Capítulo 30
Sergio se quedó callado.
En la casa, en efecto, no había habitaciones de huéspedes disponibles.
Desde que había comprado esa mansión, nunca había considerado permitir que alguien ajeno a él viviera allí.
Excepto el personal del servicio, claro, pero ellos tenían sus propias habitaciones.
Clara no quiso seguir hablando de tonterías.
—Es tarde, deberías dormir.
Tener a una persona no deseada en su territorio privado le impedía conciliar el sueño.
—Ya que, a partir de ahora, tendremos que dormir en la misma cama todas las noches, creo que es necesario que hablemos en serio.
Se inclinó hacia ella: —Al fin y al cabo, mi cama no es tan fácil de compartir.
Su cuerpo alto y fuerte bloqueó la mitad de la luz que caía del aplique del techo, y la presión de su presencia resultó tan dominante que a Clara le costó respirar.
—¿Hablar de qué?
Sergio arrastró una silla y se sentó frente a ella.
Con una postura relajada, cruzó las piernas y pronunció una sola frase: —De ti.
—¿Hugo no te entregó ya mi e

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