Capítulo 25
María se contagió de la calidez de Lucía, y la tensión que sentía en su interior se alivió un poco.
Siguió a Lucía hasta la sala y, de un vistazo, vio a dos hombres de porte extraordinario sentados en el sofá.
Uno era el padre de Diego, Javier.
Llevaba un impecable traje chino; su cara era seria, pero llena de autoridad, y su mirada penetrante se posó sobre María con cierto aire evaluador.
El otro era el abuelo de Diego, don Ramón.
Aunque Ramón ya era de avanzada edad, estaba lleno de vitalidad; su mirada era bondadosa y la observaba con una sonrisa cálida.
Diego se acercó y, con tono respetuoso, la presentó: —Padre, abuelo, esta es María, mi esposa. —Ella se adelantó, hizo una ligera reverencia y dijo cortésmente: —Mucho gusto, abuelo, padre, soy María.
Tras decirlo, entregó los obsequios que había traído.
Todos sonrieron, asintiendo con satisfacción.
Sí, esta chica tenía buenos modales.
Javier, con voz firme y tranquila, dijo: —Mm, siéntate, no seas tímida.
Ramón, sonriendo aún más a

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