Capítulo 11
Al oír eso, Patricia se estremeció por completo; incluso su llanto menguó.
La puerta se abrió y el líder de los secuestradores, con el rostro amoratado, cayó de rodillas.
Al ver a Emiliano, lo abrazó desesperado como si hubiera encontrado a su salvador y se puso a sollozar:
—Me lo merezco, no debí secuestrar a la señorita Isabela y a la señorita Patricia.
—Mátenme, hagan lo que quieran, por favor no me devuelvan allá.
Emiliano lo apartó con el pie con desdén, sin decir palabra.
Había pasado horas sin hallar rastro de los secuestradores, y ahora uno aparecía, entregado, plantado exactamente frente a él.
¿Quién habría sido el autor intelectual?
—¿Quién organizó el secuestro? —Preguntó Emiliano con voz grave.
No le importaba cuál fuera la intención del que había traído al hombre; lo que más quería saber era el nombre del instigador.
¿Cómo se atrevió alguien a secuestrar a sus mujeres sabiendo quién era él?
Su mente ya maquinaba las formas de hacer pagar al culpable.
El secuestrador clavó

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