Capítulo 9
—¡Raquel! ¡Ni se te ocurra! ¿No tienes miedo de que, cuando salga de aquí, te mate? —Amelia forcejeó, pero fue sometida con facilidad por los dos hombres.
—¿Matarme? —Raquel actuó como si hubiera escuchado el mejor chiste del mundo—. Antes de que puedas siquiera ponerme una mano encima, Gabriel te detendrá. ¿Ya olvidaste cuántas veces ha estado de mi lado?
Esa frase fue como un puñal afilado que se clavó en el corazón de Amelia.
Sí, siempre, sin importar quién tuviera la razón, Gabriel elegía creerle y proteger a Raquel.
Una sensación abismal de impotencia y desesperación volvió a apoderarse de ella.
La obligaron a sentarse en una fría silla metálica, sujetándole las manos y los pies con correas de cuero. En seguida, los electrodos fueron adheridos a su piel.
Con una expresión de cruel satisfacción, Raquel presionó el control que sostenía en la mano.
—¡Ah...!
Una fuerte descarga recorrió su cuerpo de inmediato, el dolor desgarrador y la parálisis la hicieron lanzar un grito estremecedor, mientras su cuerpo se convulsionaba sin control.
Su vista se oscureció por momentos, y su conciencia se desvaneció rápidamente bajo aquel dolor extremo...
Cuando Amelia volvió en sí, no sabía cuánto tiempo había pasado. Se encontró recostada en una cama amplia y suave, ya no en aquel aterrador cuarto de confinamiento.
Gabriel estaba sentado al lado de la cama, arrugando la frente al ver lo pálida y débil que se encontraba. —Solo te pedí reflexionar durante tres días en el cuarto de confinamiento. ¿Cómo terminaste así?
Amelia cerró los ojos. No quería verlo, ni hablar.
Hacía mucho que había dejado de esperar que él le creyera.
—Amelia. —La voz de Gabriel contenía una preocupación casi imperceptible—. Soy tu prometido. Deberías contarme todo.
"¿Prometido?" Amelia se burló en silencio.
Abrió los ojos lentamente y lo miró. Su voz era tan calmada que resultaba aterradora. —Bien, te lo diré. Estoy así porque tu querida Raquel, el tercer día, entró con unos hombres al cuarto de confinamiento, me amarró a una silla de descargas y me electrocutó hasta dejarme en este estado.
Las pupilas de Gabriel se contrajeron. Su cara mostró una mezcla de shock e incredulidad. —¿Una silla de descargas? ¡Imposible! Raquel, ella... Ella no sería capaz de...
—¿Ves? No me crees. —Amelia esbozó una sonrisa cargada de burla.
No importaba. Si él no le creía, aquella deuda... Ella misma la cobraría.
Y cumpliría su palabra.
Esa misma noche, Amelia contrató a unos hombres para que desnudaran a Raquel, quien sufría de acrofobia severa, y la colgaran con una cuerda al borde de la azotea del edificio de Grupo Estelar. Raquel pasó toda la noche suspendida en el aire, azotada por el viento helado de gran altura.
A la mañana siguiente, Gabriel llegó furioso, con la rabia ardiéndole en los ojos. —¡Amelia! ¡Te has pasado de la raya! ¡¿Cómo pudiste colgar a Raquel en la azotea toda la noche?! ¿Tienes idea del susto que se llevó? ¡Estaba tan desesperada que cayó! ¡Si no fuera por la red de seguridad abajo, estaría muerta!
Amelia estaba sentada junto a la ventana. Al escuchar sus palabras, ni siquiera levantó los párpados. Su cara permanecía inmutable, como si escuchara algo que no tuviera nada que ver con ella.
Al ver su actitud indiferente y obstinada, Gabriel se enfureció aún más. —¡Si no fuera porque en unos días es nuestra boda, ni yo ni la familia Barrera te lo dejaríamos pasar! ¡Estos días te quedas en casa, quietecita! ¡Prohibido salir y, mucho menos, causar más problemas! ¿Oíste bien?
Amelia siguió en silencio, como si él fuera aire.
Gabriel, irritado por su arrogancia, salió dando un portazo, envuelto en un aire helado.
No fue sino hasta la noche anterior a la boda que Raquel, con la cara pálida, fue finalmente llevada de vuelta a casa.
En cuanto Sergio vio a Amelia, comenzó a gritarle con furia, acusándola de tener un corazón cruel y despiadado.
Amelia respondió: —Si yo fuera realmente despiadada, tu querida hija Raquel ya habría muerto ocho veces.
Sergio, fuera de sí, la maldijo sin medida. —¡Estás loca! ¿Hasta cuándo piensas seguir causando caos?
Amelia dijo: —Tú metiste a otra mujer en nuestra casa y hasta dejaste que tu hija ilegítima se mudara. Si yo sigo aquí, obviamente es para causar problemas, ¿o qué quieres? ¿Qué les cocine a ustedes?
—¡Tú... tú...! —Sergio se alteró tanto que casi se desmayó—. ¡Muy bien, no puedo contigo! ¡Te lo advierto, mañana es la boda de Raquel y Gabriel! ¡Prohibido que aparezcas! ¡No me hagas quedar en ridículo!
Amelia soltó una risa ligera. —Tranquilo. Una boda tan seria, tan sofocante... Aunque me lo supliquen, no iría.