. Antes tú vivías entre peleas y conflictos, y además eras hija de una amante; tanto tu reputación como tu origen no eran buenos, y la familia temía que rompieras las normas. Para que pudieran aceptarte, se me ocurrió este método. Mientras hablaba, me metió la pluma en la mano como si me estuviera concediendo algo. —Lena, con que firmes esto, esta Navidad te llevaré a conocer a la familia Castro. Mi mano se tensó sin querer y mi cuerpo tembló ligeramente. Tras casarme con él, siempre había habido alguien de la familia Castro que venía de vez en cuando a humillarme, pero por él, lo soporté todo. Incluso temía que, si él lo sabía, se sentiría triste, así que oculté todo en silencio. Para ganarme el reconocimiento de su familia, llegué a abandonar por completo toda mi dignidad e incluso intenté congraciarme con quienes me habían maltratado. Pero, aunque él sabía perfectamente cuánto deseaba yo obtener la aprobación de su familia, aun así, me dejó soportar ese tipo de humillación durante tres años. Y ahora, para que Rosa pudiera heredar La Mano Carmesí sin ningún obstáculo, realmente había sido capaz de inventar semejante excusa. Mi silencio pareció disgustar a Alberto; su voz se volvió más alta y cargada de impaciencia. —Lena, tú eres hija de una amante; de todos modos, no estabas capacitada para ser heredera. Hija de una amante. Esa frase la había escuchado demasiados años. Pero durante todo ese tiempo yo siempre le había dicho que mi madre había sido la primera esposa de mi padre y que solo se había marchado porque había sido engañada. Cada vez que lo escuchaba, él me abrazaba y me consolaba, diciendo que nunca sería un desgraciado como mi padre. Pero hoy, volvió a insultar a mi madre y yo, por fin, no pude evitar decir la verdad. —Mi madre no fue una amante. La que lo fue, fue la madre de Rosa. Ella… —¡Basta! Alberto interrumpió mis palabras con dureza; en sus ojos no pudo ocultarse el asco ni la ira. —¡Elena! En aquel entonces, casi hiciste que Rosa perdiera la vida, y fue gracias a su bondad y generosidad que decidió perdonarte. Estos años tú has estado siempre en contra de ella, pero Rosa nunca te lo tuvo en cuenta; incluso me pidió, con toda magnanimidad, que cuidara bien de ti, su hermanita. ¿Y tú qué? Una hija ilegítima sin categoría, ¿todavía querías arrebatar algo que no te pertenecía? No me cree. En mi mente solo quedaron esas palabras. Resultaba que todos esos años de comprensión y respeto que yo creía que él me había mostrado no eran más que mentiras dichas para seguir engañándome. Sentí que mi corazón temblaba. Abrí la boca, pero no pude emitir sonido alguno. Mucho después, apenas conseguí preguntar, con la voz temblorosa. —¿Lo que no me pertenece, también te incluye a ti? La expresión de Alberto se congeló; parecía haberse dado cuenta de que había dicho algo que no debía. Adoptó una expresión de culpa y me abrazó con suavidad. —Lena, ¿por qué siempre piensas tonterías? Yo soy tu esposo, por supuesto que soy tuyo. Pero ahora que tienes a un marido que te quiere, solo tendrías que quedarte en casa y ser la señora Elena tranquilamente. No es necesario que vivas entre sangre y violencia. Además, de cualquier forma, tú eras la que le debía a Rosa, ¿no es así? Así que deja de pensar en lo de La Mano Carmesí. A estas alturas, él aún seguía actuando. Cerré los ojos con cansancio y lo aparté suavemente. —No voy a firmar, Alberto. La Mano Carmesí fue levantada por mi abuelo materno; eso me correspondía a mí. No voy a cedérselo a nadie. En el pasado, yo había sido demasiado ingenua, confundiendo la manipulación con afecto. Por un hombre que no me amaba, renuncié a demasiadas cosas. Pero ahora, no volvería a hacerlo. Mi actitud fue muy firme, y Alberto pareció enfadarse. Golpeó la mesita de noche con el documento y me miró con irritación. —Elena, durante estos años te he mimado demasiado, y por eso te has vuelto así de caprichosa. Parece que tendré que darte un castigo. Mientras hablaba, salió hacia la puerta y llamó a sus subordinados. —Vigilen bien a la señora Elena. Sin mi permiso, no dejen que se vaya. Y tampoco le lleven nada de comer hasta que reconozca su error.

© Webfic, All rights reserved

DIANZHONG TECHNOLOGY SINGAPORE PTE. LTD.